viernes, octubre 21, 2011

Tarkovski, la selección: 2. Los comulgantes, de Ingmar Bergman


La segunda película de la lista tiene varios puntos de contacto con la anterior. Tomas Ericsson es un pastor protestante en lucha consigo mismo, pero en este caso la crisis de fe se ha afincado. Arrasado, sin el candor del otro, debe enfrentar el vacío de su existencia, la soledad. Si el sacerdote de Bresson estaba enfermo del estómago, éste sufre de la garganta: la voz pronuncia palabras en las que no cree. Por eso es incapaz de prestar ayuda. El otro se asombraba de entregar una paz que no tenía; éste no puede obrar ese milagro. Malvive atormentado porque abrió los ojos y le hirió lo que vio. La luz quebró la imagen ideal de su dios. (La traducción del sueco al español del título original es Luz de invierno. Así es la lucidez: alumbra, pero no reconforta).
Al comenzar la película, Tomas, con un rictus severo en el rostro, ofrece una misa a unos pocos feligreses que se hastían en los bancos (“Las misas solemnes y el mal teatro son lo más largo que hay en el mundo”, dice Bergman). La secuencia se extiende por varios minutos. El organista aprovecha la mano libre para relojear el reloj. Una nena se duerme redondamente estirada en un banco, incivil y sincera en ese simulacro montado para nadie. El acto aparece vacío de sentido. La máscara adusta de Tomas encubre su sufrimiento.
Después de la agobiante celebración, se acerca un matrimonio para hablar con él. Jonas Persson, un pescador, carga una tristeza inubicable que por economía endilga a los chinos y la posibilidad de la bomba atómica. En verdad es la maldad de los hombres lo que aborrece. “Confiemos en Dios” dice el pastor y por primera vez Persson lo mira a los ojos. Tomas tiene que bajar la mirada: ha sido descubierto. Cuando lo intenta ayudar tropieza: “Me siento tan impotente, no sé qué decir. Comprendo su angustia... pero hay que vivir”. “¿Por qué hay que vivir?”, dice el otro. Sin respuesta a su pregunta y notando la turbación de quien debiera ser su guía el pescador se va. Cuando vuelve, hablan de la posibilidad del suicidio. El pastor no lo tranquiliza. Primero busca una causa que pueda aprehender, aislar, neutralizar fácilmente: dinero, enfermedad, la relación conyugal. Sin tener de qué aferrarse se confiesa el pastor con el pescador, quizá porque lo considera afín, alguien que sufre como él ante lo absurdo de la vida, a la que no le encuentra ninguna finalidad después de la muerte de la esposa y de falta de una respuesta a sus ruegos (“el silencio de Dios”, dirá más tarde). La confesión de Tomas a Jonas (los roles trastrocados) es el momento crucial del film, porque al desgranar la reflexión sobre su herida Tomas concluye con la aceptación de que es posible que Dios no exista. Gunnar Björnstrand es un formidable intérprete, digno del texto de Bergman, ineludible:
“Mi esposa murió hace 4 años. La amaba. Mi vida había terminado. No temo a la muerte, pero no tenía razones para vivir. Pero seguí, no por mí, sino para ser útil a los demás. Tenía sueños de grandeza, supongo. Iba a ser un hombre notable. Ya sabes, sueños de juventud. No sabía nada de la maldad. Cuando me ordené era inocente como un niño. Entonces, todo ocurrió de golpe. Me enviaron a Lisboa como capellán durante la Guerra Civil Española. Me negaba a aceptar la realidad. Mi Dios vivía en un mundo especial y ordenado, donde todo cuadraba... Entiéndeme, no soy buen pastor. Creía en un Dios absurdo, privado, paternal, que amaba a los hombres pero a mí más que a nadie. ¿Entiendes mi terrible error? ¿Ves que mal pastor tiene que salir de un hombre tan angustiado? ¿Te imaginas mis