jueves, abril 28, 2011

El ruido y la furia, cuarto y final

El cuarto es el único capítulo narrado en tercera persona. Al comienzo el foco está sobre o desde -de a ratos sobre, de a ratos desde- Dilsey, una vieja criada negra, la compañía más constante para la familia Compson. Quizá por eso, así como la primera parte es la de Benjy, la segunda de Quentin y la tercera de Jason, se ha llamado a ésta la parte de Dilsey. Sin embargo, durante un fragmento el que relata persigue a Jason que persigue a Quentin -fuera del alcance de Dilsey-, que escapó de la casa llevándose la plata del tío -y la de ella, aunque no lo supiese. Jason recurre a la policía, pero lo que Quentin no sabe ellos lo sospechan. Por sí mismo debe idear la captura. Acá el narrador parece confundirse con la conciencia de Jason: se infiltra nuevamente el resentimiento. Después se desprende de él y lo describe como un pobre hombre. En muchas ocasiones va a variar la perspectiva en el capítulo pero no con tanta brusquedad: “Si por lo menos consiguiera siquiera creer que quien le había robado era un hombre, pero verse despojado de lo que debía compensarle de su posición perdida, de esa suma que había amasado a fuerza de tantos esfuerzos y riesgos, y precisamente por el símbolos de su perdida posición, y pero aun, por una putita de mierda”. Y al poco rato: “Algunos le miraron pasar. Miraban al hombre sentado tranquilamente detrás del volante de un pequeño automóvil con su vida invisible deshilachada en torno a sí como una media usada”.

Este narrador se permite describir minuciosamente, lo que no pueden hacer los demás, encajados como están en su circunstancia. Podemos enterarnos acá de qué color son los ojos de Jason, o detalles de la vestimenta de Dilsey. En otras novelas es algo que suele aparecer más bien al principio, pero en este caso se vuelve natural, porque los otros no tienen por qué detenerse en lo que para ellos es evidente. Nadie repara con tanto detalle en lo habitual.

En este capítulo se opera una suerte de cierre con una idea de circularidad. Además de una frase que Dilsey repite varias veces -“He visto lo primero y lo último”- la atención de este voluble narrador se vuelve hacia Benjy sobre el final. Resurgen los golfistas, Benjy como en la primera página los mira jugar junto a Luster, nombran a la hermana en la palabra “caddie” y Luster tiene que pedirle a Benjy que no llore. Termina la novela en la nada reflejada en la mirada vacía de Benjy. Antes, el ruido: “Luego Ben volvió a gemir prolongadamente sin esperanza. No era nada. Sólo un sonido. Podía tratarse de todo el tiempo y la injusticia y la pena unidas y aulladas en un instante por una conjunción de planetas”. “Pero él berreaba lenta, bestialmente, sin lágrimas; el ruido grave y desesperado de todas las miserias mudas bajo el sol”. “De aullido en aullido, su voz subía, con escasos intervalos de descanso para respirar. Pero en ella no había ningún asomo de asombro, sino que había horror, indignación, agonía ciega y muda: sólo ruido y los ojos de Luster giraron en un blanco resplandor”. En mi opinión estos ruidos, atronadores por momentos, sin significado preciso, que se apagan en la mirada vacía y azul del idiota, pueden funcionar como una metáfora de toda la novela.

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