1º de mayo, día del trabajador. Es domingo y llueve con intermitencias desde el viernes. Ahora por ejemplo no pero el mediodía llega tamizado por el gris desparejo, desteñido de lo que llamamos cielo. No es una luz, como se dice, mortecina, sino intensa, pero lechosa, como si no fuese el sol lo que alumbra el suelo y lo adherido sino una enorme luna, y las cosas me parecen más vivas que de costumbre. Quiero decir: las cosas no vivas. El cemento descubierto de la baranda de la escalera que lleva a la terraza y sus manchas, piel animal. Pienso en el musgo que sin duda aprovechó los claros donde falta pintura –y quién sabe si no es esa tenue, minúscula vegetación la que la desalojó.
Otoño y hace un rato cantaba “por el asfalto bailan los remolinos”, porque al andar en auto por un boulevard íbamos quebrando las rondas de hojas amarillas. Viento por todas partes y el aire cargado de agua sutil. Hoy me gusta el día así.
2 comentarios:
A mí siempre me parece que el mundo después de la lluvia, se vivifica, se torna más luminoso y los colores más intensos.
Me encanta salir a pasear después de la lluvia por un mundo súbitamente acristalado.
Así es, Miguel. Aparte del servicio de lavado y limpieza de la lluvia, que bastante hace, lo vivificante me parece cuando está como el otro día el cielo tapado de nubes es esa la luz bien blanca (en vez de la otra rubiecita del pleno sol que todo dora).
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