viernes, diciembre 18, 2009

Aquel reino singular

Aquí y allá era recogido todo, pues, por un grado de organización superior y repartido cuidadosamente entre la vida orgánica y la inorgánica, y cuando, tras una larga resistencia, el tejido conjuntivo, los cartílagos y los huesos abandonaron la inútil lucha, no quedó nada de la antigua fortaleza, aunque no desapareciera de ella ni un solo átomo. Todo seguía allí, aunque no exista el contable capaz de registrar sus elementos; aún así, aquel reino singular y verdaderamente irrepetible se había esfumado de forma definitiva, triturado por el impulso sin fin del caos que guardaba en su interior la estructura cristalina del orden, por el tráfico indiferente e incontenible entre las cosas. Pulverizado y convertido en carbón, en hidrógeno, en nitrógeno y en azufre, su delicado tejido se desintegró en sus partes, se descompuso y desapareció, consumido por una sentencia inconcebiblemente remota—así como ahora, en este punto, este libro es consumido por la última palabra.

László Krasznahorkai, Melancolía de la resistencia

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