jueves, junio 28, 2012

Los espejos y los otros son abominables


Mientras el día se agrisa camino por Paraná y pienso en una escena de Huis clos, film de Jacqueline Audry sobre la obra de Sartre, en la que tres personas se encuentran en una habitación cerrada, en el infierno, y descubren que no hay tormento mayor que la mutua compañía. Estelle se lamenta porque pretende retocar su maquillaje pero no encuentra su reflejo en el espejo de mano. Los espejos están ahí porque quedan bien, ha dicho el mayordomo, pero no pueden reflejar lo que no existe. Inés se ofrece en sustitución. Que se maquille Estelle y ella la irá guiando. Creo que hay en esa escena una clave para leer la frase famosa que Sartre le hace decir a Garcin, “el infierno son los otros”. El infierno más terrible es uno mismo, de quien los otros son espejo menos piadoso que el de cristal limitado a devolver la apariencia de la cáscara. Una vez ante el monitor busco el parlamento en la obra y encuentro las exactas -con la salvedad del tinte inevitable por el filtro de la traducción- palabras de Inés: “Anda, hazme preguntas. Ningún espejo te sería más fiel”.

miércoles, junio 27, 2012

Aire de Vila-Matas


Por cambiar de aires en las lecturas llego a éste: Aire de Dylan. Un escritor hastiado de perder el tiempo en el arte de enfilar palabras asiste a un congreso sobre el fracaso. Lo de siempre: nadie quiere de verdad fracasar. Salvo uno. Para la oreja el escribiente desganado: “Hoy ha muerto papá. O quizás ayer”. No, no dice eso Vilnius, un joven digamos que cineasta con notable parecido a Bob Dylan. Pero bien podría decirlo por la languidez con que lleva el luto. Vilnius ocupa el trono del rey muerto, en varios sentidos, pero atengámonos a éste: el invitado a perorar era el otro. Un buen comienzo para el fracaso. Así que el resto del libro se dedica, el que juró no volver a emprender la escritura de uno -esto no es un libro, ni una pipa-, en volverse sombra de Vilnius, que a su vez arrastra otra: la del padre muerto. Sí, como en Hamlet. De hecho, Hamlet es invocado varias veces. Como decía, el símil de Dylan ocupa la cama del rey muerto. ¿Dije cama? Es que se actualiza con él la que fue amante del padre, una rubia con facha de Veronica Lake o Scarlett Johansson y nada de Ofelia -acá cada uno parece otro; el escritor, por caso, a Lovecraft. "Ella no era Ofelia para andar a la rastra de príncipes balbucientes". No es de este libro la frase, pero lo alcanza. Voy por la página 200, me faltan unas 100, pero más o menos así va la cosa. Me hace reír de a ratos, a carcajadas que apago o no, según la circunstancia.

martes, junio 26, 2012

La trampa del concertista


Dando conciertos haces trampa, no exploras gran cosa, tomas viejos temas manidos que ya has tocado y no dudas en volver a servir al público. Sí, haces trampa. Intentas arreglártelas con el mismo esfuerzo, tocando casi del mismo modo. Hay una tremenda falta de imaginación. Ni siquiera recurres a ella. Envejeces rápidamente. Es una vida horrible.

Glenn Gould, en Glenn Gould: más alla del tiempo, de Bruno Monsaingeon

Glenn Gould íntimo


Veo un documental sobre Glenn Gould, por empuje de la reciente lectura de El malogrado, de Thomas Bernhard. Durante un largo rato la cámara lo toma de frente y de cerca. Esa proximidad sostenida empieza a resultarme incómoda. Gould entrecierra los ojos, gesticula con toda la cara y gira con el torso en círculos pivoteando sobre la cadera, olvidado del mundo fuera del propio. Siento un impreciso pudor, como si espiase a un hombre desnudo o estuviese observando -y no es otra cosa- una relación íntima.