miércoles, julio 27, 2011

Fisura

Toda vida es un proceso de demolición, por supuesto, pero los efectos de los golpes que hacen la parte dramática del trabajo -los grandes golpes súbitos que vienen o parecen venir de fuera, los que uno recuerda, los que carga con las culpas, los que en momentos de debilidad les cuenta a los amigos- no se muestran en el acto. Hay otra clase de golpe que viene de dentro, que no se siente hasta que ya es tarde para tomar alguna medida, hasta que uno entiende irrevocablemente que en algunos aspectos nunca volverá a ser tan buen hombre como antes. La primera clase de rotura da la impresión de suceder rápido; la segunda clase ocurre casi sin que uno sepa, pero se hace consciente bien de repente.

F.S. Fitzgerald, El Crack-Up

lunes, julio 25, 2011

Media copa

-Yo sé que no lo escribiste vos. Tengo varios libros tuyos pero ninguno a mano, así que… Además vi que le pedían que firmase a Pauls. Por eso me animé a pedirte que me lo dedicaras.

- Pero Pauls firmó al final del prólogo. Eso lo escribió él.

- Y bueno, vos sos el traductor, tuviste una intervención mayor. Si querés firmá ahí al lado de tu nombre, donde dice “Traductor”.

Le comenté que estaba leyendo a Lowry. “Otro enorme escritor. Lo que te puse ahí va por él también”. Leí un rato después: “¡Viva la literatura de los que ya no están! Y duran. Marcelo 2011”.

Primera vez que le pido a alguien que me firme un libro, y no es el autor. A nadie, nunca, antes, ni siquiera a los amigos. No sé qué me dio. Ganas, y le di el gusto, a las ganas.

Después, como suele pasar, deploré mi falta de ingenio. No haber dicho, por ejemplo: “Una vez te oí decir que el traductor es un intérprete del original, que sería la partitura. Prefiero la firma del intérprete que la de quien hizo el preludio”. Una cosa así. Más tarde me burlé de mis lamentos, tan presuntuosos. Además, me dije, no se le puede pedir mucho al ingenio habiendo tomado sólo media copa de vino.

miércoles, julio 20, 2011

Carta desde el infierno

Por mi parte me gusta abrigar la tristeza en la penumbra de antiguos monasterios, mi culpa en los claustros y bajo los tapices y en la misericordia de ‘cantinas’ inimaginables, donde alfareros de rostro entristecido y pordioseros sin piernas beben al alba, cuya fría belleza de junquillo se vuelve a descubrir en la muerte. Así que, Yvonne, cuando te fuiste, me marché a Oaxaca. No hay palabra más triste. ¿He de contarte, Yvonne, aquel terrible viaje por el desierto en el angosto ferrocarril sentado en el potro del asiento de un vagón de tercera clase, del niño cuya vida salvamos su madre y yo frotándole el vientre con tequila de mi botella o cómo, cuando entré en mi habitación del hotel donde una vez fuimos felices, el ruido de la matanza, abajo en la cocina, me hizo salir al resplandor de la calle, y cómo, más tarde, encontré aquella noche un buitre posado en el lavabo? No, mis secretos irán a la tumba y deben seguir guardados. Y así, a veces, me tengo por un gran explorador que ha descubierto tierras extraordinarias de las que jamás podrá regresar para darlas a conocer al mundo: pues el nombre de esas tierras es infierno.

Malcolm Lowry, Bajo el volcán

martes, julio 19, 2011

Ensamble

Siguiendo con las delicias del sábado que se fue: Por la tarde, temprano, antes del partido, entré en una casa gris por fuera y con maderas y luces suaves por dentro. Un amontonamiento de sillas me desconcertó. Había que dejar espacio para las diez guitarras que entraron con sus soportes caminantes y se ubicaron alrededor, en ronda. Una le auscultaba el corazón a Pablo. Sonaron a veces en sucesión, en canon otras. En el inicio de The Whip se quejaron bajo rasguños y golpecitos. No había oído tantas guitarras juntas, tan cerca. Hay que ver cómo te toma por sorpresa una melodía si abre con una nota que sopla sobre tu espalda.

lunes, julio 18, 2011

Los hombres, las ratas

Algo sobre El ángel callaba, que no es sólo una novela sobre el hambre. Sebald: “De todas las obras literarias surgidas a finales de los cuarenta, la novela de Heinrich Böll El ángel callaba es en realidad la única que da una idea aproximada de las profundidades del espanto que amenazaba apoderarse entonces de todo el que verdaderamente mirase las ruinas que lo rodeaban” (en Sobre la historia natural de la destrucción). Empieza el día de la capitulación de Alemania, al final de la Segunda Guerra. Se desarrolla en unos pocos meses posteriores. Un soldado, un desertor, uno al que le robaron la muerte -lo agarraron con la guardia baja- por lo que muchas veces se lamenta, vuelve a su ciudad, pero no quedan sino ruinas. También en los hombres, las ruinas. Estragados, como las calles, las casas. Las ratas pululan entre los restos. Otean aquello que no las mate. Una vez más: también los hombres. Aparece el amor, inesperado, algo entre la nada. En otro lado, cerca, las traiciones, la enfermedad, la miseria del alma. Un final feliz habría sido grotesco. Böll lo elude. El estilo es parco, el que conviene para hablar los horrores de la guerra, según sostiene Sebald. Es una novela fuerte, sólida, montada sobre escombros. Se sale distinto a como se entró. Es mucho decir y está bien dicho.

