jueves, noviembre 09, 2006

Pasajes

Leo siempre que puedo. No es mucho, ni una mínima parte de lo que querría. A veces, caminando por Paraná, voy leyendo y atisbando fuera de los márgenes del papel los otros márgenes: los bordes de las cosas, o de los otros, las puntas de los zapatos que anuncian un cierto volumen y peso móvil con el que es posible tropezar con la consiguiente interrupción brusca de la lectura. Sin embargo puedo concentrarme bastante en lo que leo, entrever por ejemplo tierra reseca mojándose con la sangre de perros y baldosas quebradas, sombras en movimiento, bultos desenfocados de los que trato de apartarme.
Hace una hora, más o menos, mientras me dejaba izar por la escalera mecánica, iba leyendo: “…una secuela de la agresión. Con el tiempo el propio organismo sabrá cómo reponerse, y yo, el espectro que lo habita, volveré a ser el mismo de siempre”. El papel se agrisó. Faltaba algún tubo fluorescente. En la semioscuridad entrecerré los ojos y se perfilaron las palabras: yo, el espectro que lo habita. Enseguida la luz de la mañana le devolvió la blancura al papel y la definición a las letras impresas. Volví a leer: el mismo de siempre. ¿Cómo es posible que cosas como ésta me conmuevan?

12 comentarios:

inx dijo...

Cómo es posible que cosas como ésa no conmuevan.

Vero dijo...

Qué bueno, Inx, que compartas. ¿Sabés? Además, leer la parte más oscura de la frase en lo oscuro y lo de volver a ser el mismo de siempre en la luz me sensibilizó más. Esa coincidencia de las connotaciones de lo leído con el entorno. Es la combinación lo que me conmovió. Todo duró pocos segundos. Cuando me di cuenta de que algo así me había hecho temblar me dije: ay dio mío, estoy cada vez más idiota. (Pero esto último no me animé a ponerlo en el post, no quería que me dijeran: no, pero si vos... Nada de encañonar a la gente para escuchar la respuesta obligada, diría Vonnegut). Un beso.

Anónimo dijo...

Te voy a dar una postal de vos misma.
Cuando te subiste al micro (¿le dicen ómnibus, en bs as?¿le dicen bondi?), bueno, cuando te subiste al bondi, te detuvo un semáforo de córdoba. Por un instante fui más rápido que el bondi y camino a la cochera mi espectro se acercó por detrás sin que lo vieras. Apenas ocupaste el asiento y de la ¿mochila?¿bolso?, sacaste una hojitas, dobladas, seguramente impresas en el laburo (cuando no, gastándole la tinta a las honduras), y te pusiste a leer. Cambió el semáforo y te fuiste leyendo alguna cosa, por córdoba.

Silvia Sue dijo...

No te conmoviste ahí. Naciste y conmovida como todo artista escribidor.
Naciendo para mirar lo que otros quieren ver.

Vero dijo...

Ja! Y sí, Carlos, tal cual, cualquier situación en que sea factible abrir el libro o desplegar la hojita se aprovecha (por lo de las hondas impresiones, confieso: Hansi merma resmas; esto es de Desgracia).
¡Gracias, Sue!
Abrazos a los tres.

Anónimo dijo...

yo hubiese buscado la cámara oculta.

Anónimo dijo...

Uno crea esos enlaces, ¿no? Como con la música, que siempre se las ingenia para ser soundtrack...

Bardamu dijo...

Y la verdad es que uno nunca vuelve a ser el mismo de siempre. No es posible. No sólo en el caso de espectros incendiados, perros muertos y el ultraje del alma en una granja que no es granja, sino perrera reseca. Jamás volvemos a ser los mismos, pero sí es posible que cada vez seamos más espectrales.
De allí que sea fácil esquivarnos, y seguir leyendo, en cualquier parte, de cualquier modo. Casi como única salvación posible.

Vero dijo...

Yo: no entendí. Sí, Pablo. Luis, claro, la luz es momentánea. Ser el mismo: una ilusión tranquilizadora. (Además: el final de Desgracia me atravesó como un rayo. Sacrificio del perro, del hombre-perro. K., ¿estás ahí?. Y Calasso me cantaba al oído: "El sacrificio: repetir lo irreversible". Ya diré más. O no.)
Gracias y besos.

Anónimo dijo...

a mí los fideos me gustan con queso

Vero dijo...

Malaca, me hiciste reír. Como diría Pablo, me fui de mambo, ¿no? Saludos.

Anónimo dijo...

cámara oculta... parecía todo preparado... etc.