sábado, octubre 27, 2012

Música para camalotes

Inundación en el Delta Panorámico. En un promontorio Gabelio Támper es vigía de valores tapados por el agua. Encargado. Entre unas pocas cosas, menos de las necesarias, lo acompañan un ruano sextópodo y un Gongue. Infiero y medio fabulo que este aparejo de percusión se parece tal como su nombre al gong. Aparte de la voz grave y turbulenta del instrumento Támper no tiene más que la propia, en el limbo de la vigilancia rasa. De ese arrullo solipsista está hecha Gongue, la última novela de Marcelo Cohen. Como otras veces, quiero decir, como en otras historias de Cohen, el que habla no es un cultivado y sin embargo su lenguaje se ramifica y se florea, a la vez basto y vasto. El aislado menciona su “precisión de nombrar cosas”. Le achaco el rasgo a Cohen, que parece haberse vuelto más preciso en cada libro. Hay frases en que tuve la impresión de que cada componente había sido medido, cortado y aplicado con cuidado. Yo sé que no puede ser tan así, porque habría tardado añares en reunir todas las que asombran, pero no puedo menos que imaginarlo como artesano. Que por rayo de inspiración le sobrevinieran ciertas construcciones sería cosa de causar espanto. Digamos, ejemplo: “Blanca es el agua cuando la luz es igual, marrón que se rompe en ascuas cuando la luz le da al sesgo. Diríase que al fin empieza a moverse son sigilo/ como si ya no pudiera esconder/que ella también tiene su peso.” Así el hombre se dice. De eso, dije, está hecho. Dos estribillos canturrea: “Nunca pasa nada” y “Algo debe soldarse”. El primero es lisura y el otro oleaje de una esperanza tibia. Quizá por eso cuando una mujer le cosquillea se endereza hacia una ruina dulce. Es un libro de esos tan hermosos que la última línea te encamina a la primera página.

