jueves, febrero 28, 2013

Mosquita muerta

Hay un encanto en ciertos relatos de Levrero que parece emanar de su aparente sencillez. Se hacen las mosquitas muertas. Uno se adentra, si no les conoce las mañas, creyendo que no es necesario tomar precauciones. Al rato está atrapado en una maraña profusa sin poder recordar cuándo fue que se empezó a poner tupido el asunto.
Así me pasó con “Los muertos”.
Un hombre vive con tres tías. Por momentos lo gana el fastidio por esa circunstancia, pero se mantiene apacible en su estar. Aglomera papeles, parece que algo escribe. Aunque es dable conjeturar para el hombre un temperamento fantasioso, y esto conformaría un primer aviso de lo que se avecina, sigo sin hacer caso, porque el ambiente es plácido y hasta aireado, es decir, no abarrotado con trabajosas figuras. El hombre está solo, en el patio. Si el único inquilino de las tías ocupa su habitación a esas horas, no se hace sentir. Hasta que se descerraja un tiro. El verbo le queda grande a la consideración del que cuenta que fue “un ruido seco y apagado, sin ecos”. A la amortiguación de lo que uno supondría estampido le sigue otra del ánimo. Se tarda en la comprobación. Y cuando mira la visión de la sangre lo impresiona de tal manera que no le alcanza con un muerto para el suceso y lo vuelve plural. Sigue un viaje, un periplo alrededor del muerto, o los muertos, a los que el aplazamiento agiganta. El cuento entonces transcurre en las demoras.
Cuando dice que ya estuvo en situaciones similares, “más bien en mi percepción y no tanto en los hechos concretos -siempre superficiales-”, me reconozco enredada en el clima neblinoso de la ambigüedad levreriana. Entonces ya puede largarse el narrador a desenvolver un recuerdo -en el que envuelve sus calzones-, vagar sin rumbo preciso por el barrio anonadado por la siesta, charlar con un amigo en un bar de lo terrible como si fuese levísimo, intercalar un sueño en el ya intrincado devenir: lo onírico y el pasado, ese reservorio para la imaginación, se amalgaman con el presente, sin vetas, como si tuvieran la misma densidad.
El aire del relato hacia el final se enrarece, se apelmaza. La última oración concentra una historia agitada. Me cuesta un buen rato salir del hechizo.

martes, febrero 19, 2013

Precipitado y residuo

A veces uno se siente un puro precipitado de lo que van dejando los otros ahí donde supuestamente hay una identidad (la de uno). Es toda una experiencia. Como en la vida no se conoce tanta gente, la mayoría de esos otros que nos conforman son autores o personajes de libros. Ahora bien: si, como dice Eliot, no se escribe para buscar una personalidad sino para abandonarla, leer es la huida suprema de sí mismo: abandonarse a lo que cuaja entre una fluidez y otra. De modo que escribir sobre lo que se lee sería una huida de la personalidad al cuadrado. O bien una muestra de lo que hacen los libros con esos residuos que somos.

Marcelo Cohen, en el Prólogo de ¡Realmente fantástico! y otros ensayos

sábado, febrero 09, 2013

Una de irlandeses

Un estudiante marcadamente perezoso -no sin envidia lo digo, no por el rasgo del carácter, que comparto, sino porque puede ensancharlo en la práctica- se tira a imaginar -es muy apegado a su cama- y pasar al papel -al menos para esto se tiene que sentar, me susurra la envidia, siempre murmurante- una historia donde interviene otro escritor, Trellis. Éste es un fabulador tan celoso de sus personajes que los mantiene encerrados con él en el Hotel El Cisne Rojo, para que no hagan diabluras por ahí fuera de libreto. Y digo bien, “libreto”, porque más que personajes los cuantiosos huéspedes parecen actores. Los ratos muertos los pasan charlando de sus intervenciones en otros libros y las penurias que pasaron por intentar hacer bien su trabajo. Un poco hartos de que los manipulen, deciden drogar a Trellis y ejercer el libre albedrío, qué tanto. Hay, entre otra gente, un viejo gigantón, contador de leyendas antiquísimas, otro que nació a los 25 y quizá no virgen -porque “resulta difícil confirmar con certeza este atributo en el varón”-, un demonio, un hado bueno para hacerle la contra, al demonio por cumplir con su deber, pero también a otros, de puro malhumorado -algunas rabietas del hado bueno me hicieron reír hasta las lágrimas. Trellis crea a una mujer de belleza tal que al verla no puede frenar el ímpetu amoroso. De esta unión nace Orlick Trellis, que, para decirlo de alguna manera, entierra a su padre. Lo entierra o lo enyesa. Le tira un techo sobre la cabeza, bah. ¡Juicio al autor! A la Lewis Carroll. Porque, ¿quién se ha creído que es para decidir por ellos? Y basta para anoticiar. Quien quiera leer que lea.

“Las respuestas no son tan importantes como las preguntas, dijo el Hado Bueno. Una buena pregunta es muy difícil de contestar. Cuanto mejor es la pregunta más difícil es de contestar. No hay respuesta posible a una pregunta buena de verdad.”

Flann O’Brien, En Nadar-dos-pájaros