Me gusta Beckett porque intenta decir lo que no puede decirse (estuve releyendo cosas de él hace poco, culpa de la nota de Rushdie). A veces puede, a veces no y narra con preciosista detalle su frustración. La imposibilidad de nombrar. Y sin embargo. En este sentido, me consuelo pensando que el fracaso de Beckett es mayor que el mío, porque es evidente que no soy tan inteligente ni tan instruida. Así que si él no puede decir, qué me queda. Uno debería quedarse mudo y dejarle ese laburo a los que tienen mejores herramientas para abrirse paso. A propósito de lo que no se puede decir, pero se dice, como sea, entre papeles viejos encontré esto, que anoté una tarde, hace años, en una biblioteca municipal: “Escucho la ruina de todo el espacio, vidrio hecho pedazos y edificación que se viene abajo, y el tiempo una lívida llama final. ¿Qué nos queda, después?”. Ulises, James Joyce, Bs.As., Santiago Rueda Editores, 1945 (p.25).
miércoles, marzo 29, 2006
Mejor me callo
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