miércoles, mayo 30, 2012

El efecto mariposa

Hasta que llegó el amanecer, dijo Austerlitz, estuvimos aquella noche de verano en la hondonada de la montaña, muy alto sobre la desembocadura del Mawddach, mirando cómo las mariposas, quizá unas diez mil, estimó Alphonso, acudían volando. Las estelas de luz, admiradas sobre todo por Gerald, que parecían dejar tras sí en diversos anillos, serpentinas y espirales, no existían en realidad, explicó Alphonso, sino que eran sólo huellas fantasma causadas por la pereza de nuestros ojos, que creían ver aún cierto resplandor en el lugar de donde el insecto,que sólo había brillado una fracción de segundo a la luz de la lámpara, había desaparecido ya. Eran esos fenómenos irreales, dijo Alphonso, el relampaguear de lo irreal en lo real, determinados efectos de luz en el paisaje que se extendía ante nosotros o en los ojos de una persona amada, los que inflamaban nuestros sentimientos más profundos o, en cualquier caso, los que considerábamos como tales.

W.G. Sebald, Austerlitz

¿Quién dijo que te tenías que comprar una guitarra?


Me cuenta Itto que esa canción de Jack White que puse hace unos días asola la radio desde hace un tiempo. “La escucho al menos una vez por día”, dice, y un rato después “mirá, no miento”, y con los ojos muy abiertos como si se ahogase -y quizá se trate un poco de eso- extiende el brazo y me acerca la radio para que escuche los acordes que conozco. Entiendo el fastidio ante el martilleo que le pajarocarpinterea los oídos. Le presento un paliativo, un video, un pasaje de la apertura del excelente documental It might get loud. Funciona.

jueves, mayo 24, 2012

Gris

"Reconoció ese tono exacto de gris que sólo los miserables pueden distinguir en un cielo de lluvia". Me llega la frase en el colectivo. Dejo la página y escruto el pedacito de cielo ensuciado en la ventanilla, trato de discernir. ¿Es éste el color que vio Larsen? ¿Es mi gris el suyo?

miércoles, mayo 23, 2012

¡Fuego!

¿Escucharon el último disco de Jack White?

miércoles, mayo 16, 2012

"Terminado, el libro empieza"


Más allá de ese primer acercamiento a través de Aura, que me llevó a cambiar en un cuento que quise siniestro el “yo” por el “tú” para verlo cobrar un matiz de amenaza, de inminencia, porque esa segunda persona introduce un tono que se parece al del modo imperativo; más que el susto por Chac Mool desde el tomo de Los días enmascarados que todavía pervive como nuboso estremecimiento; por encima de la más conocida y sin duda mejor La muerte de Artemio Cruz; me quedo con Cambio de piel, una novela asombrosa, exigente, que durante unos cuantos días me mantuvo suspendida en esa vida breve que ofrecen los buenos libros y tomé esta mañana de la biblioteca no sin alguna aprensión ante el riesgo de que volviese a entramparme.

Estamos tan solos y cansados. […] Y yo sólo quiero escribir, un día, lo que me han contado. Bastante es lo que me dicen y escribirlo significa atravesar todos los obstáculos del desierto. Toda novela es una traición, dice mi cuate Pepe Bianco, encerrado entre pilas de libros en su calle de Cerrito allá en B. A. Es un acto de mala fe, un abuso de confianza. En el fondo, la gente está tan contenta con lo que parece ser, con lo que sucede día con día. […] ¿A qué viene esa puñalada trapera de escribir un libro para decir que la única realidad que importa es falsa y se nos va a morir si no la protegemos con más mentiras, más apariencias y locas aspiraciones: con la desmesura de un libro? La verdad nos amenaza por los cuatro costados. No es la mentira el peligro; es la verdad que espera adormecernos y contentarnos para volver a imponerse: como en el principio. Si la dejáramos, la verdad aniquilaría la vida. Porque la verdad es lo mismo que el origen y el origen es la nada y la nada es la muerte y la muerte es el crimen. La verdad quisiera ofrecernos la imagen del principio, anterior a toda duda, a toda contaminación. Pero esa imagen es idéntica a la del fin. El apocalipsis es la otra cara de la creación. La mentira literaria traiciona a la verdad para aplazar ese día del juicio en el que el principio y fin serán uno solo. Y sin embargo, presta homenaje a la fuerza originaria, inaceptable, mortal: la reconoce para limitarla. No reconocerla, no limitarla, significa abrir las puertas a su pureza asesina. Si no, mamá grande, todos seríamos idénticos al excremento: ésa es la Verdad.

Carlos Fuentes, Cambio de piel

domingo, mayo 13, 2012

Variaciones Bernhard


Me despierto de la siesta y dos perros se turnan -uno en re, otro en si- para alborotar la tarde. Después el silencio campea. Un domingo cabal. En la tarde cóncava resuena el eco de lo que leí hace unas horas. ¿Siguió tocando Bernhard mientras yo dormía?  Como quien tararea una melodía insistentemente y descubre que solo la puede exorcizar si cede a la inundación, vuelvo a El malogrado. (Quien percibe la música de Bernhard comprende por qué no se puede escuchar otra -ni siquiera las Variaciones Goldberg- al mismo tiempo.)

