lunes, junio 30, 2014

Noticias de Hungría

La colina baja (“Hungría se caracteriza por la falta de relieve”, dice Fred Kelemen), con el árbol escuálido pero más denso que la casa de piedra que no es todavía. Recuerdo que Rancière habla de ese árbol como definitorio. Acá parece que se trata de toda la colina. En todo caso, la vista desde la casa es anterior a la decisión acerca de dónde será emplazada.

Tarr, primero: “El paisaje tiene un rostro. Tiene tanto significado y carácter como un rostro humano. Hay una especie de maldición eterna sobre este lugar, algo inmutable, algo inalterable. La gente que vive acá, muere acá. Tiene muy pocas oportunidades de irse. Es un poco como vivir en una isla. De cierta manera, se trata del fin del camino, no podés ir más allá. Cuando llegás al fin del camino, alcanzás un sentimiento de paz. Dejás de enfrentarte a la naturaleza y te volvés uno con el lugar. No pensás en ir más lejos, proyectarte hacia delante, hacer cualquier cosa, desear cualquier cosa. No. Estás ahí y mirás alrededor y entendés que eso nunca va a cambiar. Extrañamente, no luchás contra eso. Pero quizá porque yo siento eso es que puedo irme”.

La crucial importancia de Ágnes Hranitzky, desde las indicaciones para construir el techo de la casa hasta la mano que tuerce un mechón de pelo anaranjado de Erika Bók antes de rodar.
János Derszi como Ohlsdorfer en la llanura a colores, para la escena de apertura. El polvo, las hojas, el viento, todo es puesto ahí laboriosamente. Los aparejos no disipan la magia: se conserva intacta en la distancia entre lo que veo y lo que vi.
La risa inimaginable de Erika Bók mientras desunce el caballo. Y más adelante: la risa durante la filmación de Sátántangó, “excepto en la escena donde muero”. Nunca aparece riendo, ni siquiera sonriendo, en los films. El redondo amor con que Erika habla de “Bela y Agi”.
Mihály Vig, la música que tantea una atmósfera apropiada para cada película. La necesidad de silencio para hacer lugar a la intuición, a la inspiración. Irimías vuelve a gritar silencio. Mihály el músico lee los párrafos en donde todo está perdido, para que el actor, Misi, el visitante nietszcheano, capte el ritmo con que se enuncia esa desesperanza: “Todo se ha arruinado, todo se ha degradado”.   

Tarr, segundo: “Esto comenzó en 1990, cuando volvimos de Berlín. Empezamos a trabajar en la preparación de Sátántangó. El rodaje comenzó en 1992. Así que nos tomamos dos años durante los cuales cruzamos la llanura húngara a lo ancho y a lo largo. En el mapa la parte verde delimita la gran llanura, que excede las fronteras del país. A los que participaron en el rodaje de Sátántangó, de principio a fin, los unió una fuerza cohesiva que continúa hasta hoy. No era posible rodar durante el verano, porque había hojas en los árboles, ni en invierno, por la nieve. Así que solo era posible filmar un poco en primavera, otro en otoño y después en la próxima primavera. Ahora todo ha desaparecido. Nadie más vive ahí. Así se esfuma la gloria del mundo. Todo se terminó. No hay duda de que es mejor para mí dejar de hacer películas”.

János, su historial con Béla. Nunca fácil, dice. El atisbo de esperanza de Sátántangó porque "todavía creíamos que los hombres podian influir en el curso de la historia", ausente ya en El caballo de Turín. Querrían alejarse -antes, los otros, pudieron- pero ya no pueden.
János más harto que Ohlsdorfer de comer papas.
Béla en el teléfono le pide a János que no beba porque que tienen que filmar esa tarde. Al rato: que al menos deje de beber.

Tarr, tercero: “Mis films son lo que son porque las personas con las que trabajo hacen de ellos mismos. Son como compañeros espirituales. No importa cuántos años pasen, siempre puedo contar con ellos. Con Agi venimos filmando juntos durante 28 años. Con Vig Mihály hemos estado trabajando juntos durante 25 años. Con Krasznahorkai, han pasado 23 años desde nuestro primer guión conjunto. Es como un sistema feudal, porque alguien tiene que decidir cómo ubicar la cámara. La democracia no tiene nada que ver con el mundo del arte. No hay democracia en el arte, no más que en la vida. Fue grandioso estar acá, filmar en este buen ambiente. Aunque pobre, es humano, muy humano”.


Por cosas como éstas vale la pena ver este documental.

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