No puedo no decir algo sobre el cuento, "Aballay". Lo leí una vez más anoche. Muchas páginas se van en los modos en que un hombre evita bajarse del caballo. Me doy cuenta de que eso mismo en un film habría sido un bodrio insostenible. No hay modo de traspasar la exquisita prosa de Di Benedetto. No sé qué miles de imágenes valdrían más o al menos empardarían algunas frases. De a ratos, como en pasajes de Borges, asombra la economía con que se dice tanto. Mucho más que una descripción hay en estas pocas líneas, por ejemplo: “Harto astroso ha vuelto. No se ve a sí mismo, hace tiempo. Pero los ojos de los demás le controlan la presencia, no porque salga de lo común la aparición de un menesteroso, sino por resistencia a los malentretenidos, que pueden cometer iniquidades cuando caen en la miseria extrema”. O si no, hay que ver cómo dice Di Benedetto que Aballay matea: “Entrelaza los dedos para abarcar en el hueco de las manos el volumen de la liviana calabaza. Sorbe, con dilatadas pausas, de la labrada bombilla de metal plateado. Se absorbe, Aballay, no en pensamientos, quizás, sino simplemente en su parsimoniosa mística del zumo verde y cálido”.
Dije en el otro post que era un empecinado. Es que Aballay encuentra en la penitencia un motivo para vivir y lo cela de cerca. “Vivir para pagar una culpa no era vivir en vano”, se dice, acaballado. El cuento rodea esta persistencia.
“Todos vivimos haciendo maniobras más o menos aparatosas sobre un caballo”, dijo una vez Marcelo Cohen, hablando de "Aballay". Ésa es la cuerda que pulsa el relato, en cualquiera, en mí, por caso. Cada cual elige su manera de penar.
2 comentarios:
Me gusta mucho tu blog.
Gracias por los textos.
Virginia Avendaño
Gracias a vos por el piropo, Virginia, me place que te plazca el blog.
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