Llega el marido. Futaki se oculta y
escucha. El otro a la mujer: hay que huir, esa misma noche, traicionar al
resto, llevarse el dinero. Ella, una vez más, sugiere la locura, quizá la
propone, “debes estar loco”, dice, con la misma tibieza con que antes dijo
“enloqueceremos”. El marido sale a orinar, Futaki aprovecha para escabullirse,
se adosa a un muro exterior, espera. Cuando el otro vuelve a entrar, llama.
Habla con el marido y nos enteramos del nombre: Schmidt. Futaki lo acusa de querer fugarse con el dinero de todos y de un año y Schmidt lo invita a entrar en el reparto. Será entre ellos y los Kráner. La música se tiende a través de la escena, la cámara se distancia
como dejándole lugar. Un cerdo hurga en el barro, bajo el aguacero.
Volvemos a la casa. Futaki está sentado
en una de las banquetas, Schmidt en otro lado, doblado, quizá duerma. Mastica alguna
cosa Futaki, otea el mal tiempo en la ventana, habla de ir al sur, alquilar una
granja, trabajar de vigilante o portero, olvidar. Las moscas incrédulas pasean
por la mesa. Ella, práctica, advierte acerca de la policía. Ni la lluvia en los
vidrios la refuta.
Los hombres se escrutan, discuten
pero sobre todo se miden, mientras la mujer, apoyada contra la pared, sonríe.
Por un momento la cámara la encaja entre los dos. No confía Futaki en Schmidt,
quiere la plata ahora, así que el otro saca un fajo grueso y cuenta. Apoyada en
los hombros del marido, la señora Schmidt sostiene una linterna que echa luz sobre
el dinero. Su morro es brutal. Se adivina una astucia animal en los ojos que
entrecierra. Alguien toca. Ella mete en el escote los billetes. Una mujer que
no vemos dice que Irimías y Petrina están llegando. Schmidt prefiere descreer.
“Ustedes están fuera de la realidad”, les dice la señora Schmidt a los dos.
Fuera de la realidad, enloqueciendo, locos. Va a la taberna a asegurarse. La
señora Kráner llega y avisa: Irimías y Petrina ya están en el pueblo. Recién
entonces salen los dos hombres. Caminan bajo la lluvia que se abate implacable.
Ahora es más notoria la renguera de Futaki, la ayuda necesaria del bastón.