viernes, diciembre 18, 2009

Aquel reino singular

Aquí y allá era recogido todo, pues, por un grado de organización superior y repartido cuidadosamente entre la vida orgánica y la inorgánica, y cuando, tras una larga resistencia, el tejido conjuntivo, los cartílagos y los huesos abandonaron la inútil lucha, no quedó nada de la antigua fortaleza, aunque no desapareciera de ella ni un solo átomo. Todo seguía allí, aunque no exista el contable capaz de registrar sus elementos; aún así, aquel reino singular y verdaderamente irrepetible se había esfumado de forma definitiva, triturado por el impulso sin fin del caos que guardaba en su interior la estructura cristalina del orden, por el tráfico indiferente e incontenible entre las cosas. Pulverizado y convertido en carbón, en hidrógeno, en nitrógeno y en azufre, su delicado tejido se desintegró en sus partes, se descompuso y desapareció, consumido por una sentencia inconcebiblemente remota—así como ahora, en este punto, este libro es consumido por la última palabra.

László Krasznahorkai, Melancolía de la resistencia

domingo, diciembre 06, 2009

Indómita luz

-¡No te mueras nunca, Flaco!
-¡Vos tampoco! Si no, ¿cómo vas a saber que no me morí?

Una buena mujer

“Habría sido una buena mujer –dijo el Desequilibrado- si hubiera tenido a alguien cerca que le disparara cada minuto de su vida”. La frase es de “Un hombre bueno es difícil de encontrar”, de Flannery O’Connor. La enuncia el asesino. Es enigmática, prismática. Elijo creer (cuestión de fe, quién puede saber lo que piensa un personaje, eso ni su autor) que sugería que la única manera de que la mujer fuese buena era en el no ser de la muerte, en el cuerpo estricto, desalmado. Niegan los tiros del Desequilibrado (el toque de ella en su hombro fue para él “como la mordedura de una serpiente”) el manoteo desesperado de la vieja (“¡Eres uno de mis hijos!”). Un asesino melancólico, encantador. Ahí puedo ver la distancia que hay entre mi juicio moral en la literatura y en la vida. Porque lo que me espantaría en la vida, un hombre que mata sin razón, sin placer siquiera (es que no vio a Jesús resucitar, dice, robar una rueda o matar da lo mismo y se olvida y sólo queda el castigo, dice, no hay placer en la vida, dice), en la literatura no, y entiendo más al que ejerce la crueldad como una purga que a la mujer que babea su pretendida bondad, y saludo al antídoto que quita ese veneno de, como se suele decir, la faz la tierra.

viernes, diciembre 04, 2009

Marcelo Cohen, Caetano Veloso, John Donne

Ayer almorcé en un bar ensalada y un pancito del que un gorrión aprovechaba las migas. En eso picó una mosca muerta que como miga yacía en el suelo. Dejó de pegar saltos. Sobraba mosca del pico.
Yo miraba al pájaro y canturreaba una canción de Caetano, Elegía. Había leído antes de empezar a interesarme por el gorrión papamoscas un párrafo de Casa de Ottro: “Permite que mis manos vagabundas vayan a destajo/ atrás, adelante, adentro, arriba, abajo. Poeta Blatque. Un libro con subrayados míos que me robó su abuelo” (Casa de Ottro, p. 391). Canté bajito "Deixa que minha mano errante adentre...", me distraje del libro y ahí entró el bicho, por esa puerta abierta en mi percepción.
Más tarde busqué la letra entera y encontré más, como suele suceder cuando uno anda buscando, pero como pocas veces di con algo mucho mejor de lo que esperaba. Por este blog me enteré de que es un fragmento de la traducción que hizo Augusto de Campos de un poema lindísimo de John Donne. Ahí el link al tema por Caetano y otro más al poema original en inglés.
El gorrión que dejé más arriba se allegó a un cantero con la mosca y la depositó en tierra. No le dio sepultura. No eran parientes. En la blandura la quebró con minucia y la embuchó.

