Gasto un insomnio y el zaguán de una siesta en Cuando entonces. Leo por ahí que se asemeja a El pozo. No me parece. Sin entrar en el argumento, el tono, sobre todo, es otro, más coloquial. Es que esta noveleta -definición de Mayer para saltarse la estirada “nouvelle” y la interrumpida “novela corta”- no es narrada: es confesada. Quiero decir que se estructura en base a confesiones. Más nítido esto en la primera y la tercera parte, donde dos borrachos deshojan sus cuitas en la cara de quien escucha vacilando entre interesarse y no.
No está entre lo mejorcito que escribió pero es un Onetti pura sangre, más parejo que Cuando ya no importe en el que de a trechos cuesta reconocer al maestro mágico. Hay como en tantos lugares –“¿no son siempre las novelas lugares?”, le pregunté a un amigo hace poco- una prostituta, no un cadáver como los que Larsen junta sino una piba joven –“stock fresco”, le anuncian a Lamas-, una María Bonita antes del derrumbe. De Magda conoceremos en las últimas líneas su verdadero nombre, que aunque recuerdo no diré, poco inspirador para sus quehaceres; las verdades suelen presentarse al final para baldearnos la ilusión. Regentea el local de esparcimiento y ejercicios Serna, que con la inicial del nombre, Luis, viene a completar el anagrama del nombre de ése que muere en El astillero y reaparece con una corte de gusanos en Dejemos hablar al viento.
Motiva la primera confesión que desata las otras una historia de amor desgraciado. Más bien dos. Mientras tanto, se entera uno del ascenso y caída de Magda, prostituta hechicera y algo simplona, desmembrada -particionada- en las voces de dos hombres -y quizá el que la llega a conocer más no lo hace mejor. Apenas se deja oír su voz en la segunda parte, cuando Lamas muestra las palabras que enamorado enfrascó en el recuerdo, y en la tercera, una confesión dentro de otra: Pastor es interrogado por la policía y reproduce el “ataque de delación” de la mujer. Encuadro su imagen entre la de Queca -“para loca, Magda”, celebra o lamenta Lamas- y Elena Sala, por la decisión del final: después de ser apartada, se sustrae.
Como cierre, la manzana se deja consumir impasible. Estamos, como ya se dijo mil veces, mil páginas, y repite Lamas, condenados al fracaso porque ya sabemos cuál es el final de todo triunfo pasajero y también, al menos desde “Bienvenido Bob”, que la indiferencia es el primer anuncio de la vejez.
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