miércoles, noviembre 29, 2006

Pasado pisado

Y ahí pasó la semana en que iba a subir un post todos los días. Qué perseverante es mi inconstancia. En estos días estuve lejos del estado contemplativo necesario para la reflexión. Mi cabeza fue arrastrada por el resto de mi cuerpo, agarrada por el cuello. Días movidos, en fin, pero nada que se me ocurra contar acá. Generalidades, que siempre resulta aburrido leer. Tragos en The Temple Bar, el viernes, con amigos. El sábado, asado con la prima. Me acuerdo de haber dicho muy seria algo que ahora me parece absurdo: “Le digo Julián cuando lo reto porque para eso va mejor una palabra aguda, con el peso al final. Julio se dobla, ¿ves? Ju (dedo índice sube) lio (baja, completando un semicírculo)”. Domingo, día en familia. El lunes fue sólo eso. Lau me llamó para ver si quería ver Potemkin con orquesta en vivo, pero yo tenía examen de inglés. Hasta en eso el lunes se empeñó en fastidiarme. Anoche, milanesas y risas con Marcela. Hoy, parafraseando a Dipré en “Lluvia”, quizá tampoco escriba.

domingo, noviembre 26, 2006

Physical

Leo en la Rolling una nota sobre You Tube. Dejo la revista y vengo a hurgar, buscando lo que vi ayer, un recital de Zep en Seattle, 1977. Me acuerdo de “Ten years gone” y apunto. Encuentro algo del ’79. Ni Bonham ni Page están hoy en el nivel de ayer. Plant está más afinado, eso sí. Pero no compensa, ayer Bonham me molió a palos. Acá se entibió. Hay que ver que el sonido del videíto no es muy bueno. Tengo que aprender a subir videos. Mientras tanto, quiero decir, mientras dure mi ignorancia en esos menesteres, si quieren, pueden ver éste. Yo los dejo, me voy, ya, a ver el otro de nuevo. A esperar la paliza de la batería. ¿Se entiende por qué es mi banda preferida? Una caricia, una sacudida. ¿Sienten?

viernes, noviembre 24, 2006

Nubosidad variable


Desperdigué las únicas palabras que escribí ayer entre los escritos de siete abogados y las orillas de Calasso. Ni una línea fuera de eso. Fotos con Nori y Evaristo al anochecer. A la una el aire todavía pesaba. Salimos. El helado de menta me despejó como un limpiaparabrisas.

miércoles, noviembre 22, 2006

Lo que K. nombra

Kafka intuyó que sólo se nombraban un número mínimo de los elementos del mundo circundante. Una afilada navaja de Occam se hundía en la materia novelesca. Nombrar lo mínimo y en su pura literalidad. ¿Por qué? Porque el mundo volvía a ser una selva primigenia, demasiado cargada de sonidos ignotos y de apariciones. Todo tenía una potencia enorme. Por eso era necesario limitarse a lo más cercano, circunscribir el área de lo nombrable. En ese círculo fluiría toda la potencia, dispersa de otro modo. En aquello que se nombra -una taberna, una diligencia, una oficina, una habitación- se concentraría una energía inaudita.

Roberto Calasso, K.

756

A veces, cuando estoy sentada frente al monitor, en casa, pensando cómo escribir algo, y las palabras se me resisten, me evaden, curvo las manos y las acerco -también se usa decir “ahuecar las palmas”, pero no me gusta esa expresión, las palmas no se ahuecan, el hueco está delante, o en todo caso, en éste por ejemplo, entre las palmas cuando se juntan pero no el todo-, rodeando una imaginada esfera donde voy dejando o más bien adonde dirijo eso que no puedo nombrar. Miro mis manos, la figura que forman. Sé que suena increíble, pero muchas veces las palabras salen de ahí, como si al unir las manos hubiera apresado lo que se empecinaba en escapar. Entonces rompo la esfera, escribo la palabra, la congelo, detengo su fuga y la sumo a mi colección. La miro satisfecha: está detenida, suspendida en el plano blanco, detrás del vidrio. Sí, se puede decir que colecciono palabras como otros coleccionan mariposas.

