lunes, septiembre 16, 2013

Luna, valle, rocío, muerte


A la hora del lobo Korin entra en un bar de estación de micros y se acoda en la barra junto a otro hombre. “Todo se ha envilecido”, le dice. El otro fuma y calla. En una mesa alejada, una pareja de ancianos con aspecto de mendigos, uno mugriento y con enormes lipomas, la otra de boca hundida por ausencia de dientes, comienza un manoseo afiebrado. Los veo, aunque los leo. La impresión que tengo es que coreografían los lamentos de Korin. Él también soba a su pareja, diciendo. Borracho, balbucea. Hace rodar lentamente una palabra, como si la palpase a oscuras -y la palabra es “horripilante”. El otro, como la mujer, se deja hacer. ¿Quién es ése a quien Korin llama “querido ángel”? ¿Un sacerdote de Jerusalén? ¿Un estafador? Es de madrugada, hay humo en el aire, vino en la mesa de los mendigos. No hay colores en esa bruma indistinta. La escena parece sacada de una película de Tarr y es casi eso: el discurso de Korin en Ha llegado Isaías, de László Krasznahorkai, por tramos es idéntico al del visitante de El caballo de Turín. De aquel que acude al cochero por pálinka dice Tarr que es “una sombra nietzscheana”; Rancière lo llama “el profeta nietszcheano”. También Korin, entonces. No hay dios ni dioses, anuncian uno y otro. No existen el bien ni lo sublime. El vuelco en la Tierra se ha producido ya y es irreparable. Quizá la diferencia entre el visitante y Korin sea que en el monólogo del segundo se deja oír un repiqueteo, digamos, bernhardiano, el chirrido al intentar ajustar los significados mediante la repetición. Habrá que buscar Guerra y guerra, ahora, después del tiro y el desfallecimiento. Es difícil mensurar lo sucedido en Ha llegado Isaías pero las primeras líneas de Guerra y guerra dan una pista: “Ya no me importa morir, dijo Korin, y tras un largo silencio, señalando un estanque cercano, preguntó: ¿Aquello son cisnes?

4 comentarios:

e. r. dijo...

Vero! ¿tenés la novela? Espero que la estés pasando bien. Saludos

Vero dijo...

Ever, conseguí Ha llegado Isaías, pero llamarla novela es un exceso, es más bien un cuaderno, como dice LK -o como dice Kovacsis que dice LK. Te lo paso si querés leerlo. Beso.

Unknown dijo...

Recordar; llorar; resistir y crear; arder Y los puntos suspensivos de un final que, siempre, será provisorio... imagino que lo habrás leído. Béla y Lazlo según Ranciere y shangrila.
Sigo tus posteos. Abrazos

Vero dijo...

No leí ese número de Shangrila, Hei yan quan. No se consigue en Buenos Aires. En una de las librerías a las que llamé me dijeron que por las políticas restrictivas en Argentina en cuanto a importaciones hace varios meses que no la reciben. Ahora veo que se puede enviar un mail a Shangrila para pedirla, averiguaré. Lo que por suerte editó acá El cuenco de plata es el libro de Rancière, titulado Béla Tarr, después del final (en España apareció como Béla Tarr, el tiempo del después; cosas de los traductores). Lo compré enseguida cuando me enteré, hace dos meses, y lo leí más rápido todavía. Está muy bien. Perspectivas que no se me habían ocurrido, datos nuevos. Abrazos y gracias por la compañía.