lunes, octubre 22, 2012

Para unas agendas con su nombre

Para esto vine a Montevideo.
Tras ambular por pasillos y escaleras llego a una oficina minúscula con el cartel “ARCHIVO LITERARIO” en la puerta. Me dicen que Virginia -la encargada del sector, con quien estuve intercambiando correos en días previos- no está, que vuelva mañana. Protesto. Más bien imploro. La llaman desde un celular, le piden coordenadas de lo que busco. Rato después me traen una caja azul. Una etiqueta anuncia “CUANDO YA NO IMPORTE – 3 AGENDAS CON TAPA DE CUERO”. Todas tienen grabado en letras doradas el nombre del dueño: Juan Carlos Onetti Borges. 1991, 1992, 1993. Las ordeno y cuando abro la primera estoy con un nudo en la garganta. Soy toda yo un nudo.
Leo: “Anoche me vino el ataque…”. Es un capítulo que en el libro se ubica más allá de la mitad. Como esto lo escribo después, sé que se publicó casi idéntico. El “casi” abarca unos pocos cambios, uno especialmente relevante: Santa María, destruida en el incendio operado por el brazo del Colorado y la cabeza de Medina en Dejemos hablar al viento, renacida en Santamaría en el impreso, es acá, en esta instancia de borrador, Santa María la Nueva. La conservación del nombre de la ciudad sugiere un lazo más robusto con el pasado, se me ocurre. Me complace. Nunca me gustó ver juntas las dos partes. El narrador es Cabot en la agenda y no Carr. No sé con qué relacionar el segundo nombre; el primero me recuerda a un explorador italiano, con una ocupación interesante para el caso, la cartografía. El turco Nasar será en el libro Abu Hosni. Aurora será Aura.
Por amor a los detalles o simplemente por amor anoto algo sobre las formas. La letra, de tinta negra, azul, roja, siempre de trazo fino, se vuelca hacia la izquierda, angulosa -recuerdo las pinturas de Torres García que vi esta mañana, comparo. Hay muy pocas correcciones. Los borradores no fueron, en su mayor parte, borroneados. Me doy cuenta de que las escasas modificaciones van en busca de un matiz. Por ejemplo, sobre la frase “No sólo había voces sino también carcajadas” la última palabra se enmascara con otra escrita con más resolución y tinta, “risotadas”. El color de la última expresión es chabacano frente al otro. Deduzco que algunas palabras subrayadas están sometidas a vigilancia, puestas en duda, porque a veces, al lado, aparecen otras, alternativas, de sentido similar. Todas las páginas están cruzadas por un trazo leve de lápiz negro. El orden en que se escriben los trozos no es el de la novela. Por ejemplo: el ataque -tan nauseosartreano- con que arranca 1991 en el libro sucede unas 40 páginas después de que aparezca el turco Nasar.
Narrador en segundo grado, “fabulador admirable”, Díaz Grey, “tal vez eterno”, le cuenta a Cabot-Carr historias, algunos sucedidos en Santa María-Santamaría. Ahora que en casa transcribo mis notas saco del libro la enumeración de argumentos: “Un vagar sin sentido comprensible por las arenas que rodeaban una casa, un infantil empeño en enterrar un anillo que debió estar unido a una historia amorosa y difunta; meses de drogas prescriptas y usadas por tres o cuatro personas que se fugan disfrazadas, sumergidas en la estupidez de cantos, músicas y sudores hediondos de un carnaval ya añoso; un adolescente empeñado en dar sepultura cristiana a un chivo maloliente; un promotor de lucha libre, viejo campeón ya vencido por combates, y el tiempo que resulta vencedor de un muchacho mucho más fuerte y joven, sin que pueda explicarse por qué; y basta para mí.
"De todo lo que fue recordando el doctor me reservé, como cosa tan querida que la hice mía, la imposible historia de una muchacha que por despecho…
"Es algo hermoso y no quiero tocarlo con dedos fatigados y temblones. Será mañana si Dios quiere".
Cualquiera puede hacer el recuento de las referencias: “La casa en la arena”; La vida breve; Para una tumba sin nombre; “Jacob y el otro”. La historia de la muchacha que en el libro sigue sin la pausa del cambio de capítulo pero en la agenda ha variado de día -“Será mañana”- alude a “La novia robada”. Sé ahora que en la primera versión de la última frase los dedos “temblones” fueron “un poco borrachos”. Puedo pensarlo a Onetti escribiendo con alguna dificultad por culpa de una dulce borrachera bien graduada. Todo un párrafo fue tachado y reescrito. Transcribo lo anulado y lo escogido: “Hasta que la demencia creciera victoriosa, lenta, segura como la marea en el río y la convenciera de que era necesario ponerse el vestido blanco y andar, fantasmal y grotesca, por la ciudad-pueblo”/ “Hasta que la demencia, irresistible y lenta, fuera trepando por el cuerpo extendido para arrebatármela, hacerla suya y convencerla de que era necesario ponerse el vestido blanco y recorrer, fantasmal y grotesca, calles y callejas de Santa María”. Veo que salvo el nombre final todo concuerda con el libro, ahora.
(Pero antes, en ese otro presente: hago una pausa y levanto la agenda a la altura de la nariz, hago correr las hojas y aspiro fuerte. Tengo la impresión, o elijo pensar, que el papel, al ser poroso, atrapa y encierra algo del aire de los lugares en donde estuvo.)
Se me ocurre que quizás algunas frases que aparecen distintas de estos originales en la novela pueden haber sido mal interpretadas. Anclo la duda en que en la agenda de 1993, con letra prolija -un imposible Onetti- aparece este texto, no es su letra pero sí en su voz: “27-3-93. Tal vez mi sensación luctuosa nazca derecho [acá debería decir “del hecho”] de que al escribir la última palabra de mis libros experimenté siempre una sensación de adiós. Que se arreglen. Nunca lo leeré ni corregiré pruebas de imprenta.”
Las últimas palabras escritas en la agenda de 1993 están bajo el 19 de enero y no son de Cuando ya no importe. Es un diálogo y dice así:
"-          Porque la quería toda, señor Juez. Ella con su pasado, ella con su último pensamiento para siempre oculto que estaba pensando cuando murió.
-          No pensaba. Usted la mató mientras dormía.
-          Eso, señor Juez. Su último sueño."
Me conmueve, pero no tanto como lo que figura bajo el viernes 31 de mayo de 1991. Imito las líneas trabajosas de Onetti para copiar el fragmento, estremecida:
“Hay en esta ciudad un cementerio marino más hermoso que el poema. Y hay o había o hubo allí, entre verdores y el agua una tumba en cuya lápida se grabó el apellido de mi familia. Juego con la idea de que en algún día repugnante del mes de agosto, lluvia frío y viento iré a ocuparlo con no sé qué vecinos. La losa no protege totalmente de la lluvia y, además, lloverá siempre”.
La última palabra está escrita dos veces. En el primer intento se aplasta contra el margen y el autor no ha querido que quedaran dudas.
Siempre.

