La semana pasada fui a ver en un mismo día las dos películas del BAFICI para las que saqué entradas este año: The Turin horse, de Béla Tarr, y Cave of forgotten dreams, de Werner Herzog. A pesar de lo que anuncian los títulos más que de un caballo o una cueva se habla en un caso del hambre y la muerte de dos personas; en otro, de los sueños de los hombres.
Salvo alguna retrospectiva, teniendo en cuenta que en más de una nota dijo que ésta sería su última película, era la única oportunidad que iba a tener de ver una de Tarr en el cine. Empieza con el plano en negro y una voz que narra el episodio con el que se dice que Nietzsche ingresó en un período de locura del que ya no se recuperaría. Resumen brutal: abrazó llorando al caballo que el dueño azotaba; al volver a su habitación, pronunció su sentencia (juicio y condena): “Madre, soy un idiota”. Lo que le pasó después a Nietzsche figura en cualquiera de sus biografías. ¿Y al caballo? “El concepto del film es simple: queríamos ir tras la pregunta '¿qué pasó con el caballo después de este incidente?' ”, dice Tarr desde una entrevista. Como orientación me parece mejor esquivarla y ver qué más hay. Porque sobre todo, la historia que se narra, o mejor dicho, no se narra porque poco pasa, digamos que se deja gotear a través de las angustiantes imágenes, es la del carrero. La lastimosa vida que llevan él y su hija, toda como una herida, hace pensar si no hubiese sido mejor que Nietzsche olvidase al caballo y los abrazase. Es la historia de dos destinos grises en camino hacia el negro, sin alternativa. La sombra del episodio que inaugura la locura de Nietzsche tiñe la película, según el propio Tarr. ¿Qué idea abrazaba Nietzsche en el caballo, en su lucidez desfalleciente? “No hay Dios”, dice uno que va de visita y habla de cataclismos. Se habla de ocaso, de extinción (pienso en eso en relación con la idea de “cierre de ciclo” de Tarr). Las imágenes son bellísimas. Los interiores oscuros oprimen tanto como el exterior cubierto de una neblina lumínica donde el viento golpea indiferente al dolor de las personas (“la falta de sensibilidad de la naturaleza”, ¿no es cierto, Bernhard?). No la ubico entre las que más me gustaron de Tarr (La condena, Las armonías de Werckmeister, para no hablar de la incomparable Sátántángo), por esas fijaciones de a ratos exasperantes, sin trama que le dé, a la atmósfera, algo más de volumen, de perspectiva o quién sabe qué, pero igual me pareció hermosa e inquietante.
Me atrajo la idea de ver un documental de Herzog sobre la Cueva de Chauvet, un lugar donde se encontraron dibujos de más de 30.000 años de antigüedad. Además, con el atractivo extra de verlo en 3D. Le había leído decir, por los tiempos de Avatar, que el uso de 3D distraía de la narración, porque primaba el interés por la tecnología. Pero quizá al tratarse de un documental le haya parecido útil, interesante como herramienta. Lo cierto es que me gustó esa simulación de relieves del 3D. Los dibujantes que plasmaron caballos en la roca buscaron, no la chatura como podría pensarse, sino las salientes. Desde la piedra convexa el animal se abalanza. Cada cual con sus tecnologías. Alguna vez comenté, acerca de algunos documentales de Herzog (digamos: Grizzly man, Encounters at the end of the World, incluso la extraña e irónica Incident at Loch Ness, que no dirigió pero produjo), que siempre parece rondar la pregunta de por qué hace la gente lo que hace. Al mirar los dibujos en las paredes sobre las que se proyectan las sombras de las personas del equipo que lo acompaña, Herzog imagina los contornos de aquellos hombres de hace miles de años, no tan diferentes de las sombras que ahora se proyectan, sobre las figuras de los animales, especies que no existen ya. A un arqueólogo le dice que los datos que recopila son como los de una guía telefónica, que le importa otra cosa. “¿Con qué soñaban esas personas?”. Responde el otro, riguroso: “No podemos saberlo, el pasado está definitivamente perdido”. “¿Cuál es su pasado?”, le pregunta al que sonríe desconcertado. “Trabajaba en un circo”. “¿Era domador de leones? ¿Con qué soñaba? ¿Soñaba con leones?” Por debajo, las preguntas no hechas: ¿Qué los acerca a nosotros? ¿Qué, como las pinturas, permanece?
2 comentarios:
la anécdota de Nietzsche -el último hombre- sintiendo piedad x una bestia , el caballo de Turín tiene dos lecturas: ke lo leyó en Dostoievski y se confundió luego pensando ek le pasó realmente a él o lo teatralizó infantilmente doblegado por el estado pre-crisis finale...
O déjá vu influido x 1 libro o escena schopenhaueriana dramatizada en la calle, pietas x las bestias del mundo súbitamente abrazadas intuyendo su declive mental y vital...
Herzog, ultimamente ya solo filma documentales y su bandasonorista en varios de ellos es un músico yankee muy interesante ke se llama Henry Kaiser...altamente recomendable...
En este doc no aparece el tal Kaiser. La música es bella, de todas maneras. Y en la de Tarr musicaliza el gran Mihaly Vig. Linda cosa escucharlo en un cine.
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