sábado, octubre 27, 2012

Música para camalotes

Inundación en el Delta Panorámico. En un promontorio Gabelio Támper es vigía de valores tapados por el agua. Encargado. Entre unas pocas cosas, menos de las necesarias, lo acompañan un ruano sextópodo y un Gongue. Infiero y medio fabulo que este aparejo de percusión se parece tal como su nombre al gong. Aparte de la voz grave y turbulenta del instrumento Támper no tiene más que la propia, en el limbo de la vigilancia rasa. De ese arrullo solipsista está hecha Gongue, la última novela de Marcelo Cohen. Como otras veces, quiero decir, como en otras historias de Cohen, el que habla no es un cultivado y sin embargo su lenguaje se ramifica y se florea, a la vez basto y vasto. El aislado menciona su “precisión de nombrar cosas”. Le achaco el rasgo a Cohen, que parece haberse vuelto más preciso en cada libro. Hay frases en que tuve la impresión de que cada componente había sido medido, cortado y aplicado con cuidado. Yo sé que no puede ser tan así, porque habría tardado añares en reunir todas las que asombran, pero no puedo menos que imaginarlo como artesano. Que por rayo de inspiración le sobrevinieran ciertas construcciones sería cosa de causar espanto. Digamos, ejemplo: “Blanca es el agua cuando la luz es igual, marrón que se rompe en ascuas cuando la luz le da al sesgo. Diríase que al fin empieza a moverse son sigilo/ como si ya no pudiera esconder/que ella también tiene su peso.” Así el hombre se dice. De eso, dije, está hecho. Dos estribillos canturrea: “Nunca pasa nada” y “Algo debe soldarse”. El primero es lisura y el otro oleaje de una esperanza tibia. Quizá por eso cuando una mujer le cosquillea se endereza hacia una ruina dulce. Es un libro de esos tan hermosos que la última línea te encamina a la primera página.

2 comentarios:

mario dijo...

lisura y oleaje, vine a beber café un rato, hace cinco años que no venía, encontré una vieja libreta con una contraseña y funcionó, no resistí la idea de escribir en el agua, un saludo, sigo vivniendo

Vero dijo...

Mantener (y frecuentar) blogs es una costumbre arcaica, mario. Pero, ¿por qué, para qué resistirse a las ganas? Saludos.