jueves, octubre 11, 2012

sábado, octubre 06, 2012

La persistencia

Recién me tiré en la cama con La vida breve, para buscar el “boliche” de Montevideo en donde se encontró Brausen con los amigos, con Raquel. Todo está en la carta a Stein. Habla de un lugar junto al Dick’s. No hay hotel ni bar con ese nombre en la Web, pero, primero, no tiene por qué tener referencia real y segundo, el libro tiene más de 60 años. No importa. Voy a sentarme en un bar del puerto de Montevideo. Voy a capturar con mis ojos lo que otros guardaron en la memoria para que aflorase al escribir sobre un suceso en el puerto de Montevideo, aun si todo fue invención. Algo del paisaje siempre queda. La naturaleza es persistente. (También la mía).

En la sala de la antifama

Deshechos en madejas y vueltos a liar. Larga vida a Mister América.

viernes, octubre 05, 2012

Virus

Le decía ayer a un amigo que por la costumbre de leer tiendo a ordenar narrativamente mis impresiones. Además, leer contagia, y no solo en el nivel epitelial del estilo. La lectura inocula un virus con efectos inflamatorios: hincha el campo de lo perceptible. Es algo que se dijo muchas veces, de maneras distintas. Hace un rato en el subte se me atravesó este pasaje de Los acuáticos -sí, otra vez Marcelo Cohen-, subrayado y no por mí: “Se me fue haciendo un lenguaje en la cabeza. Y empezaron a ocurrirme misterios, porque tenía las palabras para decírmelos”.

jueves, octubre 04, 2012

La mano de Farabeuf

Esta mañana al levantarme algo que había sobre la cama rodó al piso, muy despacio, frenado -pero eso lo pensé después- por la resistencia que oponía la trama del edredón. Me alarmé, en la semioscuridad de la pieza. Incluso cuando me di cuenta de lo que era -un corpiño negro- continuó por un rato el susto, inercial. Pensé que lo que nos atemoriza de los objetos que se mueven como animales es que aparte de nosotros haya algo en el dormitorio que pueda encerrar una voluntad. Nos aterra que esa lentitud en el desplazamiento pueda nacer de la pereza o el deseo de agazaparse. Enseguida reconocí que se trataba de un pensamiento que en su expresión era puramente literario. Fui a anotarlo y mientras escribía pensé todavía: hasta en estas cosas se nota la mano de Farabeuf.

miércoles, octubre 03, 2012

El anochecedor

Su presencia es como la inminencia de la llegada de la noche. Algo en su mirada que parecía sondear el recuerdo nos iba quitando la luz para darnos, en vez de ella, la sombra. ¿Quién es ese hombre que lleva la noche consigo dondequiera que va? Su presencia es como la premonición súbita de las sílabas de un nombre que hemos olvidado, unas sílabas rápidas pero informes.

Salvador Elizondo, Farabeuf