lunes, noviembre 30, 2009

Nave


(Foto: Fiorella Romay)

lunes, noviembre 23, 2009

Spool

Por cortesía de un o una tal Nadelein84 puedo ver en youtube a Krapp personificado en John Hurt. Me quedo donde él se queda, en la palabra “spool” (y recuerdo a Walter Santa Ana llevarla, traducida, a la rastra por toda la boca como si pesara o la anclase: “caarrrreetee”). En un pasaje como éste se hace evidente que toda literatura es autobiográfica. Cómo va a escribir sobre eso Beckett sin haberlo experimentado. No puedo sino imaginar su rostro... aviforme en el momento de desenrollar su “spool”: la “s” apretada entre los dientes, la “p” que detonó la vocal, el regodeo en las inflexiones para alcanzar “el instante más feliz de los últimos 500.000” o algo que se le pareciera.

miércoles, noviembre 18, 2009

Mañana con cielo irresoluto. En el viaje a la oficina me lamina la piel un fino sudor. Lloverá, qué celeste ni ocho cuartos. Leo esta frase y un rato después me acompaña todavía: “Lúgubre es el sol de la lucidez” (Marcelo Cohen, Casa de Ottro).

martes, noviembre 17, 2009

Un eclipse deslumbrante

Entre las mejores cosas que me pasaron por estos tiempos está el descubrimiento de las películas de Béla Tarr. Armonías de Werckmeister comienza con un eclipse representado por borrachos en un bar. El que ordena la constelación es János, a quien la cámara va a seguir durante casi todo el film: un caminante, testigo de los hombres y sus obras. De la belleza a lo abominable, pero nada de facilitar al espectador apaciguadores juicios: como en otros films de Tarr, muchas veces los hombres actúan regidos por fuerzas que no dominan ni comprenden. Dice János, acerca de una ballena que llega al pueblo, pero la frase se irradia sobre todos, ellos, nosotros: “Qué misterioso es el Señor que se divierte con tales extrañas criaturas”.

lunes, noviembre 16, 2009

(Algunas páginas se meten por los ojos como cuñas. Sin embargo, cuando eso pasa podría decir, gozosa, en medio del dolor del reconocimiento: acá estás, parte de mí, no sé cómo pude vivir antes sin saber que existías, te presentía, por fin nos encontramos.)

Krapp por Santa Ana

El viernes pasado fui al San Martín a ver Krapp, la última cinta magnética. Walter Santa Ana hace un trabajo... demoledor. Hieren los pasos vacilantes, la mirada que se fija sin ver casi, la risa quebrada. Sentada en la primera fila, en una obra representada a nivel del suelo, estaba cerca del escritorio de Krapp, de Santa Ana, aunque a la distancia suficiente para verlo, sin estorbarlo, debatirse, tirar las cosas de los cajones, comer, concentrado, su banana, pero todavía más, para dar lugar al movimiento de su propio derrumbe. Hay que ver cuánto espacio precisa un hombre para derrumbarse. Porque caminaba, comía, movía los brazos torpemente, aunque es injusto que lo diga así, con dificultad, eso está mejor, la vejez, la inercia que empujaba desde la quietud, el peso, no sólo del tiempo, sino de lo que hay en el tiempo, el rememorado. El peso de las posibilidades truncadas. Entre la resaca antigua de 30 años, la desesperanza ya: “Tal vez se han ido mis mejores años. Cuando existía la posibilidad de ser feliz. Pero no me gustaría volver atrás”.

Fielmente, fielmente

En casa de otro quedó mi tomo de relatos de Beckett. Hay ahí, entre tantos párrafos que marqué -subrayé, circulé, cerqué con llaves-, uno que le leí en voz alta, a otro, una noche de junio. Hace poco volví a leerlo y resolví resguardarlo, vedarlo para mi voz, que quedase así pronunciado por mí una última vez, esa vez, como quien encierra una foto en un medallón y lo sella.

jueves, octubre 15, 2009

Escribo que sufro. Poder escribirlo, “objetivar el dolor en medio del dolor”, me parece una aberración. Sólo porque soy miserable y cobarde puedo y necesito calzarme las palabras para manipular estas brasas.

viernes, julio 31, 2009

Leer

¿Quién está dispuesto a poner el cuerpo al leer?

Hoy vengo, en los dos medios de transporte que me traen a la oficina, sucesivos, no simultáneos, en un libro, ese otro medio de transporte, este sí simultáneo a los otros dos, no leyendo, sino encajada en un libro, que se ha revelado embudo, es decir, ostenta -el verbo es excesivo, diría uno- un estilo llano, sin mayores accidentes, y me dejo caer por sus lisuras, pero al adentrarme puedo ver que se angosta y angustia, un punto de apretada densidad, y recuerdo las señales de advertencia antes de la entrada.

jueves, julio 30, 2009

¿Quién lee?

