Por mi parte me gusta abrigar la tristeza en la penumbra de antiguos monasterios, mi culpa en los claustros y bajo los tapices y en la misericordia de ‘cantinas’ inimaginables, donde alfareros de rostro entristecido y pordioseros sin piernas beben al alba, cuya fría belleza de junquillo se vuelve a descubrir en la muerte. Así que, Yvonne, cuando te fuiste, me marché a Oaxaca. No hay palabra más triste. ¿He de contarte, Yvonne, aquel terrible viaje por el desierto en el angosto ferrocarril sentado en el potro del asiento de un vagón de tercera clase, del niño cuya vida salvamos su madre y yo frotándole el vientre con tequila de mi botella o cómo, cuando entré en mi habitación del hotel donde una vez fuimos felices, el ruido de la matanza, abajo en la cocina, me hizo salir al resplandor de la calle, y cómo, más tarde, encontré aquella noche un buitre posado en el lavabo? No, mis secretos irán a la tumba y deben seguir guardados. Y así, a veces, me tengo por un gran explorador que ha descubierto tierras extraordinarias de las que jamás podrá regresar para darlas a conocer al mundo: pues el nombre de esas tierras es infierno.
Malcolm Lowry, Bajo el volcán
15 comentarios:
Esta exploración infernal de Lowry está más proxima a las investigaciones de un Fitzgerald y su fisura (crack-up que es una especie de resaka-lucodez ke le eprmite una visión bifocal, esquiza de la realité, funcionar y lanzarle miradas ultra crítica-irónicas) que las del más célebre infierno rimbautiano, más ocultista y masón, acaso...con touch dantesco, misgtérico y psicopómpiko en todo caso.
cita 1:
Como Lowry le
hace decir, a su vez, al miembro de otra pareja, «admitiendo que se hubiera roto, ¿no
había ningún medio, antes de que la desintegración fuera total, de salvar cuanto menos
las dos mitades disjuntas?... Oh, pero ¿por qué, por qué fantástica taumaturgia geológica,
no se podían soldar otra vez estos fragmentos? Yvonne ardía en deseos de curar la roca
desgarrada... Con un esfuerzo superior a su naturaleza de piedra se acercaba al otro, se
derramaba en plegarias, en lágrimas apasionadas, ofrecía todo su perdón: el otro
permanecía impasible. Todo esto está muy bien, decía, pero sucede que es por tu culpa,
y en cuanto a mí prefiero desintegrarme a mis anchas».2
2 M. Lowry, Bajo el volcán, Ed. Seix Barral, 1984, pág. 53-54. Y para todo lo anterior, véase Apéndice V.
cita 2:
Cuando Fitzgerald
o Lowry hablan de esta grieta metafísica incorporal, cuando encuentran en ella, a la vez,
el lugar y el obstáculo de su pensamiento, la fuente y la desecación de su pensamiento, el
sentido y el sinsentido, es porque han efectuado la grieta en el cuerpo con todos los litros
de alcohol que han bebido. Cuando Artaud habla de la erosión del pensamiento como de
algo esencial y accidental a la vez, radical impotencia y sin embargo alto poder, es ya
desde el fondo de la esquizofrenia. Cada uno arriesgaba algo, ha ido lo más lejos posible
en este riesgo, y extrae de ahí un derecho imprescriptible. ¿Qué le queda al pensador
abstracto cuando da consejos de sensatez y distinción? ¿Hablar siempre de la herida de
Bousquet, del alcoholismo de Fitzgerald y de Lowry, de la locura de Nietzsche y de
Artaud, permaneciendo en la orilla? ¿Convertirse en el profesional de estas habladurías?
¿Desear solamente que los que recibieron estos golpes no se hundan demasiado?
¿Hacer investigaciones y números especiales? ¿O bien ir uno mismo para ver un poquito,
ser un poco alcohólico, un poco loco, un poco suicida, un poco guerrillero, lo justo para
alargar la grieta, pero no demasiado para no profundizarla irremediablemente? Donde
quiera que se mire, todo parece triste. En verdad, ¿cómo permanecer en la superficie sin
quedarse en la orilla? ¿Cómo salvarse salvando la superficie, y toda la organización de
superficie, incluidos el lenguaje y la vida? ¿Cómo alcanzar esta política, esta guerrilla
completa? (todavía cuántas lecciones por recibir del estoicismo...).
