domingo, mayo 13, 2012

Variaciones Bernhard


Me despierto de la siesta y dos perros se turnan -uno en re, otro en si- para alborotar la tarde. Después el silencio campea. Un domingo cabal. En la tarde cóncava resuena el eco de lo que leí hace unas horas. ¿Siguió tocando Bernhard mientras yo dormía?  Como quien tararea una melodía insistentemente y descubre que solo la puede exorcizar si cede a la inundación, vuelvo a El malogrado. (Quien percibe la música de Bernhard comprende por qué no se puede escuchar otra -ni siquiera las Variaciones Goldberg- al mismo tiempo.)

Hemos encerrado a los grandes pensadores en nuestros armarios de libros, desde los que, condenados para siempre a la ridiculez, nos miran fijamente, decía, pensé. Día y noche oigo los lamentos de los grandes pensadores, que hemos encerrado en nuestros armarios de libros, a esos ridículos grandes del espíritu, como cabezas reducidas tras el cristal, decía, pensé. Todas esas gentes han atentado contra la Naturaleza, decía, han cometido el crimen capital contra el espíritu, y por eso son castigadas y encerradas por nosotros para siempre en nuestros armarios de libros. Porque en nuestros armarios de libros se ahogan, ésa es la verdad. Nuestras bibliotecas son, por decirlo así, establecimientos penitenciarios, en los que hemos encerrado a nuestros grandes del espíritu, a Kant, como es natural, en una celda individual, como a Nietzsche, como a Schopenhauer, como a Pascal, como a Voltaire, como a Montaigne, a todos los muy grandes en celdas individuales, a todos los demás en celdas colectivas, pero a todos para siempre jamás, mi querido amigo, hasta el fin de los tiempos y para la eternidad, ésa es la verdad. Y ay de él si uno de esos criminales capitales se da a la fuga, se escapa, inmediatamente se le liquida y se le deja en ridículo, por decirlo así, ésa es la verdad. La Humanidad sabe protegerse contra todos esos, así llamados, grandes del espíritu, decía, pensé. Al espíritu, donde quiera que aparece, se le liquida y se le encierra y, como es natural, siempre se le tacha en seguida de falta de espíritu, decía, pensé, mientras contemplaba el techo de la sala del mesón. Pero todo lo que decimos es un disparate, decía, pensé, digamos lo que digamos es un disparate y nuestra vida entera una sola cosa disparatada. Eso lo comprendí pronto, apenas empecé a pensar lo comprendí, sólo decimos disparates, todo lo que decimos es un disparate, pero también todo lo que nos dicen es un disparate, lo mismo que todo lo que se dice en general, en este mundo sólo se han dicho hasta ahora disparates y, decía, realmente y como es natural, sólo se han escrito disparates, lo que tenemos escrito es sólo un disparate, porque sólo puede ser un disparate, como demuestra la Historia, decía, pensé. Finalmente, me refugié en el concepto de aforístico, dijo, y realmente, una vez, cuando me preguntaron cuál era mi profesión, según él, respondí que era aforístico. Pero la gente no comprendió lo que quería decir, lo mismo que siempre que digo algo no comprende, porque lo que digo no quiere decir que haya dicho lo que he dicho, decía, pensé. Digo una cosa, decía, pensé, y digo algo totalmente distinto, por eso he tenido que pasarme toda la vida con malentendidos, nada más que malentendidos, decía, pensé. Para decirlo más exactamente, nacemos sólo en medio de malentendidos y, mientras existimos, no salimos ya de esos malentendidos, ya podemos esforzarnos lo que queramos, no sirve de nada. Esa observación, sin embargo, la hace todo el mundo, decía, pensé, porque todo el mundo dice algo ininterrumpidamente y es malentendido, en ese único punto se entienden sin embargo todos, decía, pensé. Un malentendido nos pone en el mundo de los malentendidos, que tenemos que soportar como compuesto sólo de puros malentendidos y que volvemos a dejar con un solo y gran malentendido, porque la muerte es el mayor de los malentendidos, según él, pensé.

Thomas Bernhard, El malogrado

2 comentarios:

Pablo Seguí dijo...

Habla como un idiota genial.

Vero dijo...

Habla como quien canta -de hecho había pensado en dedicarse al canto en su juventud, incentivado por el abuelo, pero vino a frustrarlo la enfermedad, lo cuenta en El aliento. En cuanto a su idiotez, fijate, en un documental que vi el año pasado -de la serie Siecle d'ecrivains- decían de él que era un "idiota" en el sentido original del término. Es un escritor singular, sin duda.