Porque vengo leyendo unos cuantos libros suyos
que me habían quedado pendientes, más alguna que otra relectura, se me da por
pensar que a Saer no solo no le incomodan las repeticiones, sino que parece
regodearse en el sonido igual, como si sostuviese un postulado: nadie, nada
y nunca es igual. La repetición es más desafío que apego a la parejura. Pienso
también en algunas palabras, que saltan como pulgas ya aquerenciadas en Saer de
un libro a otro: nimbo, esa sobre todo con sus variantes nimbado o nimbar, pero
también rugoso, reverberar, arrumbado, apelmazado. Escuetos estribillos.
El oído se alegra al encontrarlos como ante inflexiones de una voz amiga.
sábado, febrero 14, 2015
Dos gotas de sangre
Otra vez el asunto de la perspectiva.
Porque en Nadie nada nunca hay un narrador en tercera, el que repite el extenso
párrafo primero, por caso, con sus cambios de tono, o eso de “febrero, el mes
irreal”. Mayormente en tercera, un omnisciente, como allá en Glosa, pero la
perspectiva varía según sobre quién se pose. ¿Qué versión acerca más al lector
al bayo que masca en el fondo, al río chato, al quemante febrero? El ojo, la
mirada, es la misma, el registro, esa lengua subsidiaria -“la lengua es un
ojo”, dice Wallace Stevens- también, cambian los ángulos de visión. Hay un poco
después del comienzo un fragmento en primera y el que habla es el Gato.
Digamos que por esa vez la conciencia del narrador y la del Gato coinciden. Uno
podría pensar que el Gato eligió contarse en tercera, tomar distancia viéndose
en lo percibido como otra cosa. Pero después se sigue contando sucesos que el
Gato no pudo haber visto y con el mismo registro. En ese fragmento en primera y
en presente, en otro más adelante en primera y en pasado, el narrador se le
encima al Gato, para después desprenderse de él como de una camisa. Se le pega
a Elisa, al Ladeado, al bañero. Y más o menos se cuentan las mismas cosas, del
afuera, porque en el adentro hay un hervidero de sensaciones y pensamientos
que, como es de imaginar, no se replican. Como siempre en Saer la descripción
de la percepción es tan minuciosa que se diría tallada. Todo parece cercano
hasta la asfixia y distante a la vez. Más allá de los seres bullendo en sus
envoltorios, como decía, casi nada pasa. Pero hay otra historia, fuera de esta
novela, que vibra por debajo, tal como la corriente sacude el río aparentemente
liso, sin una arruga. Acá unos caballos son asesinados, sin, parece, motivo.
Hay inquietud entre los militares de la zona, que crece cuando matan al caballo
del Caballo, el comisario, que se exacerba cuando matan al Caballo mismo. Se
agita un difuso desasosiego, a uno que leyó en otros lados cómo terminaron
Elisa y el Gato. Esos caballos -inocentes, se dice, como si hubiera que aclarar,
pero como no hay que aclarar, más bien la aclaración enturbia- ultimados al
azar son un aviso, quizá. Estremecen las dos gotas de sangre sobre la sábana. Y
quizá uno, yo, hubiese preferido que por fin pasara algo, que el río no
siguiera corriendo tan liso, sin una arruga, hasta el último punto.
domingo, febrero 01, 2015
Una mañana
"... febrero, el mes irreal ..."
Voy al baño y me quedo mirando, entre
otro quehacer, el pie del bidet, el lavatorio. Levanto, de esas lozas, una
idea, para más tarde. En la cama, despuntando la vigilia, había decidido
preparar galletitas para el desayuno. No hay huevo, busco sustituto. Rallo la
única manzana. Corto estrellas, corazones, flores. Mientras el horno solidifica
lo blanduzco cumplo con la idea: friego hasta el blanco. Cuando me quito los
guantes, en la cocina ya las formas se entibiaron. Muerdo la masa dulce. Base
crocante, cuerpo mullido. Duermen, acá. