martes, mayo 25, 2010

domingo, mayo 16, 2010

La dirección opuesta

En Jakob von Gunten, de Robert Walser, el protagonista tiene una única ambición: perderla. Ansía convertirse en un perfecto cero. Esa aspiración a contracorriente de lo esperable infunde una sensación de extrañeza. (En el lector, no dentro del sistema de la novela: Jakob asiste a un instituto que forma sirvientes y su proceder es natural ahí). Del extrañamiento al entrañamiento. Porque suelen fascinar los hombres que eligen libremente hacerse delgadísimos entre lo aparente.
Hace un mes o algo así leí Los hermanos Tanner. Simon Tanner también desconcierta. Esta vez, también a otros, en la novela. Advirtiendo su independencia de criterio, la despreocupación por incomodarse al incomodar, no pude menos que amar a Simon. En el capítulo XIV oye en una taberna a dos desconocidos que hablan acerca de uno de los hermanos Tanner, antes joven prometedor, ahora malogrado, encerrado en un hospicio. Simon se declara en contra de la compasión y celebra la desdicha. “La desdicha forma”, dice Simon, y me recuerda aquello que dice Jakob sobre la melancolía, que algún componente tiene de desdicha: “La melancolía resulta preciosa. Porque educa”. “[La desdicha] estimula a vivir mejor. Cualquier belleza, si es que aún esperamos tener experiencias bellas, se la debemos a ella. Nos permite hartarnos de cosas bellas y, estirando la mano, nos señala otras nuevas. ¿Un amor desdichado no es acaso el más rico en sentimientos y, por lo tanto, el más tierno, delicado y bello? Y ser abandonado, ¿no tiene acaso resonancias suaves, benéficas, halagüeñas? Decirlo es ciertamente nuevo, porque es raro que alguien lo diga. A la mayoría les falta valor para saludar en la desdicha algo donde podamos bañar nuestra alma, como nuestras piernas en el agua”.
Entonces, porque él dijo eso, lo raro, acerqué el libro a los labios y besé esa página.

sábado, mayo 15, 2010

Hedwig se despide de Simon

Veo que te vas, que ya lo has decidido. Adiós. Ven a mi lado y dame la mano […]. Intenta ser un hombre de bien. Participa de la vida pública, haz que se hable de ti, me daría un gran gusto oír hablar de ti a la gente. O bien, vive como mejor puedas y sepas hacerlo, permanece en la oscuridad, lucha en la oscuridad con los muchos días que aún te irán llegando. No te creo capaz de debilidades. ¿Qué más puedo decirte para desearte suerte en tu viaje? Y da las gracias. ¡Vamos, oye! ¿No piensas darme las gracias por haberte tenido aquí todo este tiempo? No, déjalo estar, no es tu estilo. Serías incapaz de hacer una reverencia y decir que realmente no sabes cómo agradecérmelo. Tu conducta ha sido tu agradecimiento. Contigo he perseguido y ahuyentado el tiempo hasta hacerle sentir miedo de nosotros. ¿No tienes en verdad más cosas que las que caben en esta maletita? Eres realmente pobre. Una maleta es toda tu casa en este mundo. Hay en esto algo extraordinario, pero también lamentable. Vete ahora. Te seguiré con la mirada por la ventana. Cuando llegues a lo alto de la colina, vuélvete y mira una vez más hacia mí. ¿Qué otros signos de ternura hemos de intercambiar todavía? ¿Tú, el hermano, conmigo, la hermana? ¿Qué importa que una hermana no vuelva a ver más a su hermano? Me despido de ti fríamente porque te conozco y sé que odias las despedidas efusivas. Esto no significa nada entre nosotros. Y ahora dime adiós y vete…

Robert Walser, Los hermanos Tanner

jueves, mayo 13, 2010

Recio y rancio

Ayer en el 108 concluí que alguna gente guarda de los últimos fríos de un año a los primeros del otro la ropa sin lavar y una mañana fresca agarra la desprevenida ropa y se la encima y así sale. En las apreturas del colectivo esa gente como tantos del resto que sí lava sus ropas se ve en la necesidad de alzar los brazos y exponer los sobacos donde aun bajo capas de ropa hacendosas glándulas se encargan de remozar con sudor fresco el otro estacionado durante varios meses en cavas de madera por lo que ha cobrado un matiz acre.

miércoles, mayo 12, 2010

Una de tantas respuestas de Vila-Matas a la infaltable pregunta acerca del lector hipotético

El lector al que me dirijo va a mis actos públicos. Es más inteligente que yo, por eso se va antes de que termine de hablar. Eso hace que trate de superarme para seducirlo, pero él se sigue yendo siempre antes. El día que no se vaya estaré más cerca de lograr la obra perfecta. Por lo tanto, más cerca de la Recoleta.

Vila-Matas en Buenos Aires

El sábado fui a la Feria del Libro a oír a Vila-Matas. Llevé Dublinesca para hojearlo por el camino y para la espera antes de la sala. No había llevado cuadernos, así que a la hora de la charla traté de retener lo que pude (y quise) llenando a lápiz los espacios en blanco de las primeras páginas de la novela (en las últimas hay anotaciones sobre unos cortos asiáticos). Casi sobre el final contó una anécdota sobre Tabucchi tan entretenida que por temor a perderme algo no quise transcribir. Cuento acá lo que me acuerdo. Vila-Matas escribió “Recuerdos inventados”, donde rememora en clave de ficción algo dicho por Antonio Tabucchi. Más tarde lo conoció en una reunión en donde había varios escritores. Tabucchi había leído el cuento y se lo mencionó, le pareció divertido y le propuso que crearan recuerdos en común. A partir de entonces decidieron que la familia Vila-Matas y la familia Tabucchi se habían tratado durante años. EVM contó en una entrevista, por ejemplo, que se asomaba por sobre la tapia de la casa de los Tabucchi y le preguntaba a Antonio si creía como él que los adultos eran todos estúpidos y cosas por el estilo, y que a Antonio, que era algo mayor, lo fastidiaban esas preguntas del crío (todo según lo que inventaba que recordaba EVM). Cuando a Tabucchi le preguntaban si era cierto lo que contaba EVM, contestaba que por supuesto, que por qué iban a dudarlo. Hasta que a EVM se le fue la mano. Escribió un cuento, “Los Tabucchi”. En el cuento se devela un acuerdo entre ellos (similar aunque no el mismo que habían pactado). Antonio Tabucchi tardó dos años en volver a dirigirle la palabra.
Lo mejor es pensar que todo, también esto último, es casi con seguridad (me da risa esta palabra porque recuerdo -en clave real-, que en el cuento “Los Tabucchi” aparecen los adverbios “exactamente”, “perfectamente” que en general se usan para enfatizar la verosimilitud pero acá logran el efecto contrario) otro recuerdo falso. Y que no importa. De verdad.