viernes, marzo 13, 2009

El cono

Cómo se ordenan los papeles últimos, miles de páginas, de un amigo que se ha aniquilado, se elige el lugar, ante todo, la buhardilla del taxidermista Höller, un cuarto de una casa construida “contra las reglas del sentido común y el arte de la construcción”, leí dos novelas antes, construidas en contra del sentido común y el arte de la construcción, quizá también ésta, ya en estos cimientos acumula, traza una idea, se pone a darle vueltas alrededor, retrocede, así Bernhard, por ejemplo, una oración de tres páginas, me gustaría verla en alemán, aunque no pudiese entenderla, ver las palabras, su dibujo, recuerdo por referencias de Birgit que en alemán pueden formarse palabras que significan toda una frase, por inflexiones, en Hormigón un hombre narra la relación de atracción y rechazo -y aún ese rechazo como forma de apego, deplorable necesidad- con su hermana, esa relación es parte del hormigón que lo encierra -otra parte sería la enfermedad-, en Corrección la hermana de Roithamer es influencia devastadora, devastada y ya muerta otra vez devastadora y final, pero a pesar de esa certeza avanza con su particular estilo el narrador, desbrozando, aclarando a cada paso, se detiene, una inhalación, “como me consta”, “especialmente”, altos en el camino, y sigue, o repite una frase de manera idéntica, o cambia una palabra, hasta que se desembaraza de la frase para poder continuar, ah, esta buhardilla en la que puedo tocar las palabras, reconociéndolas como si fuesen mías y las hubiese perdido, para un obsesivo no hay mejor lugar que una buhardilla, distante de los demás, limitada para uno, para el relato de un obsesivo sobre otro obsesivo, nada mejor, y yo, lo que repite repito, releo la frase repetida, la multiplico, compruebo la marca que deja, en la novela, mi lugar para pensar, leo, sobre los austríacos: “tendían siempre al suicidio, porque creían siempre ahogarse por el hecho de no poder cambiar por nada su posición”, para quien se ve condenado a permanecer estático en una postura incómoda lo lógico es desaparecer, acometer el único cambio posible, la posibilidad de cambio, por otra parte, sopla por sobre las heridas, aliviando el dolor, entonces, a pesar de querer matarse siempre, evitarlo siempre, mientras el frío de Austria minimiza los movimientos, admiro en este autor su capacidad para el buceo, donde creo que ya es suficiente va más hondo todavía, examinando todas las derivaciones posibles de una idea, no sólo lo que encierra la idea sino lo que abre, me recuerda a Kafka en la descripción minuciosa de los estados mentales, pero por qué Corrección como título, hubiese debido llamarse El cono, si está, como en el bosque, en el centro, se apelmazan las palabras alrededor, si escribe tejiendo bosque, Beckett idea en "El despoblador" un cilindro dentro del cual la gente sube y baja por escaleras perpetuas, o perpetuamente, así escribe Beckett, subiendo y bajando sin objeto, en la comprobación de ese absurdo, acá Bernhard construye un cono, una base amplia que termina en un punto, los papeles de Roithamer, miles, cientos, unos cuantos, casi nada, al final, el suicidio es la corrección, la decisión de poner el punto, la base se va depurando, esculpiendo hasta el punto, el último acto, después silencio, muerte, las últimas treinta páginas se lanzan en torrente, el que narra intercala fechas, las palabras las sortean, para llegar al claro del bosque, el claro, el espacio en blanco.

jueves, marzo 12, 2009

Martes de cadencia

Hermosa cosa, Eterna Cadencia, no conocía. Nora me había dejado un crédito ahí, una fe en que iba a disfrutar acariciando esos lomos. Estorbé a los que intentaban y a veces lograban avistar desde la librería a Abelardo Castillo por desborde del café (comentario gustoso, oído mientras consideraba la edición tapa dura de 2666, citado con comillas blandas, aclaro, porque no tomé notas: “un mal novelista es como un mal mentiroso, abunda en datos para justificarse y así se embrolla y se pierde”). Al final me llevé uno de ensayos de Coetzee nunca visto antes en librerías corrientes, el del pájaro de Murakami (te consume, dijo Mariana), el volumen de relatos de Tolstoi (Alejandro lo anduvo toqueteando y lo entibió para mi mano) y el placer de ver a Paula. En Ultra, Ramos presentó Portland, de Ferreiro, bailó una cumbia que supuse colombiana, Grinjot y la Ludwig Van cantaron y tocaron violines. Y un cello. Elegí syrah para darle el gusto a Nora y me di el gusto. Ayer desayuné con ibuprofeno. Hoy con Coetzee.