Rodeada por un aire que se diría fijo, un
aire de estanque, propicio para la flotación, esta noche de domingo -en las
sienes se aprieta un eco del lejanísimo cielo turbio donde se prepara la
lluvia-, en la pieza, contra y sobre la cama -mientras la espalda empuja la cabecera
las piernas se estiran encima de la manta naranja-, leo y me llega lo leído
como un alcohol seco, es decir, como si las palabras dejasen en el domingo
pleno de humedad un rastro áspero, o como si mi mente se deshollinase: “Únicamente
el presente le parece real, y tan inseparable del espesor de las cosas, tan confundido
con la extensión palpable del mundo, que su dimensión temporal está como
abolida. El tiempo y sus amenazas se le presentan ahora como una leyenda,
colorida y terrible a la vez, a la que, refugiado en la rudeza rugosa y clara
del presente, ya no considera necesario seguir dando crédito” (Juan José Saer, La pesquisa).
domingo, noviembre 09, 2014
martes, agosto 26, 2014
Bruselas
Fabi se fue a vivir a Bruselas hace menos de un mes. Lo
agarró el centenario del nacimiento de Cortázar en su ciudad natal. Me cuenta
que hoy la embajada argentina organizó un homenaje. Era al aire libre y llovía. Terminaron amuchados bajo el toldo de un bar.
Una actriz relataba un texto de Cortázar y tocaba el charango. Color local, le
digo, más conveniente el charango que la trompeta, el folklore que el jazz.
Leyeron el “Discurso del oso”. Formaron figuras con libros, bajo la lluvia.
Antes tuvieron que poner cada uno en una bolsita. Al oso de las cañerías lo
hubiera divertido tanto empecinamiento, pienso. Parece que Bruselas es una ciudad
particularmente lluviosa, al menos en este verano en declive. Recuerdo un olor imaginado, el del cuello del
abrigo mojado por la lluvia en el capítulo 23, en
el que Oliveira se dice lo que nos seguimos diciendo: “Sólo viviendo absurdamente
se podría alguna vez romper este absurdo infinito”.
viernes, agosto 22, 2014
lunes, agosto 18, 2014
Poniente
Leo la descripción de un poniente y recuerdo que hace unos
días Pablo habló de una luna poniente (“Hermosa luna poniente en el cielo
claro de la mañana”). Una luna poniente es algo escandaloso, se me ocurre
ahora. Por lo general el sol está implícito, se omite mencionar al actor en el
acto. El adjetivo se sustantiva: se habla de “poniente” por “atardecer”. ¿Cae la
luna en el cielo? Bueno, sí, traza un arco, pero no se llega a ocultar como el
sol tras el horizonte, sino que se borronea y funde en, como bien dice Pablo,
el cielo claro. El astro que la hace brillar de noche la opaca de día. Podría
decirse que la luna se pone en la luz solar. Por eso digo que la idea de una
luna poniente es escandalosa: parece usurpar el atributo del que la alumbra.
Consideraciones vanas, banales,
evanescentes. Uf. Vayamos a lo leído.
“El poniente está desparramado por las
nubes sueltas separadas que hay en todo el cielo. Reflejos de todos los
colores, reflejos blandos, llenan las diversidades del aire alto, boyan
ausentes en los grandes pesares de la altura. Por sobre las cimas de los
tejados que se yerguen, mitad en color, mitad en sombras, los últimos rayos
lentos del sol que se va toman formas de color que no son suyas ni de las cosas
en que se posan. Hay un gran sosiego sobre el nivel ruidoso de la ciudad que
también se va serenando. Todo respira más allá del color y del sonido, en una exhalación
honda y muda”. Del Libro del desasosiego, de Fernando Pessoa.
domingo, julio 06, 2014
La humillación
Pascal Quignard, Los
desarzonados: “El 3 de enero de 1889, en la Piazza Carlo Alberto, delante
de la fuente, observa a un viejo caballo humillado al que su propietario golpea
con violencia. El caballo mira a Nietzsche con tal aspecto de dolor que este
último corre hacia él, lo abraza y pierde el juicio para siempre.
¿Qué quiere decir: abrazar a un caballo humillado? Quiere
decir: deplorar la domesticación”.
Pienso en la cerviz inclinada de Ohlsdorfer cuando leo ese
pasaje y después en otros hombres humillados de los films de Tarr: Maloin, János, Futaki, Karrer.
En una entrevista a Tarr a la
que llego a través de El lamento de Portnoy leo: “Hay una cosa que no acepto:
la humillación. En mis películas, los personajes, como es caso de Maloin en El
hombre de Londres, son personas apartadas socialmente, maltratadas. En mis
películas intento transmitir al público la idea de que sólo hay una vida, y que
hay que vivirla con calidad. Que no se debe atentar contra la sensibilidad
humana”.
lunes, junio 30, 2014
Noticias de Hungría
La colina baja (“Hungría se caracteriza por la falta de
relieve”, dice Fred Kelemen), con el árbol escuálido pero más denso que la casa
de piedra que no es todavía. Recuerdo que Rancière habla de ese árbol como
definitorio. Acá parece que se trata de toda la colina. En todo caso, la vista
desde la casa es anterior a la decisión acerca de dónde será emplazada.
Tarr, primero: “El paisaje tiene un rostro. Tiene tanto
significado y carácter como un rostro humano. Hay una especie de maldición
eterna sobre este lugar, algo inmutable, algo inalterable. La gente que vive
acá, muere acá. Tiene muy pocas oportunidades de irse. Es un poco como vivir en
una isla. De cierta manera, se trata del fin del camino, no podés ir más allá.
