viernes, diciembre 18, 2009

Aquel reino singular

Aquí y allá era recogido todo, pues, por un grado de organización superior y repartido cuidadosamente entre la vida orgánica y la inorgánica, y cuando, tras una larga resistencia, el tejido conjuntivo, los cartílagos y los huesos abandonaron la inútil lucha, no quedó nada de la antigua fortaleza, aunque no desapareciera de ella ni un solo átomo. Todo seguía allí, aunque no exista el contable capaz de registrar sus elementos; aún así, aquel reino singular y verdaderamente irrepetible se había esfumado de forma definitiva, triturado por el impulso sin fin del caos que guardaba en su interior la estructura cristalina del orden, por el tráfico indiferente e incontenible entre las cosas. Pulverizado y convertido en carbón, en hidrógeno, en nitrógeno y en azufre, su delicado tejido se desintegró en sus partes, se descompuso y desapareció, consumido por una sentencia inconcebiblemente remota—así como ahora, en este punto, este libro es consumido por la última palabra.

László Krasznahorkai, Melancolía de la resistencia

domingo, diciembre 06, 2009

Indómita luz

-¡No te mueras nunca, Flaco!
-¡Vos tampoco! Si no, ¿cómo vas a saber que no me morí?

Una buena mujer

“Habría sido una buena mujer –dijo el Desequilibrado- si hubiera tenido a alguien cerca que le disparara cada minuto de su vida”. La frase es de “Un hombre bueno es difícil de encontrar”, de Flannery O’Connor. La enuncia el asesino. Es enigmática, prismática. Elijo creer (cuestión de fe, quién puede saber lo que piensa un personaje, eso ni su autor) que sugería que la única manera de que la mujer fuese buena era en el no ser de la muerte, en el cuerpo estricto, desalmado. Niegan los tiros del Desequilibrado (el toque de ella en su hombro fue para él “como la mordedura de una serpiente”) el manoteo desesperado de la vieja (“¡Eres uno de mis hijos!”). Un asesino melancólico, encantador. Ahí puedo ver la distancia que hay entre mi juicio moral en la literatura y en la vida. Porque lo que me espantaría en la vida, un hombre que mata sin razón, sin placer siquiera (es que no vio a Jesús resucitar, dice, robar una rueda o matar da lo mismo y se olvida y sólo queda el castigo, dice, no hay placer en la vida, dice), en la literatura no, y entiendo más al que ejerce la crueldad como una purga que a la mujer que babea su pretendida bondad, y saludo al antídoto que quita ese veneno de, como se suele decir, la faz la tierra.

viernes, diciembre 04, 2009

Marcelo Cohen, Caetano Veloso, John Donne

Ayer almorcé en un bar ensalada y un pancito del que un gorrión aprovechaba las migas. En eso picó una mosca muerta que como miga yacía en el suelo. Dejó de pegar saltos. Sobraba mosca del pico.
Yo miraba al pájaro y canturreaba una canción de Caetano, Elegía. Había leído antes de empezar a interesarme por el gorrión papamoscas un párrafo de Casa de Ottro: “Permite que mis manos vagabundas vayan a destajo/ atrás, adelante, adentro, arriba, abajo. Poeta Blatque. Un libro con subrayados míos que me robó su abuelo” (Casa de Ottro, p. 391). Canté bajito "Deixa que minha mano errante adentre...", me distraje del libro y ahí entró el bicho, por esa puerta abierta en mi percepción.
Más tarde busqué la letra entera y encontré más, como suele suceder cuando uno anda buscando, pero como pocas veces di con algo mucho mejor de lo que esperaba. Por este blog me enteré de que es un fragmento de la traducción que hizo Augusto de Campos de un poema lindísimo de John Donne. Ahí el link al tema por Caetano y otro más al poema original en inglés.
El gorrión que dejé más arriba se allegó a un cantero con la mosca y la depositó en tierra. No le dio sepultura. No eran parientes. En la blandura la quebró con minucia y la embuchó.