Leer no es para quien gusta del reposo.

viernes, julio 17, 2009

Las lluvias interiores

- No has oído hablar de las lluvias interiores. Te lavan los órganos día y noche. Vienen del corazón y lavan el hígado, el estómago, el bazo y los riñones. Estoy calado hasta los huesos. Si no fuera por este abrigo, yo no sé lo que pasaría. Incluso no me atrevo a desabotonarlo. Una copa de vino me ayudaría. Hay demanda del hígado, del estómago, del bazo y de los riñones. Tienen que trabajar todo el tiempo, sin interrupción. Esta constante mojadura podría convertirse en una súbita sequedad, que pronto podría tornarse mortal.
Oye, dame vino.
Halics, en Sátántangó

Prosa y poesía

Sé que podría romper, si me dejara llevar, los huesos de las palabras, y matar las palabras que me enseñaron a decir los otros, bramando un grito idiota y sin sentido como lo es el mundo, pero no lo hago sino que al borde mismo, al filo de lo sin palabras, precisamente, alzo palabras más claras con voz más firme y congelo en sílabas exactas como operaciones matemáticas y deletreo con más precisión lo que debo decir.

Montserrat Álvarez, “El divague del rockero melancólico”

La palabra parte

Escribo: “tus palabras, que son una parte de vos”. Me quedo pensando, como tantas otras veces, en el grado de veracidad de lo que acabo de escribir -juego a esto como otros bailan, por desesperanza, es sabido que nada de lo dicho es del todo cierto. Un fragmento de instante la palabra es parte, el siguiente parte. El verbo se hace carne y la deja. Es parte cuando, como se suele decir, toma forma en la mente, aunque no se forma porque ya la conocemos formada, a la palabra, nacida y crecida -y mirando por la ventana- con todos los aditamentos que le otorgó la cultura antes de que nos fuera presentada. Digamos, mejor, cuando uno se acerca a la estantería y elige y combina una con otra, primero en un montón desprolijo, después en la línea de la sintaxis. En ese ordenamiento forzoso se duplica lo falaz del lenguaje. De una con otra a una tras otra. Eso, y su expulsión. En el movimiento de los labios al expeler la palabra, o el de los dedos al plasmarla, ahí la palabra es propia, todavía. Después ya no. Se pierde en las ondas sonoras o yace en el papel o el monitor. La relación que tiene con uno es la misma que guardan las huellas con los pies. Entonces: “tus palabras, que fueron una parte de vos”.

miércoles, mayo 27, 2009

Fuera de la palabra

No paran de inventarse palabras que les pasan por la cabeza. Si uno de ellos me viera escribir en este momento (para escribir me escondo) podría inventar una palabra con la que nombrar mi cuaderno, mi estilográfica y a mí mismo (digo podría, pero estoy seguro de que lo haría) y esta palabra se convertiría automáticamente en un lugar que él ocuparía en el acto, dejándome, en cierta forma, fuera.
Copi, El uruguayo

martes, mayo 26, 2009

Donde ya no fuese cuestión de responder

1- ¿Hoy ha muerto la mamá de Molloy? ¿O quizá fue ayer?
2- ¿Hacia dónde se dirigen A y B?
3- ¿Dónde quedan los vestidos y las muletas de Molloy?
4- ¿Está el amor en la hendidura de la mujer?
5- ¿Bastan 16 bolsillos en el saco para que las piedras no se repitan?
6- ¿Es Molloy una creación de Morán?
7- ¿Es el hijo de Morán el que yace en la habitación de al lado?
8- ¿Es medianoche?
9- ¿La lluvia azota los cristales?
10- ¿Puede haber medianoche o lluvia fuera de las palabras?

lunes, mayo 25, 2009

Clov: ¿Crees en la vida futura?
Hamm: La mía lo ha sido siempre.

