jueves, diciembre 23, 2010

Nota de hastío y algo de redención

Es una desgracia tener que venir al centro en estos días. En las vereditas la gente se empuja, atropella, frenética por comprar y por eso que llaman celebrar y me entristece a veces, cuando se hace evidente el esfuerzo por sostener la sonrisa. Para empeorar las cosas, este calor violento. Por eso busco una compañía amabilísima, alguien que gusta de los paseos despreocupados. Tiene su efecto. En alguna medida algodona el entorno. Robert Walser hace retratos fugaces, en el segundo tomo de los Microgramas, como en fogonazos, o mejor, como si su observación fuese el fogonazo que ilumina con intensidad a los que desfilan unos segundos antes de que vuelvan a la oscuridad y la indefinición. Me alegra encontrar de nuevo acá un encantador desapego. Un caso: el que narra le pide a las hermanas “un total y esmerado descuido de mi persona” y consecuentemente les escribe en una carta que “Las gentes que aparentan preocuparse por mí me ponen nervioso”. Hasta la advertencia previa del libro es deliciosa, como si el estilo hubiese contagiado a los editores.

(Digo del narrador de Walser que es amable, adorable, encantador, que es la manera en que se refiere él a infinidad de cosas. Los adjetivos que usa visten su figura, se me ocurre. Pero eso deriva en una conclusión más general, que uno es como ve el mundo, o que de la forma de mirar se puede deducir el carácter; una obviedad, en suma).

martes, diciembre 07, 2010

Macbeth según Tarr

Resulta que la copia que conseguí de Macbeth de Béla Tarr tiene subtítulos en inglés. Como en mi inglés lo que no es trabazón por desconocimiento es óxido por olvido y me desespera la idea de perder palabras, de no interpretar los signos, voy a buscar a la biblioteca mi muy andado Macbeth. Poco rato y decido este método: leo un fragmento, una escena o dos, y doy play. Así hasta el final, con las dificultades evidentes de que una hora dure tres o cosa parecida, la pérdida del ritmo y el resto imaginable -y enunciable pero para qué-, pero con la ventaja de ir comparando, siguiendo las elecciones de Tarr en lo que se refiere a interpretaciones y algo muy interesante: las elisiones. Elegir lo que se quita de Shakespeare, esa es la cuestión. Por lo demás, es fácil seguir las huellas; el texto, el que queda, es fidelísimo.
La película me gustó. Es austera, una clara trasposición de una obra teatral para la televisión. Abundan los planos cerrados y los primeros planos. Muy buen trabajo de György Cserhalmi como Macbeth -el esposo de la cantante en Karhozat. Me alegró ver también al genial Miklós Székely -Karrer en Karhozat, Futaki en Sátántángo-, aunque cumple un papel ínfimo, como asesino de Banquo. Pienso en los gestos medidos de Székely en las otras películas. Esa fisonomía es puro dique y hay que imaginar lo que empuja detrás. Es comprensible que el histriónico Cserhalmi tenga el papel más relevante acá y viceversa. Por lo demás, me desconcertó que las brujas fueran representadas por hombres. También me incomodó un poco la lucha final, que más parece una danza ejecutada con pereza.
Macbeth es un personaje fascinante, en lucha con sus demonios. Como contraparte, la mujer es una flecha lanzada a la meta, ciega. No se detiene a observar sus actos, obra en lo necesario, como las fieras. Macbeth es consciente de su propia oscuridad, resuelve la acción no sin pasar por dudas y temores. No es un cobarde, como alguna vez le espeta Lady Macbeth para azuzarlo. Afronta con valor las consecuencias de su desatada ambición -“¡Ven, destino! ¡Luchemos tú y yo hasta morir!”.
Inminentes, las versiones de Kurosawa, Welles, Polanski.

miércoles, diciembre 01, 2010

Soliloquio

Cuenta Geddy Lee en Beyond the lighted stage, recomendable documental sobre Rush, que el tercer disco de la banda (Caress of steel, de 1975) no le gustó a la compañía discográfica, ni a los representantes. Parece que le gustó a poca gente. Crecían la extensión y la complejidad de los temas y mermaban la cantidad de público y el tamaño de los escenarios donde les era dado tocar. “Nos tomó por sorpresa, porque nos encantaba lo que habíamos hecho, estábamos orgullosos”, dice Neil Peart. “Los de la discográfica nos pedían que hiciéramos algo más comercial, algunos singles, nos presionaban en nuestro peor momento”. Ante la alternativa, prefirieron el riesgo de precipitarse en la ruina, pero con dignidad. Su cuarto disco abre con una canción acerca de un hombre que en un futuro lejano se enfrenta a la imposición de un sistema de pensamiento homogéneo. Se trata de una suite de más de 20 minutos: 2112.