Cuando llegás al fin del camino, alcanzás un sentimiento de paz. Dejás de
enfrentarte a la naturaleza y te volvés uno con el lugar. No pensás en ir más
lejos, proyectarte hacia delante, hacer cualquier cosa, desear cualquier cosa.
No. Estás ahí y mirás alrededor y entendés que eso nunca va a cambiar.
Extrañamente, no luchás contra eso. Pero quizá porque yo siento eso es que
puedo irme”.
La crucial importancia de Ágnes Hranitzky, desde las indicaciones
para construir el techo de la casa hasta la mano que tuerce un mechón de pelo
anaranjado de Erika Bók antes de rodar.
János Derszi como Ohlsdorfer en la llanura a colores, para
la escena de apertura. El polvo, las hojas, el viento, todo es puesto ahí
laboriosamente. Los aparejos no disipan la magia: se conserva intacta en la distancia
entre lo que veo y lo que vi.
La risa inimaginable de Erika Bók mientras desunce el
caballo. Y más adelante: la risa durante la filmación de Sátántangó, “excepto
en la escena donde muero”. Nunca aparece riendo, ni siquiera sonriendo, en los films. El redondo amor con que Erika habla de “Bela y Agi”.
Mihály Vig, la música que tantea una atmósfera apropiada
para cada película. La necesidad de silencio para hacer lugar a la intuición, a
la inspiración. Irimías vuelve a gritar silencio. Mihály el
músico lee los párrafos en donde todo está perdido, para que el actor, Misi, el
visitante nietszcheano, capte el ritmo con que se enuncia esa desesperanza:
“Todo se ha arruinado, todo se ha degradado”.
Tarr, segundo: “Esto comenzó en 1990, cuando volvimos de
Berlín. Empezamos a trabajar en la preparación de Sátántangó. El rodaje comenzó en
1992. Así que nos tomamos dos años durante los cuales cruzamos la llanura húngara
a lo ancho y a lo largo. En el mapa la parte verde delimita la gran llanura,
que excede las fronteras del país. A los que participaron en el rodaje de Sátántangó,
de principio a fin, los unió una fuerza cohesiva que continúa hasta hoy.
No era posible rodar durante el verano, porque había hojas en los árboles, ni
en invierno, por la nieve. Así que solo era posible filmar un poco en
primavera, otro en otoño y después en la próxima primavera. Ahora todo ha
desaparecido. Nadie más vive ahí. Así se esfuma la gloria del mundo. Todo se
terminó. No hay duda de que es mejor para mí dejar de hacer películas”.
János, su historial con Béla. Nunca fácil, dice. El atisbo de esperanza de Sátántangó porque "todavía creíamos que los hombres podian influir en el curso de la historia", ausente ya en El caballo de Turín. Querrían alejarse -antes, los otros, pudieron- pero ya no pueden.
János más harto que Ohlsdorfer de comer papas.
Béla en el teléfono le pide a János que no beba porque que tienen
que filmar esa tarde. Al rato: que al menos deje de beber.
Tarr, tercero: “Mis films son lo que son porque las personas
con las que trabajo hacen de ellos mismos. Son como compañeros espirituales. No
importa cuántos años pasen, siempre puedo contar con ellos. Con Agi venimos
filmando juntos durante 28 años. Con Vig Mihály hemos estado trabajando juntos
durante 25 años. Con Krasznahorkai, han pasado 23 años desde nuestro primer guión
conjunto. Es como un sistema feudal, porque alguien tiene que decidir cómo
ubicar la cámara. La democracia no tiene nada que ver con el mundo del arte. No
hay democracia en el arte, no más que en la vida. Fue grandioso estar acá, filmar
en este buen ambiente. Aunque pobre, es humano, muy humano”.
Por cosas como éstas vale la pena ver este documental.
jueves, junio 26, 2014
Calamar
Bajo este sol tremendo está narrada en tercera persona, aunque el punto de vista oscila entre dos personajes: Cetarti y Danielito. Me asomo a
cada capítulo para ver quién mira. Considerando la perspectiva 1 como la de
Cetarti y la 2 la de Danielito, anoto en mi libreta la secuencia a lo largo de los 41 capítulos: 11112121122122122111221221122121212121211.
(Una elefanta de circo baila el tap del electrocutado).
Es decir que el predominio de Cetarti al comienzo parece
amenazado por Danielito, pero no.
Éste es un ejemplo del tipo de fútiles cálculos que ensaya Cetarti en su
vivir como quien se deja caer. Por lo demás, pasa el tiempo entre documentales o revistas llamadas científicas y humo de cannabis.
Danielito es un hombretón que arrastra el nombre de dos
muertos: el padre, el hermano. Ejerce la crueldad de un modo indolente.
Uno antes y otro después podrían decir: “Hoy ha muerto mamá.
O quizá fue ayer”.
Varias muertes acaecen. No encuentro verbo mejor que éste de puras vocales abiertas para esa distancia con que se cuentan. Poca diferencia hay entre la forma de describir lo sanguinario, lo sangriento, lo
sanguinolento y los animales varios y raros que se cruzan. Danielito se asemeja
al cascarudo enorme y devorador, Cetarti al ajolote casi cactus. Un enorme calamar sombrea el relato de inquietud (ya sé, la inquietud prefiere ser sembrada que sombrear, pero acá oscurece, enturbia).
(Leer este libro es como arrellanarse en la fiebre,
ofrecerse para que medre).
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