Una pareja de ancianos, músicos, cultos, convive
apaciblemente. ¿Qué puede hacer él cuando la mujer deja de responder, cuando ni
siquiera lo ve? El silencio abre una grieta que a cada momento se ensancha. El
silencio además ofrece un espejo. En una de las ocasiones en que ella habla -los parlamentos
de la portentosa Emmanuelle Riva, acá Anne, son los más brillantes, lúcidos y
por eso mismo desgarradores- y dice lo que él no quiere escuchar, le pregunta: “¿Qué
harías si estuvieras en mi lugar?” Es una manera de decir: yo podría estar en
tu lugar. Y como una sentencia inaudible y a la vez atronadora: vos, que mirás desde
tu butaca, podrías.
El director artístico del Festival de Cannes, Thierry
Frémaux, presentó anoche Amour, de
Michael Haneke, ganadora de la Palma de Oro en la última edición. “Voy a llamar
a Michael [pronunció “Mícael”] para contarle el éxito que tuvo en Buenos Aires”,
dijo. La sala del Gaumont estaba más que llena: rebalsaba. Hubo una venta algo
confusa de entradas -vendieron abonos para el ciclo completo de la Semana de cine europeo sin
especificación de película- y el número de personas que se presentaron superaba
el de las butacas disponibles. Se armó algo de algarabía por esto, apaciguada
por el organizador, que instaló bancos para la gente que se había quedado sin sostén
para el torso.
Ya no sé qué decir de Haneke. Muchas veces expresé mi
admiración y temo ser reiterativa con los superlativos, tan altisonantes. Ayer
miraba a Jean-Louis Trintignant, Georges, en el vano de la puerta de la cocina,
detenido en un momento de desconcierto, pero además veía a Haneke detrás,
delante, por encima, y pensaba: “No se parece a ningún otro”. Un amigo que no
vio nada de él me preguntaba hace un tiempo si se asemejaba a Lars von Trier. “No”,
le dije. “¿Pero erro por mucho?”. “Sí”. No sé qué más dije pero creo que fue
más o menos esto: Von Trier es tortuoso, busca como Haneke provocar al
espectador, pero a veces cae en la exageración y terminás distanciándote, no
creyendo lo que dice. A Haneke le creés todo. Todo es verdad y está pasando
ahora y te destroza.
Contó Frémaux que el día que el jurado de Cannes, presidido
por Nanni Moretti, se reunió para decidir los premios, la Palma de Oro se
definió en 15 minutos. Y que Trintignant, en el agradecimiento por el premio,
ante las cámaras de televisión, citó unos versos de Jacques Prévert. No sé por
qué los habrá elegido, pero para mí estos versos plasman la sensación que me
acompañó mientras me levantaba de la butaca y salía de la sala atestada.
Frémaux los recitó en francés y enseguida en español:
Il faudrait essayer
d'être heureux, ne serait-ce que pour donner l'exemple.
Debemos tratar de ser felices, aunque solo sea para dar el
ejemplo.
jueves, noviembre 29, 2012
martes, noviembre 27, 2012
Acerca de la esperanza
No aguardar nada, no esperar nada, pero no por ello entrar
en razón. Mantener una actitud insubordinada, insurrecta.
No debemos tener esperanza, pero debemos tener esperanzas.
Antonio Moresco, El volcán
sábado, noviembre 24, 2012
Papas
Ante la desaparición del pelapapas y fallido intento de reemplazarlo con uno nuevo -resbala, inocuo, sobre la superficie del tubérculo casi sin dejar mella- pruebo el recomendado método de pelar papas por raspado con cuchillo Tramontina -nuevo o al menos afilado, me aclaran. Funciona, pero la presión, en especial la que ejerce el pulgar para sostener la papa, irradia un vago dolor en la articulación del apéndice oponible que va en aumento. A cada vaivén el dolor es menos vago y más certero. No sé si se debe a una merma en el filo del cuchillo o en la fuerza de mi mano. La próxima volveré a usar la técnica de los grandes cocineros y los, como yo, grandes perezosos: cepillo bajo el chorro de agua, trozado y a la cacerola. Por lo demás, las papas no quedaron muy prolijas, pero no es despreciable el efecto estético: el raspado labra unos surcos que por oxidación se oscurecen. Ahora que están en hervor, veo que la cocción borronea las líneas. Una lástima.