Samuel Beckett, Fin de partida

domingo, mayo 24, 2009

Doble B


Musica y novela (traducida)

Como hablaba de música y novela, era previsible que Cohen repitiese la idea que le había escuchado en el Malba, hace dos años: la traducción es una posibilidad de interpretar una partitura. Lo recuerdo porque me pareció una idea bella y cierta. Esta mañana leo en unas Conversaciones con Thomas Bernhard, de Kurt Hofmann: “Una traducción es otro libro. No tiene ya nada que ver con el original. Es un libro del que lo ha traducido. Al fin y al cabo, yo escribo en alemán. Me los mandan a casa, los libros traducidos, y me divierten o no. Cuando tienen cubiertas espantosas, sólo me irritan, y entonces los hojeo y se acabó. La mayoría de las veces no tienen nada en común con mi libro, salvo algún título extravagante y distinto. No, al fin y al cabo no se puede traducir. Una composición musical se toca, como está en la partirura, en todo el mundo. Pero un libro tendría que poder interpretarse en todas partes en alemán, en mi caso. Con orquesta.”
(La traducción de este pasaje es de Miguel Sáenz. Dijo Cohen: en Bernhard hay musicalidad, en las repeticiones, por ejemplo, pero finalmente lo que se escucha es la musicalidad de Sáenz.)

El barco de Sísifo

Hablo con un amigo de Herzog, Fitzcarraldo, el barco y me menciona a Sísifo. Respondo “Ah, sí”, pero el asentimiento sigue vacilando con el “Ah”. En casa vuelvo al libro y ya no dudo. “No hubo ningún dolor, ninguna alegría, ninguna excitación, ningún alivio, ninguna sensación de felicidad, ningún sonido y tampoco ningún respirar hondo. Sólo hubo la comprensión de una gran inutilidad”, anota Herzog el día que el barco por fin consigue enderezarse en el río Urubamba. La palabra “inutilidad” contiene el reconocimiento del absurdo y por lo tanto el sentido de lo trágico. Iza Herzog su roca y la hace descender por otra ladera, pero siempre hay más montañas y rocas. Camus habla de “victoria absurda” en “El mito de Sísifo”. Pero también: “El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre”.
El lunes pasado le escuché decir a Marcelo Cohen una frase que me recordó a Herzog y la metáfora irresuelta del barco: “No podemos vérnosla con lo que nos significa”.

sábado, mayo 16, 2009

El mañana de ayer

Rastreo lo subrayado y al transcribir armo dos series. Una con pasajes que refieren al trabajo de filmación, en los que Herzog da cuenta de su desazón por las dificultades pero también muestra una gran fortaleza. En la otra pongo descripciones del entorno salvaje, que no menos que la primera serie delinea un autorretrato: la naturaleza que lo rodea le habla de su propia naturaleza -esto me recuerda las clases sobre romanticismo alemán, aunque por lo leído en una entrevista creo que rechazaría esa filiación. Claro que podrían armarse otras series, pero este recorte señala lo que más me impresionó: la persistencia de llevar adelante su idea en un medio adverso, la soledad, la propia conciencia de estar trabajando al borde del desastre y por otro lado la capacidad de percibir hasta las partículas de polvo alrededor, percepción que entremezcla con ensoñaciones, las deslumbrantes metáforas que emplea. Sobre esto último, para mí resulta claro que Herzog tenía en cuenta que el diario iba a ser leído por otros, en especial cuando reflexiona sobre el lenguaje mismo y sus limitaciones (“Luego cayó una lluvia increíblemente fuerte y tranquila sobre la selva; llamarla lluvia es algo a lo que el idioma mismo se resiste”; “El mundo acá ya no parece dispuesto a seguir siendo reducido a palabras”). No copié todo lo subrayado, no posteo todo lo copiado.

Río Camisea, 14/2/81
El río algo más bajo hoy. Mauch, Vignati y yo subimos con machetes la pendiente y trepamos sobre la plataforma en el punto más alto entre los ríos y nos dejamos mecer por el viento. Estábamos del todo solos con la selva, nadamos suavemente sobre sus copas humeantes, y ya no tuve miedo frente a la idea de hacer pasar un barco enorme por encima de la montaña, aun cuando todo en este mundo aquejado de gravedad hable en contra de ello.

Iquitos-Lima, 18/2/81
Desparramado en el asiento, mientras Gustavo me llevaba a toda marcha por entre los baches hacia el aeródromo, tuve la idea; ¿por qué no actuar yo mismo de Fitzcarraldo? Me atrevería a hacerlo, porque mi tarea y la del personaje se hicieron idénticas.

