lunes, abril 19, 2010

Un suicidio ejemplar

A Riba siempre le ha parecido que los libros que uno ama apasionadamente producen la sensación, cuando los abres por primera vez, de que siempre estuvieron ahí: aparecen en ellos lugares en los que no has estado, cosas que uno antes nunca ha visto ni oído, pero el acople de la memoria personal con esos lugares o cosas es tan rotundo que de algún modo acabas pensando que has estado allí.
Hoy da ya por hecho que Dublín y el mar de Irlanda estaban desde siempre en su paisaje cerebral, formaban parte de su pasado. Si algún día, ahora que se ha retirado, va a vivir a Nueva York, le gustaría empezar una nueva vida y sentirse un hijo o nieto de irlandés que emigró a esa ciudad. Le gustaría llamarse Brendan, por ejemplo, y que el recuerdo de la labor que él llevó a cabo como editor se olvidara fácilmente en su tierra natal, se olvidara con la habitual nocturnidad y alevosía de la que saben hacer gala sus mezquinos e indolentes paisanos.

Enrique Vila-Matas, Dublinesca

Acerca del placer de releer

“¿Y qué sucede ahora que todo ha terminado?”
Me apoltrono en el libro, no me apuran las páginas que faltan. Me da gusto, entre otras cosas, que en la primera aparición de una frase resuenen las repeticiones por venir. Ricardo sonríe al ver venir a Riba: “No, si ya se sabe. Siempre aparece alguien que no te esperas para nada”. Espejea el final del capítulo: volverá a decirlo, con extrañeza esta vez, a causa del hombre del impermeable. Sé que Ricardo pronuncia lo que pensó Bloom en aquel cementerio. Puedo detenerme, morosa, y buscar en mi edición de Ulises: “Siempre aparece alguien en quien uno nunca soñó” –Riba tiene la versión de Salas Subirat, pero es anterior a la mía; su Dublineses en cambio es idéntico, ya lo comprobé, traducción de Cabrera Infante. Volviendo: sólo por la relectura inmediata cae el recuerdo de los distintos fragmentos en que aparece la frase como piezas de dominó, una despabilando a la que sigue para que muestre su cara -en la última pieza está Riba ahogado de catálogo, pasado y fantasmas.
“Al final, como decía W.B. Yeats, se tenga suerte o no, deja huella el afán.”

miércoles, abril 14, 2010

Sombra de una sombra

“Entonces entré en casa y escribí: Es medianoche. La lluvia azota los cristales. No era medianoche. No llovía”. (Molloy, p. 228).
“La lluvia azota los cristales, donde se refleja su sombra, que es sombra a su vez de otra sombra. Porque en esa casa inventada él es un ex editor a la espera de encontrar al hombre que fue antes de crearse –con los libros que publicó y con la vida de catálogo que llevó- una personalidad falsa”. (Dublinesca, p. 178).
“Ya en casa, la lluvia azota los cristales. Es como si hubiera ido a parar a la casa inventada de antes, sólo que es su casa de verdad, por suerte”. (Dublinesca, p. 182).
Afirmar acá que esta vez la casa es de verdad -y por lo tanto también son verdaderos los cristales sobre los que la lluvia deja caer su azote- equivale a negar allá que es medianoche y llueve. Está escrito, nada más. Pruebas no hay.
Colmo de males: en la página 180 recuerda Riba haberle oído perorar a Onetti en contra de los que tienen fe, fe en cualquier cosa, “a finales de los setenta en el Instituto Francés de Barcelona”, pero a leer reconozco las palabras de Medina en alguna de las primeras páginas de Dejemos hablar al viento. ¿Dijo Onetti o hizo decir a Medina?
Pruebas no hay.
Llueve en Buenos Aires, ayer de manera hiposa, hoy decidida. La lluvia no azota los cristales, lagrimea sobre ellos, por falta de transversalidad para el golpe. Y mi viejo par de botas negras, como cierta losa, no protege totalmente de la lluvia.

lunes, abril 12, 2010

La gente sencilla

El film lleva el título “Woman on fire looks for water”. No había visto nada de ese director, Woo Ming Jin. Fui, como decía, tras el título y unas pocas palabras acerca de la historia. También me gustó la foto que muestra el programa, donde la luz del sol al caer rasante sobre la tierra y una pareja los enciende.
Un amor flamante parece destinado a copiar el triste derrotero de otro, antiguo. La pena más que la avanzada edad hace que los pies del viejo se arrastren cuando va a visitar a la mujer que viene amando por más de treinta años, una mujer que pudo tener y alejó. En el extremo de su vida vuelve a rondarla, comprueba que es irremediable aquel desencuentro. El hijo, que ama a una que juega con encontrar un buen partido, se ve tentado a casarse con otra, más redituable. El padre carga con el arrepentimiento en la espalda hasta que sucumbe por su peso, pero hacia el final hay un acto de redención.
Todo esto transcurre en un precario pueblo de pescadores. Al terminar la película, en la fila detrás de la mía, un hombre le comentaba a la mujer que lo acompañaba que le gustaban esas historias de gente sencilla. La gente no es sencilla -contesté sin decir-, es compleja, aun en el curso de una existencia monótona encierra vorágines. Hay que ver más de cerca. Y al escribir esto recuerdo tomas muy precisas de peces, desperdicios, pero en especial de gente, de recortes de gente nada sencilla: un mechón de pelo escalonado, media cara con su único ojo. Son buenas las actuaciones. Los diálogos son como los movimientos de las manos de la anciana: breves y delicados. Me pareció una película conmovedora, bella.

viernes, abril 09, 2010

Malabar

Ayer leí unas 15 páginas de Dublinesca mientras esperaba en el café la hora en que comenzase una película malaya que había decidido ver apenas por unas pocas líneas de referencia incluyendo la del título y después supe hermosa. En la primera página de texto de la novela, la 11, donde aparece el nombre del editor que desgrana su fracaso, Samuel Riba, barajé letras e hice esta anotación en el margen inferior:
VILA-MATAS
BILA-MUERAS
(Todo, buscar la novela y a Vila-Matas en Riba, bajo el influjo de los últimos posteos de Portnoy).