El alcoholismo no se presenta como la búsqueda de un placer, sino de un efecto. Este
efecto consiste principalmente en lo siguiente: un extraordinario endurecimiento del
presente. Se vive en dos tiempos a la vez, pero no al modo proustiano. El otro momento
puede remitir tanto a proyectos como a recuerdos de la vida sobria; no por ello existe
menos de todo otro modo, profundamente modificado, captado en este presente
endurecido que lo rodea como un tierno bubón en una carne endurecida. En este centro
blando del otro momento, el alcohólico puede identificarse entonces con los objetos de su
amor, «de su horror y de su compasión», mientras que la duración vivida y querida del
momento presente le permite mantener a distancia la realidad.4
4 Fitzgerald, op. cit., págs. 353-354: «Quería solamente la tranquilidad absoluta para decidir por qué yo me
había empezado a poner triste ante la tristeza, melancólico ante la melancolía y trágico ante la tragedia; por
qué me había identificado a los objetos de mi horror o de mi compasión... Una identificación de ese género
equivale a la muerte de toda realización. Es algo de ese género lo que impide a los locos trabajar. Lenin no
soportaba con buena voluntad los sufrimientos de su proletariado, ni George Washington los de sus tropas, ni
Dickens los de sus pobres londinenses. En cuanto a Tolstoi, intentó confundirse de esta manera con los
objetos de su atención y terminó en un fraude y en un fracaso...» Este texto es una notable ilustración de las
teorías psicoanalíticas y particularmente kleinianas sobre los estados maniacodepresivos. Sin embargo, como
veremos en lo que sigue, son dos puntos los que fundan el problema de estas teorías: la manía está ahí frecuentemente presentada como una reacción al estado depresivo cuando parece por el contrario
determinarlo, al menos en la estructura alcohólica; por otra parte, la identificación está más frecuentemente
presentada como una reacción ante la pérdida del objeto, pero parece asimismo determinar esta pérdida,
entrañarla e incluso «quererla».
cita 3:
Y al alcohólico le gusta tanto esta rigidez que lo conquista como la dulzura que la rodea y encubre. Uno de los
momentos está en el otro, y el presente se ha endurecido tanto, se ha tetanizado, sólo
para tomar posesión de este punto de blandura presto a reventar. Los dos momentos
simultáneos se componen extrañamente: el alcohólico no vive nada en el imperfecto o en
el futuro, sólo tiene pretérito perfecto. Pero un pretérito perfecto muy especial. Con su
embriaguez, compone un pasado imaginario, como si la dulzura del participio pasado
viniera a combinarse con la dureza del auxiliar presente: he-amado, he-hecho, he-visto;
esto es lo que expresa la copulación de los dos momentos, el modo como el alcohólico
experimenta el uno en el otro gozando de una omnipotencia maníaca. Aquí el pretérito
perfecto no expresa en absoluto una distancia o un acabamiento. El momento presente es
el del verbo haber, mientras que todo el ser ha «pasado» en el otro momento simultáneo,
en el momento de la participación, de la identificación del participio. Qué extraña tensión
casi insoportable, este abrazo, este modo como el presente rodea y posee, encierra al
otro momento. El presente se ha hecho círculo de cristal o de granito, alrededor del centro
blando, lava, cristal líquido o pastoso. Sin embargo, esta tensión se desanuda en
beneficio aún de otra cosa. Porque pertenece al pretérito perfecto convertirse en un
«he-debido». El momento presente no es ya el del efecto alcohólico, sino el del efecto del
efecto. Y ahora el otro momento comprende indiferentemente el pasado próximo (el
momento en el que bebía), el sistema de las identificaciones imaginarias que este pasado
próximo encubre, y los elementos reales del pasado sobrio más o menos alejado. Con
ello, el endurecimiento del presente ha cambiado completamente de sentido; el presente
en su dureza se ha convertido en descolorido y sin dominio, ya no encierra nada, y
distancia igualmente todos los aspectos del otro momento. Se diría que el pasado
próximo, y también el pasado de las identificaciones que se ha constituido en él, y
también el pasado sobrio que ofrecía una materia, todo esto ha huido de un vuelo, todo
esto está igualmente lejos, mantenido a distancia por una expansión generalizada de este
presente descolorido, por la nueva rigidez de este presente en un desierto creciente. Los
pretéritos perfectos del primer efecto son sustituidos por el solo «he-bebido» del segundo
efecto, donde el auxiliar presente no expresa ya sino la distancia infinita de todo participio
y de toda participación. El endurecimiento del presente (yo he) está ahora en relación con
un efecto de fuga del pasado (bebido). Todo culmina en un has been. Este efecto de fuga
del pasado, esta pérdida del objeto en todos los sentidos, constituye el aspecto depresivo
del alcoholismo. Y este efecto de fuga es quizá lo que le da a la obra de Fitzgerald su
mayor fuerza, lo que ha expresado más profundamente.
Es curioso que Fitzgerald no presente, o raramente, a sus personajes bebiendo,
buscando de beber. Fitzgerald no vive el alcoholismo bajo la forma de la carencia y la
necesidad: quizá sea pudor, o bien siempre pudo beber, o bien hay varias formas de
alcoholismo, una vuelta hacia su pasado mismo más próximo (Lowry, por el contrario...
Pero, cuando el alcoholismo se vive bajo esta forma aguda de necesidad, aparece una
deformación no menos profunda del tiempo; esta vez es todo el porvenir lo que es vivido
como un futuro-perfecto, también aquí con una terrible precipitación de este futuro
compuesto, un efecto del efecto que lleva hasta la muerte).5
5 En Lowry, también el alcoholismo es inseparable de las identificaciones que hace posible, y de lo fallido de
esas identificaciones. La novela extraviada de Lowry, In Ballast to the White Sea, tenía por tema la
identificación y la posibilidad de una salvación a través de la identificación: véase Choix de lettres, Denoël,
págs. 265 y sigs. 'Se encontrará, en todo caso, en el futuro perfecto una precipitación análoga a la que hemos
visto para el pretérito perfecto.
Vigésimo segunda Serie, Porcelana y Volcán
La lógica del sentido, gilles deleuze, 1969
Casualidades: hoy voy a ir acá
http://crackup.com.ar/agenda.html
Respuesta o reacción a las citas infligidas: 1 ¡Agh! 2 3 4 y 5: ronroneo la impresora, leeré fuera de este minuto y este monitor. ¡Gracias!
http://es.scribd.com/doc/58848206/The-CRACK-UP-Francis-Scott-Fitzgerald
veo ke tu admirado M Cohen tiene una traductio de la fisura de Fitzgerald...
esta ke yo colgué en mi blog y en scridb...es una vieja editio de los 70's franquistas, de una editorial extinta, llamada Caralt...
Like that of the writer W. G. Sebald, Lowry’s contemporary influence extends
beyond literature to artists working across the creative spectrum. Film maker John
Huston (with his adaptation of Under the Volcano), jazz musician Graham Collier
(UK), artists Ron Bolt (Canada), Julian Cooper (UK) and Alberto Gironella
(Mexico), playwright Michael Mercer (Canada) and choreographer Angus
Balbernie (UK) are just some of the artists who have made work directly inspired by
him.
http://issuu.com/axis-design/docs/ml_extract
¿Cómo hablar desde la orilla del que se hundió? Ahora veo por qué me llamó la atención, en primer lugar, aquel título de un post, sacado del libro, "A menos que bebas como yo". No es sólo para Yvonne, la advertencia.
Ya me hice de un ejemplar de El Crack-Up, el viernes. Traducción de Cohen, editada este año.
Tengo ahí la peli de John Huston, pero no la quiero ver todavía, no quiero que me estorbe la lectura.
¡Salud!
Veeo, sobre la peli de Huston: el guión original era de Guillermo Cabrera Infante, pero un mal infamemtomo el proyecto y armó otra cosa, por eso al peli, al parecer no está a la altura de "Los muertos" pro ejemplo (Dublineses, Joyce), o El honor de los Prizzi" (Richard Condon)...Huston siempre trabajó con grandes autores/libros...
Cuando termines el Under the Volcano y The Ghoskeeper te mando enlace pa descargar el Niezche de Jasper....influjo conciente en Lowry.... Y tambien podes descargar Lógica del sentido gratirola en scridb...