Camisea, 29/4/81
Con Laplace hay un grave problema: me llevó a un costado y me dijo que W. se peleaba constantemente con él y que así no podía seguir trabajando, que se quería ir. L. dice que quiere aplanar tanto la cuesta que sólo quedaría una caída del doce por ciento, lo que la haría verse como una brecha en el terreno de un istmo. Le dije que no lo iba a permitir porque de esa forma perderíamos la metáfora central de la película. Metáfora de qué, me preguntó. Le dije que eso no lo sabía, sólo que era una gran metáfora. Quizás no era más que una imagen que dormita en todos nosotros, y yo soy apenas aquel que la pone en contacto con un hermano al que todavía no conoció.

[Sobre esto tengo que comentar algo: ayer Quintín leyó este pasaje en el Goethe, sin la última oración que acabo de anotar. La propuso como un ejemplo del ánimo burlón de Herzog. No estoy de acuerdo. Hay otros pasajes en los que apela al humor, a la burla, al absurdo, pero no éste. Rió y gran parte del público también, pero supongo que por simple empatía. [Lo que sigue me va a hacer quedar como maniática. Cuando terminé de leer el libro volví a ver Mi enemigo íntimo, porque muchos fragmentos del libro figuran narrados por Herzog ahí de manera casi idéntica. Quería escuchar la entonación de Herzog en esos pasajes. Está lo del barco como gran metáfora, se lo dice al fotógrafo Beat Pressner. Y no ríe. [A propósito, ya que estoy metida en esto: para mí la metáfora del barco refiere al esforzado Fitzcarraldo, es decir a Herzog mismo]]]

Iquitos/Camisea, 23/5/81
Laplace cree que es demasiado empinado, Kinski miró el terreno y anunció que lo que me proponía era completamente imposible, impensable, dictado por la locura. Se está convirtiendo en el epicentro del desánimo. Observando mejor, se me hizo evidente que nadie estaba ya de mi lado, ninguno, nadie, ni uno, ni uno solo. En medio de cientos de extras indígenas, docenas de trabajadores forestales, la gente de los barcos, personal de cocina, equipo técnico y actores, la soledad me golpeó como un animal gigante y enfurecido. Pero yo veía algo que los otros no veían.

[Sobre la segunda serie, se me ocurre ahora que veo estas imágenes reunidas qué trabajo le habrá costado a Ariel Magnus traducirlas, y a la vez qué enorme placer debe ser arrancar con esfuerzo de un idioma extranjero y ver surgir en tu lengua natal tanta belleza.]

Iquitos, 23/10/79
Arando los siglos, un sol sombrío se alzó hoy sobre la selva, que estaba llena de venenos, festiva y densa. Humeaba de orquídeas en celo, la jungla olía a sudor dulce y lujuria.

Camisea, 8/2/81
El día tiene el ánimo de las noches cargadas de miedos.

Camisea, 13/2/81
¿Alguien escuchó suspirar a las piedras?

Iquitos, 15/2/81
Cuando volví por el sendero hacia mi choza casi todo estaba cubierto por la maleza, yo era como un forastero y la casa ya no me reconoció. Entre las plantas de yuca un hombre da golpes con su machete. Mi sartén se oxida. De la pared cuelgan cosas que parecen mirarme fijamente y preguntarse sorprendidas si yo sigo siendo suyo.
[…] Las cigarras nocturnas serruchan el tiempo. El cielo está desamparado y quieto. Por mi ventana entra, con lo negro, la noche.

Camisea, 6/4/81
La afiladísima hoz de la luna ascendió de forma matemática sobre la selva aún jubilosamente humeante; luego fueron las cigarras y las voces nocturnas las que capturaron a la oscuridad en el gran abismo de la noche.

Camisea, 12/4/81
Empezó a llover. El río es marrón-verdoso, acompasado y bajo. Los bananos a la izquierda de mi choza están hinchados, desvergonzadamente sexuales. En la tranquilidad de la lluvia el paisaje practica la sumisión. Una profunda respiración atraviesa la selva, todo está quieto. Vacilantes se despliegan los helechos, que habían mantenido escondidas sus tiernísimas puntas. Plantas carnívoras que sudan grasa invitan a la ruina.

viernes, mayo 15, 2009

La comprensión de una gran inutilidad

Pero la pregunta que todos querían ver contestada era: ¿tendría yo el temple y la fuerza como para empezar todo de nuevo desde el principio? Yo dije que sí, de lo contrario sería alguien que ya no tiene sueños, y sin ellos no querría vivir.