Nota sobre cuadro
Ayer mientras esperaba
que se hiciera la hora para escuchar a una banda de jazz me crucé del Centro Cultural Recoleta al Museo de Bellas
Artes. (Beneficios de vivir en esta ciudad frenética: puede uno hacer tiempo
viendo pinturas de Caravaggio. Jazz y Caravaggio, gratis. La semana que viene,
Haneke a $8 en el Gaumont. Uno de estos días, dibujos y escritura “de puño y
letra” de Spinetta, en la Biblioteca Nacional. Gratis). Una sala del Bellas
Artes pintada de verde profundo alberga 22 obras, 7 de las cuales son de Caravaggio
y el resto de sus seguidores. Traspaso una nota de mi agenda: “El más hermoso:
San Jerónimo escribiendo. Detalle de las
manos. Un dedo entre las páginas del libro, puede verse la presión que solo
puede sentirse. Las sombras. El ceño. La tenue luz breve como un rasguño en el
párpado inferior derecho. Me contraría la excesiva cuadratura de la mesa,
irrumpe como una sombra mal puesta”. Pienso ahora que esas líneas rectas pueden aludir a la austeridad y la, justamente, rectitud, en otros planos que no en el de la tela. Pero anoté mis impresiones inmediatas. ¿Cómo puede tomar nota uno de las reflexiones del día que no llegó?
(La imagen es de Wikipedia, pero en este link hay una copia más respetuosa).
(La imagen es de Wikipedia, pero en este link hay una copia más respetuosa).
viernes, noviembre 23, 2012
Con Beckett, sin
Vengo en el colectivo y Antonio Moresco -en El volcán- lee la trilogía de Beckett. Está
claro que adora a Beckett, pero trata de quitarse de encima su influencia, como si lo oprimiese. Cae de algún estante
remanido la secuencia, la figura “se defiende como gato panza arriba”. Sin embargo, no puedo recordar a mi gato Julio defendiéndose
“panza arriba”. Era raro que ofreciese el vientre y si por alguna razón quedaba
en posición tan vulnerable rotaba al instante esgrimiendo el espinazo como
escudo. Algunas pocas veces y ya se verá por qué pocas intenté meterlo en una
jaula plástica para llevarlo a la veterinaria. Siempre lograba colar alguna extremidad
fuera de la jaula. Una pata, la cola, cuando no la prominente cabeza. Si yo
presionaba la cabeza él asomaba la pata trasera. Libre una parte, libre todo. Así
estábamos varios minutos hasta que me sentaba en el piso, exhausta. Jadeábamos
para recuperar el aire y reanudar el combate, mientras nos lanzábamos miradas
de odio. Al rato el cuadro de la lucha me daba risa, me rendía y le pedía a la
veterinaria que viniese a casa. Pero esta parte ya no cuenta para lo que
cuento.
Moresco, decía, se defiende, no solo de Beckett: se debate contra su propia fascinación. Con humor intenta traspasar el cerco -¿la jaula?- de la admiración reverente. Duran los efectos de la primera lectura de la trilogía, como los resabios de un primer amor: “Permanece de aquella primera lectura la asombrosa impresión de un libro que empezaba ahí donde los demás terminaban”. La segunda vez lee entre gasas y medicamentos, con el dolor que todo empasta. Poco queda. En la tercera acometida cae Beckett en picada desde las alturas insondables donde habita con su cabeza de águila y Moresco se eriza. Algo blande. Dice, por ejemplo, “castrador”. Dice “manierista de la nada”. Se maravilla ante lo innegablemente extraordinario de algunos pasajes, vuelve a la revuelta.
“¿Qué me pasa?, me pregunto, ¿por qué me embarga toda esta impaciencia, esta animosidad, en esta tercera lectura, que nunca antes creo haber experimentado? ¿Por qué saltan a la vista de golpe estos amaneramientos, que no me gustan, que me exasperan? Amaneramientos nihilistas, amaneramientos gnósticos. Antes de que pueda hallar respuesta a estas preguntas, se abren las espléndidas páginas sobre los guijarros de chupar, donde la negación y el sarcasmo están radicalmente encarnados, nunca salen de sí, no se convierten en citas camufladas, búsqueda de una complicidad negativa con el lector. Y por si fuera poco otra página extraordinaria, en este caso cómo andar con una pierna más corta que la otra”.
