jueves, octubre 23, 2008

Una épsilon

Anoche hice el último intento de terminar Un mundo feliz. No hay caso, se me cae. Cada engranaje está más explicado que en un manual de mecánica. Demasiada exposición da fotos sin figuras. (Pensé: ¿Este tipo me cree una épsilon?). El colmo fue el frustrado romance entre John y Lenina. Hay libros que no son para mí, me dijo Borges a través del Uniberto y le di la razón (como si pudiera dársela; en fin, no desarmemos las frases hechas, que se deshacen). Te dejo, libro, libre. Libre de mis manos y de la cercanía de mi cara. Seguí sin mí.
Hoy para el viaje traje Vineland. Brazo derecho evitando el vuelco, brazo izquierdo haciendo malabares con el libro abierto. No sé todavía si me gusta. Diré que me enredé en la complejidad y fue un alivio. El comienzo me recordó el de Asfixia: un cuadro que un ser desaforado compone, con fastidio, como resorte para hacer saltar a los títeres en su beneficio. Al llegar a Uruguay Wheeler hablaba con un agente federal, Hector, sobre su ex esposa y yo con esfuerzo desentrañaba. Decía, de la complejidad: como leer un cuaderno de prolija y diminuta letra, abigarrada, mucho en cada página, como gente en un vagón del subte B a las 10 de la mañana, así.

martes, octubre 21, 2008

La voz de Herzog

Mañana nocturna, tarde que escampa el cielo. Yo en casa, la enfermedad me licencia. A la mañana me despertó la lluvia que caía a los gritos. Pasé el mediodía durmiendo. De tarde y pijama, me puse a pispear una de Herzog. Me encanta oírlo hablar. En parte es por la pronunciación. Hasta en inglés se le adhiere el alemán a las desmedidas vocales, las consonantes abruptas. Lengua de riscos, el alemán. Pero la vara del encantamiento es el tono calmo que contrasta con su temperamento pasional. Oyéndolo uno puede imaginarse la parsimonia con la que comió ese chocolate a centímetros de la furia de Kinski. Así habla, casi siempre, como gustando ese chocolate, frente a su propio fuego.