sábado, febrero 25, 2012

Difícil escribir

Las calles tenían pinta de direcciones caligrafiadas y desprendían un olor a guantes de señora, y del bosque, surcado por calles rectas, no digo nada, pues podría suponer una osadía, pero sí mentiré un poco al respecto, y puesto que de pura mendacidad azul soy blanco como la carita de celestial belleza de una joven tendida sobre su lecho de enferma, el bosque se ha vuelto rojo como el fuego y sus innumerables hojas parecen invitarme a pensar en la posibilidad de creer en la celebración de una cena que existió aunque no se pudo descubrir en parte alguna. ¿No me parezco por mis ricos y blandos silencios compuestos de locuacidades que se caen unas encima de otras a un estanque de profundidad insondable? ¿No tienen cierto valor estas líneas? ¡No, seguro que no! Pero constituyen un intento de comportarse con genialidad. Semejante intento ¿no debería ser en sí algo grandioso? Ayer por la noche asesiné a todos los instintos sanguinarios que había albergado hasta entonces en mi interior y ahora aún estoy empapado en sangre y con la negrura de estas líneas pinto, digamos que de azul oscuro, mi obra en prosa de amarillo fuerte. Eres muy desordenado. Donde vivís, hay unas putas estupendas. Se ha quemado la sopa. Mejoradla si podéis. Es puñeteramente difícil escribir estando loco.

Robert Walser,  Escrito a lápiz: Microgramas III (1925-1932)

viernes, febrero 24, 2012

Sepia

Leo dos volúmenes de cartas, los comparo. El primero, entre Gretel Karplus -que por la mitad del libro se vuelve Gretel Adorno- y Walter Benjamin; el otro, entre éste y T.W. Adorno. Me detengo en las fórmulas de saludo y despedida, los comentarios sobre la salud o la familia antes de entrar, como se suele decir, “en tema”, esa amortiguación. “Toda carta es sepia”, me digo, o les digo, como si con mi decir tiñese el papel.
Me voy enterando de que hasta los e-mails se van volviendo arcaicos. Me decía D., cuando le pregunté para qué usaba Facebook, que las amigas no le responden los mails, pero sí cuando les deja mensajes en el muro.
¿A quién querría dejarle mensajes en el muro, yo?
No termina de seducirme Facebook. Me dicen: la exposición no es muy distinta a la del blog; y también: no necesariamente debe cargarse con banalidades. Asiento. Asiento y me asiento. Porque soy, dicen, terca. Pero yo veo un muestreo plano allá que en los blogs tiene cierto relieve. Es bueno que las superficies de exhibición presenten algunos accidentes. Aunque disminuyan las visitas.
Quizás también, en estos tiempos, todo blog sea sepia.
Adenda: en este último mes hubo una activa discusión en algunos blogs que visito sobre el decaimiento de los blogs y la resistencia de los blogueros. Luc anuncia que vuelve al ruedo y arranca con un dicho de Pablo sobre la nostalgia de los blogueros y el desconcierto ante las mutaciones del "territorio". Un poco más tarde en su blog Pablo cita y comenta un post de Rango Finito que también se retoma en El lamento de Portnoy. Por último, leo esta mañana un artículo de Vila-Matas en El País sobre el tema. Superior al título es la frase de cierre: "los grandes blogueros llevan siempre las botas puestas".

jueves, febrero 23, 2012

Mirador

“…la miro de una forma tan intensa, que apenas oigo lo que dice”.
Walter Benjamin acerca de Asja Lacis, en Diario de Moscú

lunes, febrero 20, 2012

Deseo de convertirse en Walser


En la novela de Vila-Matas Doctor Pasavento, Andrés Pasavento, escritor de cierto renombre, busca desnombrarse y volverse, se diría, volátil. Empieza por la fuga y la tala del nombre en el que deja el apellido, desbrozado, con el apéndice de “doctor” que como se sabe no es un nombre sino un cartel de señalización que se pone uno delante. Como el doctor en psiquiatría no logra el equilibrio esperado, Andrés y el otro se buscan un tercero para el balance, el doctor Ingravallo, que ejerce la antipsiquiatría. Claro que recae en el vicio de ser percibido. No le complace al narrador que su mutis sea apenas notado por el foro. Intenta bruscas reapariciones, se amedrenta, vuelve a la grisura. Finalmente y sin desprenderse de los otros se funde, con cierta languidez, en Pynchon o Pinchon.
Conté 116 escritores mencionados. En algunas citas no intermedia nombre alguno, salvo el de Pasavento, como si fuera en parte los libros que ha leído. Como en las calles transitadas en donde Walser pretendía desaparecer, Pasavento difumina su voz en ese bullicio. Es otra forma de ser otros, cuando en verdad quisiera ser uno, o cero, sin fisuras, es decir, quisiera querer ser lo que Walser quiso, un perfecto cero a la izquierda, y cuando no quiere querer se avergüenza. Toda la novela está enhebrada de Walser, sus obras -en especial Jakob von Gunten y los Microgramas- y su vida. Hacia el final, Pasavento pretende invocarlo en Herisau. No nieva. Alcanza para descorazonarlo. Pero ya sabemos: todo alcanza.

domingo, febrero 05, 2012

Volátil

Mira que perder tanto tiempo escribiendo. Lástima por el volumen perdido. Habrías podido convertirte en algo realmente volátil. Has perdido la oportunidad de tornarte fábula. ¿No quería el destino que fueras el más afortunado de los hombres? ¿Y ahora qué?

Robert Walser, Escrito a lápiz: Microgramas I (1924-1925)

jueves, febrero 02, 2012

Los naipes del castillo

Por esos días de diciembre en que leía El castillo se me había dado por imaginar el cuadro que precedería a las primeras líneas de la novela: El hombre que se hará llamar K. se entera de que existe no muy lejos de donde vive, a medio día de camino, tras las planicies nevadas, una aldea bajo un sistema de gobierno autoritario concentrado en el castillo. Le sobreviene la pretensión de volver vulnerable esa fortaleza, de desbaratar los naipes. Está dispuesto a valerse de los medios más procaces con el fin de derribar un orden que considera injusto, incluso cuando en el camino pueda perjudicar a los pobladores. Siguiendo esta figura, piensa K. que en todo caso el daño que les pueda causar será menos ignominioso que la esclavitud en la que viven, tan hecha carne que no son capaces de percibirla como tal. Se presentará ostentando una profesión de la que nada conoce, la de agrimensor. Como no es un hombre rico ni poderoso, en condiciones penosas, pero impulsado por una férrea, ardorosa voluntad, emprende el viaje.