Para terminar, sin llegar al fin: “…pero llegado el momento de despedirme de ti, mientras sigues ahí delante, en tu lecho de muerte, en el umbral de este siglo y milenio [el texto es de 1989], quería hacerte llegar este irrazonable gesto de amor y de riesgo. No podemos prescindir de ti. Solo podemos prescindir de ti. Seguiremos adelante contigo, sin ti”.
Moresco, decía, se defiende, no solo de Beckett: se debate contra su propia fascinación. Con humor intenta traspasar el cerco -¿la jaula?- de la admiración reverente. Duran los efectos de la primera lectura de la trilogía, como los resabios de un primer amor: “Permanece de aquella primera lectura la asombrosa impresión de un libro que empezaba ahí donde los demás terminaban”. La segunda vez lee entre gasas y medicamentos, con el dolor que todo empasta. Poco queda. En la tercera acometida cae Beckett en picada desde las alturas insondables donde habita con su cabeza de águila y Moresco se eriza. Algo blande. Dice, por ejemplo, “castrador”. Dice “manierista de la nada”. Se maravilla ante lo innegablemente extraordinario de algunos pasajes, vuelve a la revuelta.
“¿Qué me pasa?, me pregunto, ¿por qué me embarga toda esta impaciencia, esta animosidad, en esta tercera lectura, que nunca antes creo haber experimentado? ¿Por qué saltan a la vista de golpe estos amaneramientos, que no me gustan, que me exasperan? Amaneramientos nihilistas, amaneramientos gnósticos. Antes de que pueda hallar respuesta a estas preguntas, se abren las espléndidas páginas sobre los guijarros de chupar, donde la negación y el sarcasmo están radicalmente encarnados, nunca salen de sí, no se convierten en citas camufladas, búsqueda de una complicidad negativa con el lector. Y por si fuera poco otra página extraordinaria, en este caso cómo andar con una pierna más corta que la otra”.
Para terminar, sin llegar al fin: “…pero llegado el momento de despedirme de ti, mientras sigues ahí delante, en tu lecho de muerte, en el umbral de este siglo y milenio [el texto es de 1989], quería hacerte llegar este irrazonable gesto de amor y de riesgo. No podemos prescindir de ti. Solo podemos prescindir de ti. Seguiremos adelante contigo, sin ti”.
domingo, noviembre 11, 2012
martes, noviembre 06, 2012
Celebración
A partir de este jueves y durante tres días algunas salas de cine de Buenos Aires van a pasar Celebration day, la película del épico recital que reunió a Robert Plant, Jimmy Page, John Paul Jones y Jason Bonham en el O2 Arena de Londres, en 2007. Pude asistir al preestreno la semana pasada, gracias a Cines Argentinos. Nadie que disfrute de su música debería perderse la oportunidad de envolverse de Led Zeppelin en el cine. Plant despliega, algo contenida dentro de los tonos graves en los primeros temas, expandiéndola gradualmente, su voz troquelada, como con bisagras sin aceitar al desdoblarse, que viene mostrando en los últimos años y tanto me gusta -lo escuché en vivo en el Luna Park al día siguiente de ver el film, dio un show sorprendente con su nueva banda, Sensational Space Shifters. Bonham es digno del lugar que ocupa. Hacia el final Plant, Page y Jones sonríen mientras Jason -¿lo recordarían en ese momento, como lo recordaba yo, tal como aparecía en The song remains the same, tocando una batería de juguete?- se incendia en un solo furioso para cerrar "Rock and Roll" y el film. Todos parecen cómodos y entusiasmados.
Hoy llegó la Rolling Stone de noviembre. Leo en la revista estas palabras de Page: “Sentimos una comunión extraordinaria en escena. Eso se ve bien en la película”.
¿Vamos a Kashmir?
Hoy llegó la Rolling Stone de noviembre. Leo en la revista estas palabras de Page: “Sentimos una comunión extraordinaria en escena. Eso se ve bien en la película”.
¿Vamos a Kashmir?
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