lunes, noviembre 30, 2009

Nave


(Foto: Fiorella Romay)

lunes, noviembre 23, 2009

Spool

Por cortesía de un o una tal Nadelein84 puedo ver en youtube a Krapp personificado en John Hurt. Me quedo donde él se queda, en la palabra “spool” (y recuerdo a Walter Santa Ana llevarla, traducida, a la rastra por toda la boca como si pesara o la anclase: “caarrrreetee”). En un pasaje como éste se hace evidente que toda literatura es autobiográfica. Cómo va a escribir sobre eso Beckett sin haberlo experimentado. No puedo sino imaginar su rostro... aviforme en el momento de desenrollar su “spool”: la “s” apretada entre los dientes, la “p” que detonó la vocal, el regodeo en las inflexiones para alcanzar “el instante más feliz de los últimos 500.000” o algo que se le pareciera.

miércoles, noviembre 18, 2009

Mañana con cielo irresoluto. En el viaje a la oficina me lamina la piel un fino sudor. Lloverá, qué celeste ni ocho cuartos. Leo esta frase y un rato después me acompaña todavía: “Lúgubre es el sol de la lucidez” (Marcelo Cohen, Casa de Ottro).

martes, noviembre 17, 2009

Un eclipse deslumbrante

Entre las mejores cosas que me pasaron por estos tiempos está el descubrimiento de las películas de Béla Tarr. Armonías de Werckmeister comienza con un eclipse representado por borrachos en un bar. El que ordena la constelación es János, a quien la cámara va a seguir durante casi todo el film: un caminante, testigo de los hombres y sus obras. De la belleza a lo abominable, pero nada de facilitar al espectador apaciguadores juicios: como en otros films de Tarr, muchas veces los hombres actúan regidos por fuerzas que no dominan ni comprenden. Dice János, acerca de una ballena que llega al pueblo, pero la frase se irradia sobre todos, ellos, nosotros: “Qué misterioso es el Señor que se divierte con tales extrañas criaturas”.

lunes, noviembre 16, 2009

(Algunas páginas se meten por los ojos como cuñas. Sin embargo, cuando eso pasa podría decir, gozosa, en medio del dolor del reconocimiento: acá estás, parte de mí, no sé cómo pude vivir antes sin saber que existías, te presentía, por fin nos encontramos.)

Krapp por Santa Ana

El viernes pasado fui al San Martín a ver Krapp, la última cinta magnética. Walter Santa Ana hace un trabajo... demoledor. Hieren los pasos vacilantes, la mirada que se fija sin ver casi, la risa quebrada. Sentada en la primera fila, en una obra representada a nivel del suelo, estaba cerca del escritorio de Krapp, de Santa Ana, aunque a la distancia suficiente para verlo, sin estorbarlo, debatirse, tirar las cosas de los cajones, comer, concentrado, su banana, pero todavía más, para dar lugar al movimiento de su propio derrumbe. Hay que ver cuánto espacio precisa un hombre para derrumbarse. Porque caminaba, comía, movía los brazos torpemente, aunque es injusto que lo diga así, con dificultad, eso está mejor, la vejez, la inercia que empujaba desde la quietud, el peso, no sólo del tiempo, sino de lo que hay en el tiempo, el rememorado. El peso de las posibilidades truncadas. Entre la resaca antigua de 30 años, la desesperanza ya: “Tal vez se han ido mis mejores años. Cuando existía la posibilidad de ser feliz. Pero no me gustaría volver atrás”.

Fielmente, fielmente

En casa de otro quedó mi tomo de relatos de Beckett. Hay ahí, entre tantos párrafos que marqué -subrayé, circulé, cerqué con llaves-, uno que le leí en voz alta, a otro, una noche de junio. Hace poco volví a leerlo y resolví resguardarlo, vedarlo para mi voz, que quedase así pronunciado por mí una última vez, esa vez, como quien encierra una foto en un medallón y lo sella.