viernes, mayo 20, 2011

martes, mayo 17, 2011

La clepsidra de Schulz

Ahora que por fin me hice con un ejemplar de Madurar hacia la infancia, preciosa edición de Siruela de la obra reunida de Bruno Schulz, recuerdo con gratitud la tarde -dos años ya o casi- en que mateando con Ever me dijo, mientras me alcanzaba un librito de la colección que sacó el CEAL hace una pila de años: “Me gustaría que leyeras esto”. Se titulaba La calle de los cocodrilos, como uno de los cuentos, el primero que leí, extraordinario, y no el mejor, para mí, del volumen. El que más me gustó fue y es “El sanatorio del sepulturero” -Elzbieta Bortkiewicz que lo tradujo como “Sanatorio bajo la clepsidra” para Siruela se arrima más al original, “Sanatorium pod klepsydra”; y ya que estamos: Wojciech Has dirigió una buena versión fílmica de este relato, bajo el mismo título. Volví a leerlo esta vez emparejado con las bellas ilustraciones que Schulz había ideado para el cuento -acá se pueden ver, admirar sus dibujos.

Trataré de exponer el argumento.

Josef toma el tren de una línea muy venida a menos para visitar al padre, internado en un sanatorio. Viajan con él escasísimos pasajeros en ese tren “sonámbulo”. Cuando llega, después de atravesar un paisaje más bien turbio, se encuentra con el director del establecimiento y pregunta por el padre. Acá el que lee que ya venía inquietándose con el extraño tren y la comarca de esquiva descripción termina de desorientarse con el dictamen del médico. Después de asegurar que aún vive, relativiza esa circunstancia: “La muerte que alcanzó a su padre en su país, aquí no ha llegado todavía”. Sin más explicaciones para lo inefable, invita a Josef a verlo. Por cansancio o por la alegría del reencuentro, Josef no indaga por más precisiones. Acompaña al padre en tareas carentes de una finalidad clara, en una simulación de los gestos de la vida anterior, tan insustanciales como la vistosa comida que se exhibe en los restaurantes del fantasmagórico poblado que rodea al sanatorio. Los espejos se niegan a replicar la imagen del visitante. Pasa el tiempo -por nombrar de algún modo una vaga sucesión- y José acalla su desasosiego por no romper el hechizo. Al dejarse caer en esa tibia aquiescencia empieza a sufrir la influencia de la muerte en perpetuo gerundio. Perdido en el clima difuso del sanatorio él mismo se difumina. En un rapto de voluntad, finalmente -y no, sobre todo no, nada de “finalmente”- salta a un tren pretendiendo escapar. Pero el tren circula en un tiempo desquiciado, como si fuese un satélite del sanatorio describiendo una órbita de pesadilla.

Es un relato magnífico que leí varias veces. Creo que a nadie extrañará enterarse de que Schulz tradujo a Kafka al polaco. El volumen de Siruela contiene entre otros textos un comentario acerca de El proceso. Ahí sigue diciendo Schulz más allá del tiro que lo enmudeció:

“Los libros de Kafka no constituyen ninguna imagen alegórica, clase o exégesis de la doctrina, son una realidad poética autónoma, redonda, cerrada por todos los lados, justificada en sí y en reposo. Más allá de sus alusiones místicas e instituciones religiosas, la obra vive una vida poética propia, polivalente, insondable y no agotada por ninguna interpretación.”

Se me ocurre que también los relatos de Schulz contienen una realidad poética autónoma, redonda, cerrada, y uno como Josef no puede hacer otra cosa sino sumergirse y dejarse arrastrar, o arrasar, sin preguntas.

lunes, mayo 16, 2011

Addie Bundren no se fía de las palabras

[…] y las demás palabras que no son hechos, que sólo son los huecos de las carencias de la gente, que bajaban como los graznidos de los gansos desde la salvaje oscuridad en las terribles noches de antaño, tanteando los hechos como huérfanos a los que se les señalasen dos rostros en una multitud y les dijesen: ése es tu padre, ésa es tu madre.

William Faulkner, Mientras agonizo

Falkner

En este post lucubraba disparates hasta que un sacerdote jesuita de vida esforzada muerto hace 200 años me hizo callar.

miércoles, mayo 04, 2011

Madreselvas y glicinas

En el segundo capítulo de El ruido y la furia Quentin discute con la hermana. Intenta convencerla de que no se case, intenta o cree débilmente que intenta -intenta creer que intenta- matarla para después matarse y ella cede -querida Caddy-, ofrece el cuello al cuchillo, se hunde un poco en una mata de madreselvas. Tiempo después recuerda Quentin el episodio asociado con el perfume de esas flores, “el más triste”.

Puedo recordar como Quentin la discusión con bastante detalle, pero no ese aroma. Busqué y supe que hay madreselvas en el Jardín Botánico de esta ciudad. Lo que queda lejos es setiembre, cuando según los predictores que se ocupan de esas cosas esa especie florece. Será cuestión de esperar. Meses antes de que se abran los pimpollos están condenados a la desolación.

En cambio conozco las flores que avivan los recuerdos desgranados en ¡Absalón, Absalón! Un vecino tiene glicinas en el fondo. En las noches cálidas me demora en el pasillo que conduce a casa su exhalación dulzona. En pleno otoño puedo extraer fácilmente de la memoria ese perfume, vívido como en un sueño, y sobreimprimirlo a las palabras: “Era aquél un estío de glicinas. Su aroma impregnaba la media luz crepuscular…”.

domingo, mayo 01, 2011

La luz de hoy

1º de mayo, día del trabajador. Es domingo y llueve con intermitencias desde el viernes. Ahora por ejemplo no pero el mediodía llega tamizado por el gris desparejo, desteñido de lo que llamamos cielo. No es una luz, como se dice, mortecina, sino intensa, pero lechosa, como si no fuese el sol lo que alumbra el suelo y lo adherido sino una enorme luna, y las cosas me parecen más vivas que de costumbre. Quiero decir: las cosas no vivas. El cemento descubierto de la baranda de la escalera que lleva a la terraza y sus manchas, piel animal. Pienso en el musgo que sin duda aprovechó los claros donde falta pintura –y quién sabe si no es esa tenue, minúscula vegetación la que la desalojó.

Otoño y hace un rato cantaba “por el asfalto bailan los remolinos”, porque al andar en auto por un boulevard íbamos quebrando las rondas de hojas amarillas. Viento por todas partes y el aire cargado de agua sutil. Hoy me gusta el día así.