lunes, junio 21, 2010

Arseni Tarkovski

El hombre tiene un cuerpo,
cual una celda.
Cansada el alma está
de su íntegra envoltura
con orejas y ojos,
como monedas,
y piel con cicatrices
que cubre la osamenta.
Por la córnea vuela
a la fuente del cielo,
al radio de hielo,
al carruaje del ave.
Y oye por las rejas
de su viviente cárcel
la carraca del campo,
la trompa de los mares.
El alma es sin cuerpo,
como cuerpo sin camisa,
no hay labor ni intento,
ni verso ni concepto.
Adivinanza vana:
¿quién irá a bailar
a aquella misma plaza
donde nadie está?
Y sueño otra Alma
vestida de otra forma:
arde y corre, tímida,
en busca de esperanza.
Se quema y sin sombra
se aleja por la tierra,
un racimo de lilas
dejando de recuerdo.
No te lamentes, niño,
de la Eurídice pobre.
Empuña el palo y corre
tras el aro de cobre
mientras tus oídos capten,
ora alegres, ora secos,
de tus pasos los ecos
que repite la tierra.

(Cuarto poema de Arseni Tarkovski que su hijo Andrei incluyó en Zerkalo).

Reygadas en Japón

El hombre -taciturno, rengo- llega a un pueblo perdido en busca del lugar y el momento propicios para matarse. Sobre todo, serenidad. La encuentra en una casa desvencijada en la montaña, en una vieja a la que quieren despojar aun de las ruinas en que vive. “Su casa me gusta porque está lejos del pueblo, aquí en lo alto”, le dice el hombre a Ascensión. El caso es que con la serenidad conseguida viene lo inesperado: sensaciones, emociones, lazos que lo atajan justo antes del salto.



Había visto de Reygadas Batalla en el cielo y me había gustado, pero Japón me atravesó. La desolación que allá vi como en un cuadro helado, intocable y lejos, me inundó acá. Inundada, dos veces se me aguaron los ojos: en el llanto después de un laborioso encuentro sexual, en la carrera frenética de la cámara para alcanzar a un cadáver.
Dejo acá un diálogo entre el hombre y la anciana. Apunto antes que al menos parte de las razones del hombre para matarse pudieron haberse originado en lo que evoca un sueño con la playa y una mujer hermosa. Es algo sugerido como al descuido. Pero es probable que acá se esté refiriendo a la vida en general.
- ¿A qué vino a este pueblo?
- Se necesita mucha serenidad para dejar algunas cosas a la que estamos habituados, pero que en realidad ya no queremos. Hay que saber tirar lo que ya no sirve.
- Mejor arreglar y no tirar, ¿no?
- Sí, pero hay cosas que no se pueden arreglar. Es mejor tirar que vivir aferrado a cosas sólo por costumbre.


viernes, junio 04, 2010

Un instante

-Usted dice que la vida es como el día -dijo Felipe-. Ante todo le agradezco por haberse quedado a charlar con este farsante: es decir, conmigo. Si le inspiro lástima, o pena, eso no importa. No me critique. Yo digo: la vida es una cosa lejana, es una aparición. Es como una melodía olvidada, créame. La vida, una melodía que no volverá a escucharse sino más allá de la vida. Uno tendría que nacer de nuevo para encontrar una cosa que sea como la vida y que sólo se parezca a ella misma y no a una melodía. La verdadera vida dura un instante; el resto de los instantes, el resto de los años uno vive perplejo, con la boca abierta. Quiero decir que la vida, si no es muy poca cosa, deberá ser algo terriblemente abrumador; quiero decir que la vida no es, en ningún caso, un transcurrir de un cierto número de años. Si uno ha percibido el paso de aquel instante definitivo, estará a salvo del embrutecimiento. Quiero decir: a salvo de la vida. Por ese instante que nos revela la razón de vivir, sólo por ese instante vale la vida.

Jaime Saenz, Felipe Delgado