Sobre Crack-up, te debo el escrito de Cioran ...
isonomía de un hundimiento
(La experiencia pascaliana de un novelista norteamericano)
La lucidez es en algunas personas un don primordial, un privilegio e incluso una gracia. No tienen necesidad alguna de adquirirla: están predestinados a ella. Todas sus experiencias concurren para hacerles transparentes a sí mismos. Aquejados de clarividencia, ésta les define tanto que la padecen sin sufrir. Si viven en una crisis perpetua, la aceptan naturalmente pues es inmanente a su existencia. En otras personas, por el contrario, la lucidez es un resultado tardío, el fruto de un accidente, de una fractura interior sobrevenida en un momento dado. Hasta entonces, encerrados en una agradable opacidad, se adherían a sus evidencias sin sopesarlas ni descubrir su vació. Y de repente un día se encuentran desengañados y como lanzados, a pesar de ellos mismos, en la carrera del conocimiento, tropezando entre verdades irrespirables, a las cuales nada les había preparado. De ahí que sientan su nueva condición no como un favor, sino como un «golpe». A Scott Fitzgerald nada le había preparado a afrontar o soportar esas verdades irrespirables. El esfuerzo que hizo para acomodarse a ellas no carece de patetismo.
«A todas luces, vivir es hundirse progresivamente. Los golpes que más espectacularmente nos destruyen, los grandes golpes repentinos que proceden o parecen proceder del exterior, aquellos que se recuerdan, aquellos a los que se hace responsables de todo y de los que se habla los amigos en los momentos de debilidad, esos golpes no dejan huellas. Pero existe otra clase de golpes, que proceden del interior, de los que nos damos cuenta demasiado tarde para poder evitarlos. Irrevocablemente se apodera entonces de nosotros la revelación de que nunca más seremos quienes hemos sido.»
No son éstas consideraciones de un novelista brillante, de un novelista de moda... A este lado del paraíso, El gran Gastby, Suave es la noche, The Last Tycoon: si Fitzgerald sólo hubiese escrito esas novelas, no sería interesante más que desde un punto de vista literario. Por fortuna, es asimismo el autor de The Crack up , obra de la que acabamos de dar una muestra y en la que describe su fracaso, su único gran éxito.
En su juventud, una única obsesión le domina: convertirse en un successful literary man. Y lo consigue. Conoce la celebridad e incluso una gloria de calidad. (Cosa incomprensible para nosotros: ¡T.S. Eliot le escribe que ha leído tres veces El gran Gatsby!) El dinero le obsesiona: desea ganar el máximo posible y habla de él sin pudor. En sus cartas y en sus notas alude constantemente a él, hasta el punto de que a veces nos preguntamos si nos hallamos en presencia de un escritor o de un hombre de negocios. Y no es que yo deteste las correspondencias en las que se confiesan los problemas materiales; por el contrario, las prefiero mil veces a esas otras falsamente etéreas que los escamotean o los disfrazan de poesía. Pero hay maneras y maneras de hacerlo. Las cartas de Rilke, que tanto aprecié hace tiempo, me parecen hoy exangües e insulsas. No se hace en ellas la menor alusión al lado mezquino de la pobreza. Escritas para la posteridad, su «nobleza» me exaspera. Angeles y pobres son en ellas vecinos. ¿No hay acaso cierto descaro o una ingenuidad calculada en hablar largamente de ello en misivas dirigidas a duquesas? Jugar al espíritu puro raya en la indecencia. Yo, que no creo en los ángeles de Rilke, creo menos aún en sus pobres. Son demasiado «distinguidos» y carecen de cinismo, la sal de la miseria. Por el contrario, las cartas de un Baudelaire o de un Dostoievsky cartas de pedigüeños me conmueven por su tono suplicante, desesperado, anhelante. Uno siente que si hablan de dinero es porque no pueden ganarlo, porque han nacido pobres y lo serán siempre, suceda lo que suceda. La pobreza les es consustancial. Apenas aspiran al éxito, pues saben que no podrían obtenerlo. Lo que nos molesta en Fitzgerald, en el Fitzgerald de los comienzos, es que aspira a él y lo alcance. Pero, afortunadamente, su éxito no será más que un rodeo, un eclipse de su conciencia antes del despertar a sí mismo, a la revelación de que nunca más será quien fue.
"Casi hasta la mala poesía es mejor ke la vida", p.246
p. 242: "No se puede vivir sin amar". En español (comilla simple indica español en el original, en mi edición). Una letra de diferencia con la de Calamaro. Pero la frase tiene un regusto amargo: la lee el cónsul fuera de la casa de Jacques Laruelle, ex amante de Yvonne.
Ah, un poco más arriba, buena poesía, casi tan terrible como la mala vida: " 'Los dioses existen, son el demonio', le informó Baudelarie." Todo esto en capítulo 7, algo después de la mitad de la novela (te digo porque vos no tenés esta edición).
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