miércoles, mayo 22, 2013

Recuento de Sátántangó - I



En blanco y negro, o mejor, en grises, en una escena desoladora, un toro intenta subirse a una vaca. Más acá barro y charcos, allá los animales. Se mueven poco, con lentitud, mugen de a ratos. Finalmente se desplaza la manada, el ojo de la cámara la sigue. En los charcos se reflejan árboles y las construcciones descascaradas donde habitan los hombres. La cámara apunta a las paredes pero sigue a las bestias que se dejan ver en los intersticios entre un muro y otro. Se alejan más, se van. Una gallina cruza como un consuelo. Esta secuencia dura unos cuantos minutos. Un ejercicio preparatorio para el espectador, pensé, todas las veces que la vi. Secuencia alquímica, modifica el espíritu con el que se mira, agudiza los sentidos.
En un fondo negro una voz habla del otoño y las lluvias que se avecinan, de Futaki que despierta por el sonido de unas campanadas imposibles: la torre de la capilla cercana había sido destruida durante la guerra. ¿Qué anuncian? Que ellos están llegando. Negro de tan oscuro un interior, salvo por el cuadro de la ventana. Las campanas inverosímiles tocan, a las vez potentes y como diluidas. Lentamente el interior se aclara como se aclara la mente de Futaki que ya se acerca a la ventana y a los objetos que van apareciendo: una mesa, dos bancos. Así empieza una película: alguien despierta, es decir, abre los ojos, acompañamos ese despertar y empezamos a mirar. Como esto ya fue visto, podemos decir: no es tan perceptible todavía la renguera de Futaki. Se aleja. Donde estaba antes, va. Ella pregunta. Él: “Nada. Duerme.” Y al rato: “Tomaré mi parte y me iré esta noche. O mañana a más tardar. Mañana por la mañana”. El tiempo se sucede como las palabras.
Ella se lava la entrepierna en una palangana, en cuclillas, recogiendo la pollera, los zapatos la sostienen sobre un piso sucio, bailan y zumban las moscas alrededor. No se puede ver el rostro velado por el largo y espeso pelo negro. Después, sentada en uno de los bancos, frente a la ventana, de espaldas a nosotros, cuenta una pesadilla. Como si no trajese esa vigilia pesadilla suficiente. Cuando él dice que lo despertaron las campanas ella gira y deja ver por primera vez su cara bestial. Sonríe al absurdo de las campanadas: “Finalmente enloqueceremos”. Pero Futaki sabe interpretar el sonido: “Algo sucederá hoy”.


4 comentarios:

k dijo...

Emocionante comienzo, Vero. Saludos de k. enloquecido.

Vero dijo...

Kovalski, "nada hay más fácil que volverse loco", escribe Karl en la carta a McDonald (Ungenach). Saludos.

Unknown dijo...

Irimiás responde después de un largo silencio. "No importa lo que vimos hace un momento, todavía no significa nada. Cielo? Infierno? La otra vida? Todo un disparate. Sólo una pérdida de tiempo.

Vero dijo...

No sé en qué parte dice eso, pero sí parece dicho en el tono sentencioso habitual en Irimías, fascinante y engañoso. Saludos, Hei yan quan.