lunes, octubre 14, 2013

Perro

Recién leí en un blog: “donde se hunde la desgracia”. Y pensé que estaba bien eso de la desgracia en la hondonada pero mejor sería “donde hinca la desgracia”, la desgracia mordiente. Porque la desgracia se aferra. Es posible imaginarle dientes, colmillos incluso. Sé de dónde viene esto. Me sigue una brumosa tristeza como un perro. No la noto, la mayor parte del tiempo, pero si me doy vuelta, o solo me detengo y miro alrededor, ahí la veo apegada a mí. Quizá yo también le guarde un cariño. Los perros, es sabido, suelen acercarse sin recelo a quienes los miran con ojos endulzados.

2 comentarios:

Carlos dijo...

El perro que se queda aunque uno lo eche.

Vero dijo...

¿Sabés? Cuando anoté eso pensé que la tristeza como perro fiel era una figura banal de tan trillada. Sí, quizá sea trivial. Sin embargo no sé si se le presta atención a la contraparte de la figura, ese apego que uno desarrolla hacia el perro, del que hablo al final. En ese sentido, creo que el perro puede notar, en el tono que usamos para echarlo, que no es en serio, por eso se queda. No será en todos los casos, claro, pero yo hablaba de un perro en particular.