lunes, abril 29, 2013

Un animal impreciso

Hace un rato, mientras leía una vez más "Josefina la cantora o el pueblo de los ratones" y pensaba en el entramado de avances y retrocesos que tejen los argumentos ofrecidos para explicar el misterio de la voz de Josefina, me di cuenta de esto otro, que no había notado antes: si no fuese por el título del relato y por una "ratita" que se pone a chillar a la par de Josefina, no sabríamos a qué especie pertenecen Josefina y el narrador. Hay pistas: Josefina tiende a arrastrarse por el suelo y antes de cantar se yergue; mientras ella canta algunos hunden el hocico en el pellejo del vecino. Nada de esto es concluyente. Se habla repetidamente de "pueblo" -"este pueblo tan acostumbrado a la desgracia, nada indulgente consigo mismo, rápido en tomar decisiones, buen conocedor de la muerte, tan solo temeroso en apariencia"-, de "individuo", de niños incluso -para ellos, se dice, "no tenemos escuelas". Sin el título como faro y la atrevida ratita a la que hacen callar los congéneres estaríamos tan desorientados como con el insecto de "La metamorfosis".

lunes, abril 22, 2013

Creyente

Dijo Chantal Maillard: “Escribo para que el agua envenenada pueda beberse”. Y le creí.

domingo, abril 21, 2013

Dos vértices



-Soy Santiago -dije.
Y ella me dijo que sí con los ojos, que empezaron a ponerse ligeramente acuosos.
-Soy Santiago y no soy tu marido –dije y mi voz era como un recuerdo.
Y ella volvió a decir que sí y los ojos, tan buenos amigos míos, me lo confirmaron con dos pequeñísimas lágrimas que tal vez ella creyó no me resultarían visibles.
Se rehízo y habló, hablando cuatro palabras puras de corazón que acogí con el cariño de mi silencio, que era mi respuesta enternecida y prudente. Entonces, ella pudo mencionar el té.
Pero yo, claro está que por las lágrimas y no por el té que no era preciso agradecer, dije “Gracias” y muy pronto, como era conveniente, pude decir “Adiós, Laura” y todavía “Gracias, Laura”.
Y me fui con esa deseada tristeza de saber que, si yo la perdí, ella también me perdió.
En fin, que así es. Aunque en rigor de verdad no puedo decir que lo sea, pues no sé con certeza si este segundo episodio ha sucedido realmente.
Antonio Di Benedetto, El pentágono

Me gustó esta novela temprana de Di Benedetto, que no conocía. Hay algunos giros, frases, párrafos que avanzan algo de lo que vendrá y que más admiro en él: percepción hasta los huesos de las cosas y sucesos acompañada por el ademán poético que siempre parece natural, no forzado, como los movimientos de quien baila solo en la casa oscurecida. Este pasaje en particular quizá no sea buen ejemplo de esto que voy diciendo, pero lo recorté por su fuerza emotiva. También podría haber dicho acá Santiago, con la otra: “Mi cariño, Laura, es como el cariño de los tontos: mi cariño dura”.

domingo, abril 14, 2013

El músculo insolente

Un explorador portugués y melancólico en el continente negro intenta alejarse de la muerte de su esposa como si el dolor fuese un lugar. Aparecida en un paisaje que no conoció en vida ella emite una condena: “Por más distancias que recorras, por más días que pasen, de tu corazón no conseguirás escapar”. “Entonces moriré”, se resigna quien ha sido intrépido por desesperación. Y todavía el cocodrilo que le da fin seguirá al fantasma de la mujer.

La fábula está envuelta en una película dentro de otra: Tabu, de Miguel Gomes. Corre el film frente a la aquietada Pilar, bondadosa vecina de una anciana ludópata y paranoica, Aurora, que vive con una criada y es ignorada por su hija. La primera parte de Tabu, “Paraíso perdido”, se tiende en los hilos que unen a las tres solitarias mujeres. Es verdad que hay un hombre en la vida de Pilar pero más que acompañarla acentúa su soledad. Al final de esa primera parte encuentra a otro. Ventura develará el enigma de la juventud de Aurora. La segunda parte, “Paraíso” es íntegramente narrada por él. No hay diálogos directos, aunque sí un intercambio de cartas -la carta, esa forma de diálogo macerado en la escritura. Así nos enteramos de que como el explorador Aurora no ha podido escapar de su corazón, “el más insolente músculo de toda la anatomía”.
 

“The desires of the heart are as crooked as corkscrews”, escribió una vez W.H. Auden.

sábado, abril 06, 2013

Amasijo acerca de Crónica de Dalkey

Umbría a la sombra de sus dos obras más renombradas asombra Crónica de Dalkey, de Flann O’Brien. Vuelve De Selby, científico y teólogo, con una sustancia que puede ocasionar el exterminio de la raza humana o también, en pequeñas dosis y ámbitos propicios como por ejemplo una cueva submarina, propiciar una charla con San Agustín. Un cantinero de Skerries es un posible James Joyce “regresado de su tumba” -piensa Mick-, que niega haber escrito Ulises, “ese libro mugriento, esa colección de inmundicias” -dice Joyce-, y reniega del destino escogido por Stephen hacia el final de Retrato del artista adolescente: pretende enderezar esa torcedura entrando a la Compañía de Jesús con la esperanza de alcanzar el cargo de rector de Clongowes. Hay también un policía que predica la biciclosis, que, como cualquiera que haya leído El tercer policía sabe, es la parcial conversión de una persona en bicicleta por contacto asiduo.
Los protagonistas de la novela son dos amigos, Mick y Hackett, habitantes de esa ciudad cercana a Dublín llamada Dalkey. Poco a poco el primero, por carácter y caracterización, irá ganando el centro. El lector deberá seguirlo a menos que prefiera otro libro y, como él, será tomado continuamente por sorpresa. El narrador intervendrá de a ratos para disculparse por su torpeza en la descripción o invitar a la risa. El final irrumpirá con un asalto doble a lo esperado.