Hemos encerrado a los grandes pensadores en nuestros armarios de libros, desde los que, condenados para siempre a la ridiculez, nos miran fijamente, decía, pensé. Día y noche oigo los lamentos de los grandes pensadores, que hemos encerrado en nuestros armarios de libros, a esos ridículos grandes del espíritu, como cabezas reducidas tras el cristal, decía, pensé. Todas esas gentes han atentado contra la Naturaleza, decía, han cometido el crimen capital contra el espíritu, y por eso son castigadas y encerradas por nosotros para siempre en nuestros armarios de libros. Porque en nuestros armarios de libros se ahogan, ésa es la verdad. Nuestras bibliotecas son, por decirlo así, establecimientos penitenciarios, en los que hemos encerrado a nuestros grandes del espíritu, a Kant, como es natural, en una celda individual, como a Nietzsche, como a Schopenhauer, como a Pascal, como a Voltaire, como a Montaigne, a todos los muy grandes en celdas individuales, a todos los demás en celdas colectivas, pero a todos para siempre jamás, mi querido amigo, hasta el fin de los tiempos y para la eternidad, ésa es la verdad. Y ay de él si uno de esos criminales capitales se da a la fuga, se escapa, inmediatamente se le liquida y se le deja en ridículo, por decirlo así, ésa es la verdad. La Humanidad sabe protegerse contra todos esos, así llamados, grandes del espíritu, decía, pensé. Al espíritu, donde quiera que aparece, se le liquida y se le encierra y, como es natural, siempre se le tacha en seguida de falta de espíritu, decía, pensé, mientras contemplaba el techo de la sala del mesón. Pero todo lo que decimos es un disparate, decía, pensé, digamos lo que digamos es un disparate y nuestra vida entera una sola cosa disparatada. Eso lo comprendí pronto, apenas empecé a pensar lo comprendí, sólo decimos disparates, todo lo que decimos es un disparate, pero también todo lo que nos dicen es un disparate, lo mismo que todo lo que se dice en general, en este mundo sólo se han dicho hasta ahora disparates y, decía, realmente y como es natural, sólo se han escrito disparates, lo que tenemos escrito es sólo un disparate, porque sólo puede ser un disparate, como demuestra la Historia, decía, pensé. Finalmente, me refugié en el concepto de aforístico, dijo, y realmente, una vez, cuando me preguntaron cuál era mi profesión, según él, respondí que era aforístico. Pero la gente no comprendió lo que quería decir, lo mismo que siempre que digo algo no comprende, porque lo que digo no quiere decir que haya dicho lo que he dicho, decía, pensé. Digo una cosa, decía, pensé, y digo algo totalmente distinto, por eso he tenido que pasarme toda la vida con malentendidos, nada más que malentendidos, decía, pensé. Para decirlo más exactamente, nacemos sólo en medio de malentendidos y, mientras existimos, no salimos ya de esos malentendidos, ya podemos esforzarnos lo que queramos, no sirve de nada. Esa observación, sin embargo, la hace todo el mundo, decía, pensé, porque todo el mundo dice algo ininterrumpidamente y es malentendido, en ese único punto se entienden sin embargo todos, decía, pensé. Un malentendido nos pone en el mundo de los malentendidos, que tenemos que soportar como compuesto sólo de puros malentendidos y que volvemos a dejar con un solo y gran malentendido, porque la muerte es el mayor de los malentendidos, según él, pensé.

Thomas Bernhard, El malogrado

viernes, mayo 11, 2012

El que busca


Hace un rato me quedé sin aire cuando entré a Hernández buscando a Onetti y me encontré con Beckett. Con el hilo de voz que logré desenredar del nudo en la garganta dije, mientras señalaba el monstruo: “¿Qué es eso?”. “Parece que es la primera novela de Beckett, llegó hace un par de días”, respondió el librero, distraído de mi corazón que daba saltos por ahí. Sin dejar de caminar bajo el sol amarrete que entibiaba la calle Uruguay (tenía que volver a la oficina) fui aplacando la repentina sed en páginas al azar. Así, durante la vereda generosa que va de Lavalle a Tucumán leí: 

“Su rostro era tal que a uno se le venía encima, se despegaba de todo, se hacía pedazos, invadía el aire mismo, una roja dehiscencia de la carne en acción. Había que mantenerlo a raya. Mierda, pensaba uno, si lo que quiere es disolverse. Y luego los gestos, los gestos espeluznantes, de las manitas gordezuelas y las palabras espléndidas y la sonrisa de alga marina, todo encogiéndose y desenroscándose y desplegándose hasta florecer y no ser nada, toda su persona un caldo de disrupción y flujo. Y eso, a partir de la coherencia milagrosa con que siempre aparecía. El modo en que se mantenía aglutinado es uno de esos misterios insondables. Por derecho propio tendría que haberse hecho añicos, haberse convertido en bruma, en polvo suspendido en el aire. Era un batiburrillo que se desintegraba solo”.

Samuel Beckett, Sueño con mujeres que ni fu ni fa