miércoles, mayo 04, 2011

Madreselvas y glicinas

En el segundo capítulo de El ruido y la furia Quentin discute con la hermana. Intenta convencerla de que no se case, intenta o cree débilmente que intenta -intenta creer que intenta- matarla para después matarse y ella cede -querida Caddy-, ofrece el cuello al cuchillo, se hunde un poco en una mata de madreselvas. Tiempo después recuerda Quentin el episodio asociado con el perfume de esas flores, “el más triste”.

Puedo recordar como Quentin la discusión con bastante detalle, pero no ese aroma. Busqué y supe que hay madreselvas en el Jardín Botánico de esta ciudad. Lo que queda lejos es setiembre, cuando según los predictores que se ocupan de esas cosas esa especie florece. Será cuestión de esperar. Meses antes de que se abran los pimpollos están condenados a la desolación.

En cambio conozco las flores que avivan los recuerdos desgranados en ¡Absalón, Absalón! Un vecino tiene glicinas en el fondo. En las noches cálidas me demora en el pasillo que conduce a casa su exhalación dulzona. En pleno otoño puedo extraer fácilmente de la memoria ese perfume, vívido como en un sueño, y sobreimprimirlo a las palabras: “Era aquél un estío de glicinas. Su aroma impregnaba la media luz crepuscular…”.

4 comentarios:

Pablo Seguí dijo...

Qué lindo post, Vero.

pc dijo...

Lo mismo digo.
Salud (y a esperar la primavera)

Vero dijo...

¡Gracias! Lindo es lo que pasa cuando uno lee.

Pablo Seguí dijo...

La verdad, pero también.