Para hablar de Nazarín
Tarkovski comienza con una advertencia: “Es evidente que si contemplamos un
gran fresco desde muy cerca -escribió Tarkovski en un libro-homenaje a Luis
Buñuel, en 1979-, muchos de sus detalles pueden parecernos hasta feos. Pero en
toda gran composición, el detalle no es algo que se baste a sí mismo, algo que
represente o sintetice exhaustivamente el contenido total de la obra. Un fresco
ha de ser contemplado, sin duda, desde una cierta distancia. Y lo mismo sucede
con una película, que debe ser enjuiciada en su totalidad -tanto más, cuanto
que una secuencia aislada de una película es mucho más compleja, en términos
emocionales, que el detalle de un fresco”.
No sé si no supe calibrar la distancia para verla, pero en líneas generales no me gustó Nazarín. La vi tres veces tratando de buscar a qué aferrar algún entusiasmo. Pero tengo
la manía de desconfiar de los personajes sin fisuras y me abrumó la bondad
monolítica del padre Nazario. Para más pesares, Francisco Rabal, en la piel del
sacerdote y al menos en la primera mitad de la película tiende a
independizarse de las palabras que pronuncia. Es desconcertante verlo aunar una
monótona recitación con la exuberancia en la gestualidad corporal. Era bastante
joven por ese tiempo y me consta que después se lució en otros papeles.
Fuera
de eso y esforzándome por ser justa, visto el fresco como en el conjunto muestra
algunos aspectos de interés. No sufre este sacerdote de Buñuel, como los de
Bresson y Bergman, una crisis de fe, aunque sí se enfrenta a la iglesia como
institución. O mejor: es la iglesia la que lo aparta. Lo que le reprochan las
autoridades a Nazario es su ascetismo y su predisposición incondicional a
auxiliar a cualquiera que lo necesite, lo que, según parece, es contrario a sus
prácticas. En una charla con un superior, éste le dice que “sus costumbres
están en pugna con las de un sacerdote y afrentan a la iglesia”. También hay
una crítica a las diferencias entre clases sociales. A las dos mujeres que lo
acompañan y que corren el riesgo, con él, de ir a la cárcel, les dice: “Ya sé
que por nuestra humilde condición la justicia humana no cuidará mucho de
nosotros. Pero la divina no ha de dejarnos indefensos”.
La generosidad sin medida de Nazario no tiene lugar en este
mundo: es más lo que estorba que lo que ayuda. Se suceden los ejemplos: el cura
guarda en su habitación a una prostituta que huye después de una pelea y la
mujer incendia el lugar, arruinando a la malhumorada pero bienintencionada
casera; ya echado a los caminos, propone trocar trabajo por comida, lo que le
vale el odio de los otros trabajadores y desata un tiroteo; una mujer moribunda
por la peste rechaza su ayuda. Va a la cárcel, lo golpean, no se defiende. Un
ladrón le dice lo que ya iba sospechando: “¿Pa’ qué sirve su vida? Usté pa’l
lado bueno, yo pa’l lado malo. Ninguno de los dos servimos para nada”. Apenas
consiguen que no lo cuelguen. Se entrega manso a su destino, Nazario. En el
gesto abatido del final se trasluce que ha llegado a conocer mejor a los
hombres.
1 comentario:
ni recuerdo birn esta peli, seguro la vi en los eufórikos 90's..de hecho me gusta el Buñeuel franxute y el mexicano...pero los frankistas..ni ahi...ni Tristana ni la tan sobrevalorada Viridian me dicen mucho...saludetes dominikales!
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