Werner Herzog, Conquista de lo inútil (Diario de filmación de Fitzcarraldo)

Un mediodía de abril en que deambulaba como tantos otros por librerías de la avenida Corrientes me sentí alcanzada por un rayo en medio del patio tal como dice Horacio Oliveira que se manifiesta el amor cuando vi sobre una tapa la foto inconfundible de un desaforado Kinski en primer plano -el saco blanco como tirado al descuido sobre el cuerpo- y detrás, entre la neblina, el barco montañés. Pagué y me llevé la tapa y el resto del libro a un bar cualquiera pero cercano, cercano. Mientras leía el Prólogo, donde el barco que trepa la montaña es un perro y sus dientes, las manos me temblaban de tal manera que tuve que fijarlo contra la mesa inanimada para evitar el aleteo del papel y la consecuente dificultad para la lectura. El libro está colmado de imágenes poéticas -el autor habla de "paisajes interiores"- surgidas de una sensibilidad quizá acrecentada por el cerco de la selva -vegetación, agua, podredumbre- y, más todavía, por el cerco que Herzog se impone al perseguir una idea hasta el final: remonta su película, como el barco, contra el sentido común que le indica que sería mejor abandonar la empresa. (Al pensar en subir esto al blog recuerdo el cono de Bernhard). En varios momentos me conmovió. Quizá más tarde -esto puede ser mañana o pasado- copie algunos fragmentos.

jueves, mayo 14, 2009

Un libro de Herzog


Diálogo entre Claudia Cardinale y Werner Herzog, en Mi enemigo íntimo (Mein Liebster Fiend es el título original del film):

Una noche, cuando volvíamos del rodaje en el Amazonas, traías un pequeño libro.

Un diario.

Un diario, sí. Y lo escribías todo. Para ti. Y Klaus estaba muy, pero muy celoso. Porque se sentía excluido, ¿te acuerdas?

Sí. Tenía miedo de lo que escribía.

Exactamente. Para él era algo misterioso que lo excluía.

Me acuerdo.

Recuerdo tu libro. Tenía letras muy pequeñas.

Mi letra es normal, pero la reduje a un tamaño microscópico. Es muy raro. [Acá se inserta una secuencia de las manos de Herzog pasando las hojas del diario].

Era imposible. Creo que lo has publicado.

No, no lo he publicado. Ni siquiera he vuelto a leerlo.

miércoles, mayo 06, 2009

viernes, marzo 13, 2009

El cono

Cómo se ordenan los papeles últimos, miles de páginas, de un amigo que se ha aniquilado, se elige el lugar, ante todo, la buhardilla del taxidermista Höller, un cuarto de una casa construida “contra las reglas del sentido común y el arte de la construcción”, leí dos novelas antes, construidas en contra del sentido común y el arte de la construcción, quizá también ésta, ya en estos cimientos acumula, traza una idea, se pone a darle vueltas alrededor, retrocede, así Bernhard, por ejemplo, una oración de tres páginas, me gustaría verla en alemán, aunque no pudiese entenderla, ver las palabras, su dibujo, recuerdo por referencias de Birgit que en alemán pueden formarse palabras que significan toda una frase, por inflexiones, en Hormigón un hombre narra la relación de atracción y rechazo -y aún ese rechazo como forma de apego, deplorable necesidad- con su hermana, esa relación es parte del hormigón que lo encierra -otra parte sería la enfermedad-, en Corrección la hermana de Roithamer es influencia devastadora, devastada y ya muerta otra vez devastadora y final, pero a pesar de esa certeza avanza con su particular estilo el narrador, desbrozando, aclarando a cada paso, se detiene, una inhalación, “como me consta”, “especialmente”, altos en el camino, y sigue, o repite una frase de manera idéntica, o cambia una palabra, hasta que se desembaraza de la frase para poder continuar, ah, esta buhardilla en la que puedo tocar las palabras, reconociéndolas como si fuesen mías y las hubiese perdido, para un obsesivo no hay mejor lugar que una buhardilla, distante de los demás, limitada para uno, para el relato de un obsesivo sobre otro obsesivo, nada mejor, y yo, lo que repite repito, releo la frase repetida, la multiplico, compruebo la marca que deja, en la novela, mi lugar para pensar, leo, sobre los austríacos: “tendían siempre al suicidio, porque creían siempre ahogarse por el hecho de no poder cambiar por nada su posición”, para quien se ve condenado a permanecer estático en una postura incómoda lo lógico es desaparecer, acometer el único cambio posible, la posibilidad de cambio, por otra parte, sopla por sobre las heridas, aliviando el dolor, entonces, a pesar de querer matarse siempre, evitarlo siempre, mientras el frío de Austria minimiza los movimientos, admiro en este autor su capacidad para el buceo, donde creo que ya es suficiente va más hondo todavía, examinando todas las derivaciones posibles de una idea, no sólo lo que encierra la idea sino lo que abre, me recuerda a Kafka en la descripción minuciosa de los estados mentales, pero por qué Corrección como título, hubiese debido llamarse El cono, si está, como en el bosque, en el centro, se apelmazan las palabras alrededor, si escribe tejiendo bosque, Beckett idea en "El despoblador" un cilindro dentro del cual la gente sube y baja por escaleras perpetuas, o perpetuamente, así escribe Beckett, subiendo y bajando sin objeto, en la comprobación de ese absurdo, acá Bernhard construye un cono, una base amplia que termina en un punto, los papeles de Roithamer, miles, cientos, unos cuantos, casi nada, al final, el suicidio es la corrección, la decisión de poner el punto, la base se va depurando, esculpiendo hasta el punto, el último acto, después silencio, muerte, las últimas treinta páginas se lanzan en torrente, el que narra intercala fechas, las palabras las sortean, para llegar al claro del bosque, el claro, el espacio en blanco.

