En blanco y negro, o mejor, en
grises, en una escena desoladora, un toro intenta subirse a una vaca. Más acá
barro y charcos, allá los animales. Se mueven poco, con lentitud, mugen de a
ratos. Finalmente se desplaza la manada, el ojo de la cámara la sigue. En los
charcos se reflejan árboles y las construcciones descascaradas donde habitan
los hombres. La cámara apunta a las paredes pero sigue a las bestias que se
dejan ver en los intersticios entre un muro y otro. Se alejan más, se van. Una
gallina cruza como un consuelo. Esta secuencia dura unos cuantos minutos. Un
ejercicio preparatorio para el espectador, pensé, todas las veces que la vi.
Secuencia alquímica, modifica el espíritu con el que se mira, agudiza los
sentidos.
En un fondo negro una voz habla del
otoño y las lluvias que se avecinan, de Futaki que despierta por el sonido de
unas campanadas imposibles: la torre de la capilla cercana había sido destruida
durante la guerra. ¿Qué anuncian? Que ellos están llegando. Negro de tan oscuro
un interior, salvo por el cuadro de la ventana. Las campanas inverosímiles
tocan, a las vez potentes y como diluidas. Lentamente el interior se aclara
como se aclara la mente de Futaki que ya se acerca a la ventana y a los objetos
que van apareciendo: una mesa, dos bancos. Así empieza una película: alguien
despierta, es decir, abre los ojos, acompañamos ese despertar y empezamos a
mirar. Como esto ya fue visto, podemos decir: no es tan perceptible todavía la
renguera de Futaki. Se aleja. Donde estaba antes, va. Ella pregunta. Él: “Nada.
Duerme.” Y al rato: “Tomaré mi parte y me iré esta noche. O mañana a más
tardar. Mañana por la mañana”. El tiempo se sucede como las palabras.
Ella se lava la entrepierna en una
palangana, en cuclillas, recogiendo la pollera, los zapatos la sostienen sobre
un piso sucio, bailan y zumban las moscas alrededor. No se puede ver el rostro
velado por el largo y espeso pelo negro. Después, sentada en uno de los bancos,
frente a la ventana, de espaldas a nosotros, cuenta una pesadilla. Como si no
trajese esa vigilia pesadilla suficiente. Cuando él dice que lo despertaron las
campanas ella gira y deja ver por primera vez su cara bestial. Sonríe al
absurdo de las campanadas: “Finalmente enloqueceremos”. Pero Futaki sabe
interpretar el sonido: “Algo sucederá hoy”.
4 comentarios:
Emocionante comienzo, Vero. Saludos de k. enloquecido.
Kovalski, "nada hay más fácil que volverse loco", escribe Karl en la carta a McDonald (Ungenach). Saludos.
Irimiás responde después de un largo silencio. "No importa lo que vimos hace un momento, todavía no significa nada. Cielo? Infierno? La otra vida? Todo un disparate. Sólo una pérdida de tiempo.
No sé en qué parte dice eso, pero sí parece dicho en el tono sentencioso habitual en Irimías, fascinante y engañoso. Saludos, Hei yan quan.
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