oraciones a un Dios que era mi propio eco, benévolo y tranquilizador? Si confrontaba a Dios con la realidad que veía, se me volvía feo y abominable...una araña, un monstruo. Por eso le ocultaba de la luz y le abrazaba en las sombras, en soledad. Sólo enseñe mi Dios a mi esposa. Ella me apoyaba, me alentaba, me ayudaba, tapaba las grietas de nuestros sueños. […] Perdóname si he hablado atolondradamente, pero todo me sale de repente. Si de verdad Dios no existe, ¿qué más da? La vida cobra sentido. ¡Qué alivio! La muerte se vuelve una extinción, una desintegración. La crueldad de los hombres, su soledad, su miedo, todo resulta obvio, transparente. El sufrimiento no precisa explicación. No hay creador, ni Dios Padre, ni finalidad”. En este parlamento desenvuelve Tomas las etapas de su relación con Dios: ideal, monstruo, ausente. (En otra película de la trilogía que Bergman llamó “El silencio de Dios”, Como en un espejo, Karin ve a Dios bajo la misma figura, una araña, lo que provoca su espanto). Cuando Jonas se va, en la soledad, bajo un rayo de luz (esa luz de invierno) que le aclara la tez el pastor repite las palabras del Evangelio: “Dios, ¿por qué me has abandonado?” Lo que sigue es desencadenamiento: “Ahora soy libre, libre por fin”. Jonas confirma después el fracaso de Tomas como pastor, pegándose un tiro.
El amor, como en otras películas de Bergman, aparece de manera tortuosa, más como condena que como motivo de dicha. Funciona como prisma: a través de él, podemos ver un aspecto de las personas que de otra forma permanecería velado. En este caso deja al descubierto la esterilidad del corazón de Tomas. Märta, una mujer que lo ayuda en los asuntos de la iglesia, con quien en el pasado mantuvo una relación, le declara su adoración en una carta. Su sumisión e incondicionalidad significan para el pastor una pesada carga. Le escupe todo su desprecio, ella se resguarda en el despecho.
Otra misa cierra la película, no como círculo sino como espiral descendente. Antes, el sacristán le habla a Tomas del Evangelio y de su interpretación de la soledad y el dolor de Cristo. El mayor dolor: el abandono de los discípulos (“comprender que nadie te comprende”) y luego de Dios, en la cruz. Duplica Algot, el sacristán, sin saberlo, lo dicho por Tomas. Esta segunda misa se celebra ante un auditorio todavía más magro que el anterior, lo que vuelve evidente el rito como simulacro.
No conozco películas malas de Bergman. Es desasosegante la honestidad cruda, áspera, con que desnuda a los personajes. Creo que esto proviene de una reflexión de Bergman sobre sí mismo (como la de Tomas, digamos). Hace un tiempo, mientras miraba el excelente documental (en tres partes: cine, teatro, Fårö) que Marie Nyreröd realizó sobre Bergman, en el que traza paralelos de las películas con episodios de su vida, tuve la sensación de que filmaba como si se desentrañase. Ésa es la razón de que cada vez me conmueva. En Los comulgantes el pastor muestra en los diálogos ansiosos, los párpados que aprieta la angustia, su íntimo sufrimiento. Pero no es sólo su intimidad la que queda a la intemperie. Un pase de magia y es uno el que se queda tiritando, desconcertado, preguntándose qué ha podido pasar.

2 comentarios:

Pablo Seguí dijo...

Qué lujito la sinopsis, aunque no la vi: me hace imaginarla. ¿Se puede decir: "excelente semblanza" de una película? ¿Son factibles de semblanza? Excelente escritura, en todo caso. Beso.

Vero dijo...

¡Un valiente! (Pensé: pucha, qué largo quedó esto, no lo va a leer nadie). Gracias por la apreciación, Tamarit, me complace porque la tomo como de quien viene (¡ja!). Semblanza: pongámosle. Beso para vos.