jueves, marzo 12, 2009

Martes de cadencia

Hermosa cosa, Eterna Cadencia, no conocía. Nora me había dejado un crédito ahí, una fe en que iba a disfrutar acariciando esos lomos. Estorbé a los que intentaban y a veces lograban avistar desde la librería a Abelardo Castillo por desborde del café (comentario gustoso, oído mientras consideraba la edición tapa dura de 2666, citado con comillas blandas, aclaro, porque no tomé notas: “un mal novelista es como un mal mentiroso, abunda en datos para justificarse y así se embrolla y se pierde”). Al final me llevé uno de ensayos de Coetzee nunca visto antes en librerías corrientes, el del pájaro de Murakami (te consume, dijo Mariana), el volumen de relatos de Tolstoi (Alejandro lo anduvo toqueteando y lo entibió para mi mano) y el placer de ver a Paula. En Ultra, Ramos presentó Portland, de Ferreiro, bailó una cumbia que supuse colombiana, Grinjot y la Ludwig Van cantaron y tocaron violines. Y un cello. Elegí syrah para darle el gusto a Nora y me di el gusto. Ayer desayuné con ibuprofeno. Hoy con Coetzee.


jueves, enero 08, 2009

Fotografiar, leer

En el libro de Javier Marías Vidas escritas figura un ensayo sobre fotografías de escritores. Entre las fotografías reproducidas hay una de Samuel Beckett sentado en un rincón de un cuarto vacío. Beckett parece receloso, y, en efecto, Marías define su expresión como de "acosado". La pregunta es: acosado, perseguido, ¿por qué o por quién? La respuesta más obvia: por el fotógrafo. ¿Realmente decidió Beckett por su propia y libre voluntad sentarse en un rincón, en el cruce de tres ejes dimensionales, mirando hacia arriba, o el fotógrafo lo persuadió de que se sentara ahí? En esa posición, sometido a diez o veinte o treinta flashes de la cámara, con una persona inclinada sobre ti, no es difícil sentirte acosado.
La cuestión es que los fotógrafos llegan para llevar a cabo una sesión con alguna idea preconcebida, a menudo del tipo cliché, de la clase de persona que es el modelo que van a retratar, y se esfuerzan por corporizar ese cliché en las fotografías que toman (o, por seguir el giro idiomático de otras lenguas, las fotografías que hacen). No solo procuran que la persona pose según dicta el cliché, sino que cuando vuelven a su estudio seleccionan de entre los negativos los que más se aproximan al cliché. De ese modo llegamos a una paradoja: cuanto más tiempo tiene el fotógrafo para hacer justicia a su modelo, tanto menos probable es que le haga justicia.

J. M. Coetzee, "16. Sobre el hecho de ser fotografiado", en Diario de un mal año