jueves, junio 30, 2011

Cómo terminar una novela

Y, sin embargo, está bien, todo está bien. ¿Qué? ¿No es así? ¡Está bien, maldita sea, y a quien diga lo contrario, un puñetazo en el morro!

S.I. Witkiewicz, Adiós al otoño

miércoles, junio 29, 2011

Influjo

Después de la tercera y antes de la cuarta vez -o entre la quinta y la sexta, no sé- que veo Ohio Impromptu busco el cuaderno -el blanco, el de la mesa de luz- para tomar unas notas, quiero poner la fecha y dudo. Marca, registro, mojón, la fecha. Pero además es un límite, un “desde acá”. Estruendo del número. Si pongo 29 eso significará que el 28 se habrá ido para siempre. Es tranquilizadora la imagen de la ruta para una vida, pero uno no puede volver atrás -acá es cuando noto que ha, digamos, medrado, sobre mí lo visto y oído-, no se pude retroceder tomando la próxima curva. La ruta, si hay una, es apenas el espacio que piso y poco más. Adelante espera un horizonte neblinoso, atrás se desplomó la catástrofe. Negrura pura, hoy, el 28. La memoria le pone algunas luces, en un gesto que se parece al de arrojar una sábana sobre un fantasma para darle forma.

La última lectura

En un cuarto hay dos hombres sentados a una mesa. Uno lee un libro. “Queda poco por contar”, dice. Ha girado la página, siguiendo el texto. Restan pocas. Por contar. El otro escucha y se sostiene la cabeza con una mano, que además le cubre la cara, como si cargase un peso descomunal o como si le doliese. Se descubre: es idéntico al lector. Un amor perdido, como el de Krapp. También como en Krapp la expresión del oyente es la del desesperanzado. Golpea la mesa, manotazos para aferrar esos jirones de pasado, de sí mismo. La mayor parte de las veces esto tiene un efecto en la actitud del otro: retrocede y relee la última oración. “Luego daba la vuelta y volvía sobre sus lentos pasos”: lo escrito sucede. El oyente parece exasperarse de a ratos contra el lector, pero como quien se impacienta consigo mismo cuando advierte que está girando en círculos sobre un tema sin solución. La parca música de las palabras inglesas, navajazos en frases breves. “La triste historia contada una vez más”, como las cintas del otro, tantas veces oídas, antes de la última. “No queda nada por contar”. Golpe. “No queda nada por contar”.

martes, junio 28, 2011

La nuez

Pensar en los momentos premonitorios de una obra narrativa me acerca, ineludiblemente, a la célebre entrevista donde William Faulkner confesaba que el estímulo inicial de una novela surgió de la contemplación de las braguitas de una niña que intentaba trepar por el tronco de un árbol. Durante días y días aquellos calzoncitos y aquel árbol se le aparecían en los momentos más inesperados. Se servía un whisky y entre las rocas aparecía la prenda íntima; intentaba leer un periódico y sobre la página impresa flotaban los muslos de una niña; veía pasar a una vecina fruncida y apergaminada por la acera de enfrente y en el trasero de aquel tétrico anuncio contra la lujuria no podía dejar de sobreponer los pequeños glúteos de la niña que trepaba por el tronco de un árbol. Aquella imagen inicial comenzaría en algún momento a ramificar. Se me ocurre que un día el escritor debió imaginar bajo aquel árbol a un niño que se debatía entre la vergüenza, la humillación y la necesidad animal de mirar las piernas desnudas y la prenda íntima de esa niña que resultaba ser su hermana. Encerrada en esa nuez, se encuentra ahí la esencia de una de las más extraordinarias novelas de nuestro siglo, la que cuenta la pasión de Quentin Compson por su hermana Caddy y su trágico desarrollo. Su título: El sonido y la furia.

