jueves, febrero 24, 2011

Dureza

A pesar de las facilidades para ver películas en casa me gusta ir de vez en cuando al cine. Ayer fui a ver Temple de acero. Es una buena historia de vaqueros. Aunque todos están bien en su papel, la pibita se destaca, lo que es decir. Pero me di cuenta de que me volví una espectadora difícil para este cine, digamos, de divertimento. No respondo bien a los guiños. Donde otros se ríen, gruño, por lo bajo. Eso me volví: una gruñona ante esa clase de concesiones. Los años, serán. “La fibra se educa”, le decía a Pablo, el otro día, hablando de lo que nos conmueve. También se endurece, esa cuerda, no la pulsa cualquiera. Pesaba además la para mí inevitable comparación con Winter’s bone -en español la titularon didácticamente Lazos de sangre- que vi hace unos días. Esa sí, tremenda película. Hay también una casi niña que se lanza en persecución, no del asesino del padre como en Temple de acero sino del padre mismo, o de su cadáver -no es que lo prefiera, pero también le sirve encontrarlo muerto. Como la chica de los Coen, deja en casa madre y hermanos, pero su situación es más desesperada: donde una se aventura por venganza, a esta otra la mueve el afán de supervivencia. Una chica verdaderamente dura.

jueves, febrero 10, 2011

Down in the pampas

Anoche, los Utopians en Le Bar. Tarde y por eso lejos los escuchamos, con Nora, desde una escalera con luz escenográfica. Dejo acá un cover de Sumo que suelen tocar.


jueves, febrero 03, 2011

Desmoronamiento

Peter Fabjan, que además de hermano de Thomas Bernhard fue el médico que lo trató hacia el fin de sus días, dijo que en los últimos 10 o 12 años Bernhard sufría una enfermedad coronaria incurable, irreversible: “Durante los últimos 10 años fue alguien que tuvo que contar siempre con morir” (palabras que recoge Miguel Sáenz en Thomas Bernhard. Una biografía). Esa inminencia dota de una particular amargura a Extinción, su última novela, publicada en 1986. Está presente la dupla maestro-discípulo, pero si otras veces la voz del narrador era la del discípulo que tomaba nota de las ideas de otros -pienso en Roithamer de Corrección y en Strauch de Helada- y a la vez esas notas conformaban un registro de su impregnación, hasta el punto en que se confundían los pensamientos de uno y otro, en este caso es el guía, el que “implanta” las ideas en el alumno -aunque oscuro, detrás del maestro, aparece el fallecido “tío Georg”, quizá bajo la sombra que proyecta el recuerdo del abuelo de Bernhard. Murau presiente que dejará de ser, que se acerca el punto final y debe apurar la escritura con la que querría derrumbar el lugar donde nació: “Mi cabeza se ha convertido en una cabeza implacable, sobre todo hacia mí mismo. De lo más implacable, le había dicho a Gambetti. Y, sabe usted, le había dicho a Gambetti, mi tiempo, el que aún me queda, es también sólo el más breve, si no empiezo pronto mi relato, será demasiado tarde. No lo sé pero lo siento, le había dicho a Gambetti, no tengo ya mucho tiempo. […] Lo único que tengo ya definitivamente en la cabeza, le había dicho a Gambetti, es el título Extinción, porque mi relato sólo estará ahí para extinguir lo en él descrito. […] Todos llevamos un Wolfsegg con nosotros y queremos extinguirlo para salvarnos, aniquilarlo, extinguirlo al registrarlo por escrito. Pero la mayor parte del tiempo no tenemos las fuerzas necesarias para esa extinción. Pero posiblemente haya llegado el momento”.

¿Qué sonido hace la furia de un idiota?

Es evidente que quien tradujo The sound and the fury como El sonido y la furia tomó la primera acepción de “sound”, desnuda, y no tuvo en cuenta el contexto, la frase de Shakespeare. En el prólogo a mi edición de Santuario encuentro otra traducción, de singular audacia: “En 1929 aparece The sound and the fury, cuyo título, difícil de traducir (Zumbido y Frenesí), está tomado de los famosos versos de Shakespeare, en que la vida se define como una patraña relatada por el verbo, furioso y resonante, de un idiota”. “Zumbido y frenesí” no me agrada, pero si pienso en un idiota agitándose con vehemencia, no me parece una traslación descabellada. “Tanto barullo para nada”, se podría decir, de la vida. O también: “Much ado about nothing”.