lunes, marzo 31, 2008

Sesenta y cuatro

Me dice que se sienta a la mesa con las manos llenas de palabras, las ordena, las apila y por unas horas, a veces por días, ese orden retiene el sentido, pero que después se desdibuja aunque las palabras sigan ahí, como si se soltaran las manos mientras no las mira, se desencadenaran. Se empeña igual, ensucia papeles, hasta con gusto por lo efímero del asunto, como si escribiese en la arena consciente de las olas que todo lo alisan, o con tizas en el suelo de la plaza. Para representar más fielmente lo pasajero, la tinta debería esfumarse después de unos minutos, la permanencia falsea esa esencia, me dice. Le digo que voy a quemar por ella esos papeles, sin siquiera leerlos, para no transmitirles nada de mi mirada. Un rito para que pueda recomenzar. Las palabras están todas siempre, para qué acumularlas, le digo. Las palabras escritas son la moneda en la boca de los muertos. Scripta volant, le digo, y enciendo el fuego.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Manías de tizaespectros. Pegale fuego o abriles el chorro (más dibujos). No money, no cathedral. Todos somos de tiza, V.

Vero dijo...

Esto pasa cuando a una la incitan a jugar a la payana con piedras de rayuelas. Fuego y a escribir con los carbones, Puck. Besos.