Los nombres

Probablemente más tarde me pregunte para qué habré contado semejante cosa, qué manía de exhibir así mi estupidez, dejarla acá tirada, tiritando en la pantalla mientras me olvido de ella y me voy a duchar, para que cualquiera que pase la mire y se ría. Pero no quiero pensar mucho si subo esto o aquello porque después pasa como ayer que el día corre mientras vacilo y el té se enfría. Escribir, escribo todos los días, más o menos, en el cuaderno Gloria de tapas naranjas -donde ya no queda lugar para amontonar más palabras-, en los márgenes de los libros -en este caso, a veces, lo que escribo no se relaciona con el soporte, me acuerdo de estar en un café y describir los gestos de una pareja de una mesa cercana en los espacios que Bolaño o más bien sus editores habían dejado libres-, en cualquier papel, bah, que después tiro, aunque en un momento me haya sido tan necesario, tan natural extremidad, dedo de mis dedos. También acá, claro, en esta cara luminosa que me mira. Pero subir, dar a leer, es otra cosa. Ahora me desperté y pensé qué confusión hago con los nombres y se me ocurrió contar eso mientras me despabilo. Dije hace poco que me había gustado Las palmeras salvajes de Foucault, y bien podía disculparme la hora tardía o el acohol ingerido, pero en las épocas de Facultad, no sé qué disculpas me habré buscado cuando me di cuenta de que había escrito en la carátula de la monografía de Literatura Española II (Siglo de Oro) “Profesora: Teresa Parodi”, Teresa, ¿ven?, en vez de Alicia. Y ahora saco de la biblioteca Un kilo de oro y busco el cuento “Nota al pie”, uno de mis preferidos de Walsh, para leer el nombre del muerto, León De Sanctis. Desde hace como 40 años el muerto, el de la nota al pie, se llama así. Pero el mismo día que entregué el trabajo sobre Walsh en el seminario de Piglia corrí a comprobar lo que temía: sí, había escrito, cada vez, en lugar de León de Sanctis, León Bloy.

Modos de leer

Leo un poema. El tiempo no se detiene, está ahí, abajo a la derecha, acechando. Primero me desplazo rápido, sabiendo que dejo delicias sin probar en el camino. Busco ver adónde apuntan todos esos signos. Encuentro el centro, pero para eso tengo que llegar al final. En el reloj pasó un minuto. Vuelvo y me sumerjo. Esta vez casi puedo escuchar cómo el tiempo se deshace alrededor. Se desprende del reloj como si le pesara, se multiplica en fragmentos, se bifurca, le salen brazos por todos lados. En la primera lectura las palabras abrieron un pozo y me dejé ir por la pendiente. Vuelvo a leer: las paredes del pozo se ensanchan. En el primer verso me enciendo, en el segundo temo y me agazapo, en el tercero mi mirada recorre la distancia imposible: de mis ojos al cielo, mucho más allá de la ventana. Y así hasta el final. Mientras me paseo por el poema, agarrando cada palabra y haciéndola rodar para ver cómo suena, cómo brilla, el tiempo está hecho de cosas como éstas: este segundo quema, este otro tiembla, éste me marea.

lunes, noviembre 20, 2006

Suprimido

Así se titula un capítulo de Memorias póstumas de Blas Cubas, de Machado de Assis. Al narrador le parece que lo que acaba de escribir es demasiado estúpido y lo suprime en la última línea. Se aplica al post anterior. Hoy decidí eso y lo sostengo, pero la que seré mañana quién sabe.

Disuasión

Decidí que esta semana voy a postear algo todos los días.

Calasso

Me encantaría recortar algo del libro de Calasso que me prestó Inés y pegarlo acá, pero cuando veo el fragmento ahí, inerme, desnudo sin su resto de hojas adelante y atrás, me doy cuenta que no tiene caso. Este libro se desangra si le corto una parte, o al menos los trozos que más me gustan hay que apreciarlos unidos al cuerpo. Puedo ver que lo que creí entender cuando lo ojeé es bien distinto de lo que entiendo ahora. Para ser justa, debería decir “entreveo”. La verdad es que mucho se pierde por un saber que Calasso da por sentado en el lector y que no tengo.
Además: qué daría por un cuchillo de obsidiana.

jueves, noviembre 09, 2006

Pasajes

Leo siempre que puedo. No es mucho, ni una mínima parte de lo que querría. A veces, caminando por Paraná, voy leyendo y atisbando fuera de los márgenes del papel los otros márgenes: los bordes de las cosas, o de los otros, las puntas de los zapatos que anuncian un cierto volumen y peso móvil con el que es posible tropezar con la consiguiente interrupción brusca de la lectura. Sin embargo puedo concentrarme bastante en lo que leo, entrever por ejemplo tierra reseca mojándose con la sangre de perros y baldosas quebradas, sombras en movimiento, bultos desenfocados de los que trato de apartarme.
Hace una hora, más o menos, mientras me dejaba izar por la escalera mecánica, iba leyendo: “…una secuela de la agresión. Con el tiempo el propio organismo sabrá cómo reponerse, y yo, el espectro que lo habita, volveré a ser el mismo de siempre”. El papel se agrisó. Faltaba algún tubo fluorescente. En la semioscuridad entrecerré los ojos y se perfilaron las palabras: yo, el espectro que lo habita. Enseguida la luz de la mañana le devolvió la blancura al papel y la definición a las letras impresas. Volví a leer: el mismo de siempre. ¿Cómo es posible que cosas como ésta me conmuevan?

miércoles, noviembre 01, 2006