La fidelidad de la traducción de cada palabra aislada casi nunca puede reflejar por completo el sentido que tiene el original, ya que la significación literaria de este sentido, en relación con el original, no se encuentra en lo pensado, sino que es adquirida precisamente en la misma proporción en que lo pensado se halla vinculado con la manera de pensar en la palabra determinada. Este hecho suele expresarse mediante una fórmula que declara que las palabras encierran un tono sentimental. Y hasta podría decirse que la traducción literal, en lo que atañe a la sintaxis, impide por completo la reproducción del sentido y amenaza con desembocar directamente en la incomprensión. En el siglo XIX las traducciones de Sófocles hechas por Hölderlin eran los ejemplos monstruosos de esta traducción literal. Se comprende fácilmente hasta qué punto la fidelidad en la reproducción de la forma acaba complicando la del sentido. De acuerdo con esto, la conservación del sentido no requiere forzosamente la traducción literal. El sentido se halla mucho mejor servido por la libertad sin trabas de los malos traductores, incluso con daño para la literatura, y el lenguaje.
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En todas las lenguas y en sus formas, además de lo transmisible, queda algo imposible de transmitir, algo que, según el contexto en que se encuentra, es simbolizante o simbolizado. Es simbolizante sólo en las formas definitivas de las lenguas, pero es simbolizado en el devenir de los idiomas mismos.
Walter Benjamin, "La tarea del traductor", en Angelus Novus.
9 comentarios:
No se puede traducir a un autor, pero podría afirmarse que lo que podemos hacer con él (en el sentido benjaminiano) es "redimirlo", o pasarle el cepillo a contrapelo, ¿no?
Saludos Vero.
Qué buen párrafo que elegiste, Vero. Por una parte lo disfruto enormemente así como está dado, y por otra, al ver el comentario de Luis, extraño la charla y me pregunto cuando nos volveremos a extraviar.
Hablando de traducir a contrapelo, Luis: por ahí anduvo Deleuze dejándole los pirinchos parados a Melville.
Se agradece, Carlos. Hay escritos teóricos con grandes ideas pero que además se expresan de una manera hermosa, como en este caso. Me reconforta ver que alguien más disfruta de estas cosas.
¡A por el tercer Pizza! Se oyen propuestas.
Besos.
Hay una constante: cada vez que yo digo algo respecto de los PCM, eso que yo digo no sale. Es como que mi opinión viniera a ser un momento necesario para la negación, del que luego surge el verdadero encuentro. Por ahí usted es muy joven y no se acuerda, pero le aseguro que es así. Yo propongo el 22 de septiembre, pero para que me digan que no (debe ser así). De paso, se consulta a los representantes del interior sobre el estado de los caminos, el apronte de sus jamelgos, y la voluntad de sus jóvenes amantes, en el sentido de si podrían o no prescindir de su presencia por dos días (me refiero a los amantes). Asimismo se apertrechen para la travesía, robusteciendo sus humanidades con jereces y aligerando su espíritu en trasnochadas noches previas que sin duda servirán como ejercitación.
Ji ji ji. Qué lamento más simpático el suyo. La pegó con las predicciones: 22 del 9, todavía sin las entradas pero con probabilidades de ir a ver a Iggy Pop. Hay que ver también qué dicen desde el interior, es cierto. Averiguaré.
para mí ningún texto merece mayor respeto. no es sólo el autor, está el traductor y el lector. cada uno lo modifica. siempre. siempre se lo manosea. y está bien, no hay gran diferencia.
Ajá. Está bien, yo, interesante, pero creo que te estás moviendo en otra capa del hojaldre. Beso.
no, para nada.
Quise decir que hay varias esquinas desde donde mirar el tema de la traducción, que dan pie a distintos niveles de análisis, que se superponen como en un hojaldre. En un nivel, o una capa, siempre intervienen e interfieren diferentes sujetos que interpretan (y dale con el inter), manosean el texto, como vos decís. Es cierto que no sólo la traducción introduce modificaciones; cada lectura da lugar a una versión diferente de un texto, incluso si esa lectura es efectuada por la misma persona. Soy bien conciente de que me resulta imposible leer el Bartleby que escribió Melville. Primero, mi inglés es deficiente. Pero aun si fuera muy bueno, debería leerlo teniendo en cuenta el lugar y la época en que fue concebido, política, corrientes literarias y de pensamiento. Aun así, debería considerar el momento de la vida en que Melville escribió, las condiciones, su entorno. Finalmente, para leer el Bartleby que escribió Melville, debería ser Melville (o Pierre Menard).
Pero en otra capa, sin negar la otra, me gustaría arrimarme al fogón. La palabra respeto me da escozor. No es respeto. A ver. Podría ser nostalgia. Nostalgia del sentido original. Si leo algo grandioso traducido tiendo a pensar que sería aún mejor, que me daría más placer, o goce (está bien, Barthes, no saltés que no nos olvidamos) leerlo sin traducir. Si no puedo, quiero leer al que tipo que más se haya acercado. El texto de Benjamin da cuenta de eso, de ver cómo puede uno abrirse paso para llegar cerca de esa versión original. Me gustó porque habla de lo poco útiles que son las traducciones literales. Lo del tono sentimental de las palabras me pareció precioso. Qué lástima que lo leo en español. Un beso.
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