miércoles, septiembre 28, 2011

La vertiginosa sensación de magia

El ritmo de mis películas lo concibo en el guión, en el escritorio, y nace ante la cámara. La improvisación en cualquiera de sus formas me es ajena. Si alguna vez me veo obligado a tomar una decisión improvisada, el miedo me hace sudar y me paraliza. El hacer cine es para mí una ilusión planeada con todo detalle, el reflejo de una realidad que, cuanto mayor me voy haciendo, me parece cada vez más ilusoria.
Cuando el cine no es documento, es sueño. Por eso Tarkovsky es el más grande de todos. Se mueve con una naturalidad absoluta en el espacio de los sueños; él no explica, y además ¿qué iba a explicar? Es un visionario que ha conseguido poner en escena sus visiones en el más pesado, pero también en el más solícito, de todos los medios. Yo me he pasado la vida golpeando a la puerta de ese espacio donde él se mueve como pez en el agua. Sólo alguna vez he conseguido penetrar en él furtivamente. La mayoría de mis esfuerzos más conscientes han terminado en penosos fracasos.
Fellini, Kurosawa y Buñuel se mueven en los mismos barrios que Tarkovsky. Antonioni iba por ese camino, pero se mató, ahogado en su propio aburrimiento. Méliès estuvo siempre allí sin pararse a reflexionar en ello. Es que él era mago de profesión.
Cine como sueño, cine como música. No hay arte que, como el cine, se dirija a través de nuestra conciencia diurna directamente a nuestros sentimientos, hasta lo más profundo de la oscuridad del alma. Un pequeño defecto del nervio óptico, un efecto traumático: veinticuatro fotogramas iluminados por segundo, entre ellos oscuridad, el nervio óptico no registra la oscuridad. Cuando yo, en la moviola, paso la película cuadro por cuadro, siento todavía la vertiginosa sensación de magia de mi infancia: allí en la oscuridad del armario daba yo vueltas lentamente a la manivela pasando las imágenes una por una y veía los cambios apenas perceptibles. Aceleraba: un movimiento.
Las sombras mudas o parlantes se dirigen sin rodeos hacia mis espacios más secretos. El olor a metal caliente, la temblorosa luz de las imágenes, el ruido de la cruz de Malta, la manivela en la mano.
Linterna mágica, Ingmar Bergman

3 comentarios:

kurubeta dijo...

Coincido en varios puntos, sobre todo:
-ke el cine es el ma spesado (y fascio) de ls medios...nunc anadie fue la cine y depois salio a hacer una revolucion, una misera sentata o menos miting indignado alguno...
-las pelis de Bergman como fracasos...Son insoportables algunas como GRITOS Y SUSURROS...aunke hay momentos fantasticos en otras...Su obra maestra para mi. FANNY Y ALEXANDER:::

k dijo...

En su libro Imágenes escribe Bergman:
"Amo y admiro a Tarkovski y me parece que es uno de los más grandes. Mi admiración por Fellini es ilimitada. Pero me parece que Tarkovski empezó a hacer películas de Tarkovski y que Fellini últimamente ha hecho alguna que otra película de Fellini. Kurosawa nunca ha hecho una película de Kurosawa"

Vero dijo...

Bueno, Kuru, a mí Gritos y susurros me gustó mucho, de hecho no hay ni una película de Bergman entre las que vi (no vi todas, por ejemplo me debo ésa, Fanny y Alexander, y sé por referencias que es una deuda importante) que no me haya gustado, unas más que otras, se entiende, pero en cada una, en algún momento, un diálogo o un gesto me conmovió.
Qué interesante lo que apuntás, Kovalski. No leí ese libro. En la frase de Bergman hay un sentido desfavorable a Tarkovski que por el modo en que está dicha parece irrebatible. Pero no sé... En estos días estuve releyendo Esculpir en el tiempo. Al leer lo que ponés me acordé de algo, acá lo copio: "Parece que lo más difícil es elaborar la propia idea, sin miedo a cualquier limitaión autoimpuesta (por muy despiadada que sea), siendo luego fiel a ella. Mucho más sencillo es actuar de forma ecléctica [...] El síntoma más claro de genialidad lo veo en el hecho de que un artista siga con tal fidelidad su idea y sus principios que nunca pierda el control sobre su idea y su verdad interior [...]. Hay pocas personas geniales en toda la historia del cine: Bresson, Mizoguchi, Dovzhenko, Paradianov, Buñuel... A ninguno de estos directores se le puede confundir con otro". Habría que ver qué distancia hay entre el elogioso "sello inconfundible" a la ominosa reiteración entendida como estancamiento.