Sergio Pitol, Trilogía de la memoria

(La entrevista a Faulkner de la que habla Pitol se puede leer acá).

jueves, junio 16, 2011

Eufónico

Dijo Matías que Villa Gesell les sonaba más alemán que Bariloche y por eso en X-Men Primera Generación le pusieron ese nombre a un poblado desperdigado entre montañas y frente a un lago azul. Yo dije que no, que lo que pasaba era que Bariloche no es eufónico. Es mapuche, dijo Marcelo. Qué tiene, dije, igual no suena bien. Si hubieran dicho, ponele, Patagonia, ahí ya sería otra cosa. Patagonia es musical, por eso la usan tanto. ¿O por qué la pampa tiene el ombú, si hay un montón de otros árboles? Pampa, ombú: un ruido de tambores. (Un silencio). Pero seguramente no tiene nada que ver y es por lo que dice Matías, dije.

martes, junio 14, 2011

Ever en Pánico

Una noche de octubre del año pasado fui al bar de la radio La Tribu a ver a un amigo que leía un cuento suyo dentro del ciclo "Carne Argentina". Después de las cuatro lecturas previstas Leo Oyola se acercó a la mesa a felicitarlo y a tomar unas cervezas. Me acuerdo de que le dijo que a la gente de Pánico el Pánico le había gustado su lectura.
Mañana Ever Román presenta en sociedad Osobuco en el Club Cultural Matienzo (Benjamín Matienzo 2424). Ahí nos vemos.

Un misterio

¿Por qué se hace uno amigo de alguien? Para mí, es un asunto de percepción. Es cuando uno se entiende sin tener que explicarse. No es a partir de ideas comunes, sino que se tiene un lenguaje común, o un prelenguaje común. Hay gente de la que no comprendo nada de lo que dice, aunque digan cosas sencillas; aunque digan: “Páseme la sal”, tengo que preguntarme: “¿Pero qué están diciendo?”. Por el contrario, los hay que me hablan de un tema sumamente abstracto y no estoy de acuerdo con ellos, pero lo entiendo todo. En esto hay un misterio.

Hay una percepción del encanto. Un gesto, un pudor, son fuentes de encanto. Hay frases insignificantes que tienen tal encanto, que dan fe de tal delicadeza que piensas inmediatamente: “Ése es mío” -no en el sentido de propiedad-, “es mío, y yo espero ser suyo”. En ese momento nace la amistad, puede nacer.

(El sábado por la mañana -la fuente con el mate y complementos todavía en la cama- oí a Deleuze hablar de estas cosas en el canal Encuentro. Después lo busqué en Youtube, encontré un poco acá y otro acá).

viernes, junio 03, 2011

Fin de salida

Nota tomada en una libreta de tapas negras que anda conmigo por estos días: La noche hacia atrás, antes del andén del subte donde uno toca en el chelo acordes de “Live and let die”, con acompañamiento grabado (una lástima, habría preferido el solo chelo, aunque apenas se hubiera adivinado la melodía; igual algo dejo, gracias). Y para estas cosas saco la libreta de la mochila minúscula de donde no puedo sacar porque no entra el libro, Los acuáticos. Tengo uno casi así en casa pero ésta es la versión de otro. Porque un libro con anotaciones o incluso subrayado es ya una versión. Acá dos intervinieron. El segundo subrayó: “ya que toda amistad consiste en un fácil trabajo conjunto para alejar la sombra”. (En voz baja, bajísima: “Lo que le pido es que usted lea y me diga cómo pensaba la persona que subrayó el libro”, le dice Selva a Ezequiel en Insomnio). Noche temprana tibia recién horneada, la frase iluminó como estrella que no vemos pero siempre está. Ahí dejé la servilleta del bar El Trébol, marca efímera, móvil, más que el trazo del lápiz. No conocía el bar ese de la Avenida de Mayo, oscurito, verdoso, varias clases de cerveza, tipografía angulosa en los carteles que anuncian las horas felices, todo lo que adorna un así llamado (Bernhard, que también, sí, estuvo) bar irlandés. Abro el libro, saco la servilleta (fabricada anónima, sin el membrete que se acostumbra estampar, nada más que un ribete celeste determinante como suelen ser los ribetes, anunciando el borde efectivo), eclipsa la frase que se pone: “ya que toda amistad consiste en un fácil trabajo conjunto para alejar la sombra”. Le dije: “Vos fijate, lo da como sobreentendido, sino para qué el ‘ya que’: todos sabemos, la amistad”. Porque la sombra se nombra, fue nombrada. Y ahora pienso que si la nombramos es porque no creemos, no queremos creer, ésa es la verdad, la nombramos para no pensar en que no puede ser dicha. Porque ya se sabe: si nos acercamos, la alejamos.