viernes, diciembre 21, 2007

Sustracción

El domingo me llamó una amiga muy querida, a quien no veo hace meses, para proponerme que nos encontremos uno de estos días. Y aunque al escuchar su voz hubiese querido verla en ese mismo momento, le pedí, por favor, que eso fuese después del 2 de enero. Como el mar en el reflujo sustraigo el cuerpo al mundo. Veo en la calle la muchedumbre (ya la palabra al pronunciarla suelta un ruido de tumultuosa, amenazante colmena) y quisiera aislarme. Venía, hoy, por Paraná, y me parecía que cada persona que pasaba cerca movía sus extremidades con brusquedad, bestialmente. A principios de diciembre casi no pasaba tiempo en casa, y ahora no quiero estar en otra parte. No es sólo cansancio, que también. Ayer, por ejemplo, iba a casa en el 106 repleto, buscando el equilibrio para caminar la sexta cuadra de Glosa, pero por encima de todo pensaba en crisálidas. La de Strindberg, que espera la transformación de la oruga en mariposa. Distinta, la de Kafka, de acero, desesperada, desesperanzada. Lo que quería, claro, era envolverme en mi propia crisálida, estar sola y quieta. Al llegar a casa agarré y leí durante horas el libro de Conversaciones. Después puse The final cut en el equipo y preparé la cena. Cuando me acosté estaban dando en I-SAT Frida. Fue una buena noche.

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