viernes, marzo 19, 2010

Filosofía del carnicero

Él cuida la selva en la que los hombres han sido reunidos para su fortuna o su desgracia, él se burla de aquellos que la devastan y aspiran a salir de la húmeda oscuridad, pues sabe que el hombre, aunque construya casas con anchos portones de entrada para vehículos o aunque se desplace en automóviles, jamás avanzará más allá del confín de la selva; sabe que el principio y el fin de todo lo humano se encuentra en la oscuridad del sueño primordial y del olvido; que cada acción, cada conversación, cada cosa se que hace, cada cosa que se deja de hacer, puede conducir de regreso a la oscuridad de la espesura primitiva, y que la sombría llama está siempre lista para salir y devorarnos.
Hermann Broch, El maleficio


El saber del mundo no es un saber de matadero y no es profundo. El matadero permite una filosofía radical de la profundidad.
Thomas Bernhard, Helada

domingo, marzo 14, 2010

La letra instrumental

Siempre es musical Bernhard, una musicalidad interpretada por Sáenz, como ya se dijo por acá, pero ciertos pasajes se tornan sinfónicos en el oído más interno. Leo en Helada el fragmento titulado “En el asilo”, un apartado, lo escucho, después lo repaso y pronuncio, usando diferentes entonaciones: lo pongo a prueba. Subdivido el fragmento en unidades distinguibles por su intensidad: una introducción ardorosa, en la que el pintor habla con el estudiante, lo apedrea con sus opiniones acerca de la vejez (“Los viejos son los ladrones de cadáveres de los jóvenes”); la descripción de cualquier día de visita del pintor a un asilo de ancianos; el relato de un suceso particular, en el asilo: un hombre inmóvil parece muerto hasta que el cuerpo confirma esa apariencia cuando cae; hacia el final el pintor dibuja con el bastón un esquema sobre el suelo nevado para volver sobre el tema ya expuesto, cierra con una nota grave y desaparece “en una de las muchas hondonadas”. Copio el instante de mayor tensión (y espero que este ejemplo explique mejor que mis palabras de qué hablo): “el hombre está detrás de la Superiora y pienso, la realidad es que ese hombre está muerto, me digo a mí mismo, me pregunto, ese hombre debe de estar muerto, tiene el aspecto de un hombre muerto, viejo y muerto, pienso, cómo puede ser que en todo el tiempo no lo haya visto, no haya visto a ese hombre muerto, ahí está estirado, con sus piernas delgadas y duras, como metidas en las fauces de la eternidad; me digo: ¡pero si no puede haber un muerto aquí! ¡No aquí! ¡No ahora!”.