Pan

El sábado me desperté temprano. Me quedé en la cama leyendo El ángel callaba, de Heinrich Böll. Debo haber leído unas dos horas. Me levanté, corté pan y lo puse a tostar para el desayuno. (La tostadura rejuvenece, si bien por poco tiempo, el pan, le devuelve algo del atractivo que tenía cuando humeaba en la panadería). Pensaba en la novela. El protagonista, Hans, se pasa unas cien páginas oscilando entre la desesperación y el letargo (después, el amor: un cambio de piel; pero no entonces). Le niegan un pan que ansió durante horas y considera que quizá convenga dejarse morir. Cuando consigue un poco (siempre es pan, a veces un poco de mermelada, café, pero sobre todo se trata de pan) lo huele largo rato, lo saborea despaciosamente. (En la llaga se multiplica la sensibilidad). Con todo lo leído ardiéndome todavía aspiré el delicioso aroma. Mordí la costra levemente amarga por la quemazón, el centro tierno y cálido. El pan estaba riquísimo, yo triste.

miércoles, julio 06, 2011

R.E.M. por Mimi Maura

Otra vez Aballay

No puedo no decir algo sobre el cuento, "Aballay". Lo leí una vez más anoche. Muchas páginas se van en los modos en que un hombre evita bajarse del caballo. Me doy cuenta de que eso mismo en un film habría sido un bodrio insostenible. No hay modo de traspasar la exquisita prosa de Di Benedetto. No sé qué miles de imágenes valdrían más o al menos empardarían algunas frases. De a ratos, como en pasajes de Borges, asombra la economía con que se dice tanto. Mucho más que una descripción hay en estas pocas líneas, por ejemplo: “Harto astroso ha vuelto. No se ve a sí mismo, hace tiempo. Pero los ojos de los demás le controlan la presencia, no porque salga de lo común la aparición de un menesteroso, sino por resistencia a los malentretenidos, que pueden cometer iniquidades cuando caen en la miseria extrema”. O si no, hay que ver cómo dice Di Benedetto que Aballay matea: “Entrelaza los dedos para abarcar en el hueco de las manos el volumen de la liviana calabaza. Sorbe, con dilatadas pausas, de la labrada bombilla de metal plateado. Se absorbe, Aballay, no en pensamientos, quizás, sino simplemente en su parsimoniosa mística del zumo verde y cálido”.

Dije en el otro post que era un empecinado. Es que Aballay encuentra en la penitencia un motivo para vivir y lo cela de cerca. “Vivir para pagar una culpa no era vivir en vano”, se dice, acaballado. El cuento rodea esta persistencia.

“Todos vivimos haciendo maniobras más o menos aparatosas sobre un caballo”, dijo una vez Marcelo Cohen, hablando de "Aballay". Ésa es la cuerda que pulsa el relato, en cualquiera, en mí, por caso. Cada cual elige su manera de penar.

Aballay al cine

Hace unos días fui a ver Aballay al cine. El título entero es Aballay, el hombre sin miedo y ya desde ahí se puede ver lo lejos que está del cuento. No es por corajudo que se distingue el Aballay de Di Benedetto, sino por fiel, por empecinado. Pero no vine acá a hablar del cuento. Ya me dijeron que no la midiese así. Y la verdad es que la película me gustó. Empieza con unos gallos, pero Aballay es el más gallo. Un floreo de bravura, como para ir justificando desde el vamos el subtítulo. Después una diligencia cruza un valle polvoriento y los gauchos la abordan, sí, tal como harían los salteadores de caminos en un western. Ésta es quizá la escena más western de todas. Paródica, se diría. Después no es tanto así. La mirada de Aballay se cruza con la del chico al que le mató el padre y se le clava la culpa. De ahí sigue el penar de Aballay y la leyenda que le crece por no desmontar nunca. Pero más protagonismo que el del título tiene el huérfano. Julián se llama y se carga de a uno a los imperdonables, imperdonados. Así que más que la historia del gaucho lo que prima acá es cómo se devana una venganza. Lo malo es que mucho no me gustó la actuación de Nazareno Casero y se lleva como digo más planos del film que el propio Aballay. Algo en el habla le endurece la soltura del cuerpo. Pero en general las interpretaciones son muy buenas. Las mejores: Pablo Cedrón que compone al hombre-caballo y Claudio Rissi que hace de malo malísimo, un poco por hacer contraste con Aballay, creo yo. La chica, Moro Anghileri, está fantástica también. Los paisajes barridos por la cámara son imponentes. Y está ese otro paisaje árido, ajado por la intemperie, tomado de cerca: el de los rostros. De vez en cuando cruza una lágrima esos desiertos, seguido los pliega un dolor -Aballay, la parejita. Una buena historia, una buena película.