domingo, diciembre 30, 2012

Telémaco

Introibo ad altare dei. Alguien pronuncia dei-i en un audiobook, bisílabo, inflexión de lo solemne, acento de la parodia, adecuado. Por todo el capítulo se desperdiga la misa bufa, arenada.
La fascinación de los rituales. Con Lidia impartíamos misa para una ronda de muñecos, corro plástico, rosado. No había lecturas ni ¡hostias! No debía ser mordido el cuerpo sino disgregado. Mulligan muerde.
Epi oinopa ponton griego, snotgreen sea irlandés, el mar verde moco se derrama sobre el mar vino oscuro. El hablador hace una ablación de mamma: bestialmente muerta. ¡Ay! La vuelta del hijo pródigo que no se prodiga, no se doblega ante la santa madre católica apostólica y romana que pretende imponerse desde la madre bestialmente agonizante.
Cranly: Evitale más sufrimientos a tu madre, hacé lo que quiere, es solo una cuestión de formas.
Stephen escuchaba el silencioso lenguaje oculto tras las palabras. No serviré a aquello en lo que no creo.
Mulligan: ¿Qué te hubiera costado hincarte y rezar, Stephen?
Introibo ad altare dei. La letra con el cuerpo y la sangre entra. Pero el cuerpo de Stephen sale. Mulligan, usurpador. ¿Sin amigos? Amén.

jueves, diciembre 06, 2012

El nombre verdadero

Dios era el nombre de Dios, lo mismo que su nombre era Stephen. Dieu quería decir Dios en francés y era también el nombre de Dios; y cuando alguien le rezaba a Dios y decía Dieu, Dios sabía desde el primer momento que era un francés el que estaba rezando. Pero aunque había diferentes nombres para Dios en las distintas lenguas del mundo y aunque Dios entendía lo que le rezaban en todas las lenguas, sin embargo, Dios permanecía siempre el mismo Dios, y el verdadero nombre de Dios era Dios.

James Joyce, Retrato del artista adolescente

¿Qué parte de mí es mi nombre?

Hace un tiempo, dos o tres meses atrás, Marcelo Cohen leyó un cuento en la librería Ateneo, “Victorilo”. Ahí se describe una playa, que podría ser cualquiera entre unas cuantas si no supiéramos que está en el Delta Panorámico. “La brisa le enarena la mansedumbre” a un pibe, un “brachito”, que vende diarios entre los “playistas”, entre los que cunde el desinterés. “Me llamo Victorilo”, responde a quien pregunta. “Sos un triunfador”, le dicen. Y él: “Es mi nombre, señor, no sé si es lo que soy”. Hay en esa sentencia que parece tan llana inesperados accidentes.

Perforado y espantado

Leo en la biografía de Kafka que escribió Klaus Wagenbach la cita de “Preparativos de boda en el campo” que conozco: “Y mientras digas uno en lugar de yo no pasa nada y se puede recitar esta historia; pero en cuanto admites que eres tú mismo, entonces quedas materialmente perforado y espantado”. Entonces recuerdo que Kafka había escrito “Ich” en lugar de “K.” en los primeros capítulos de El castillo. Pero si uno escribe una novela, incluso si lleva un diario, siempre es “uno”, no es “yo”. Quizá pasar de la primera persona a la tercera sea, más que ocultación, un acto de sinceramiento.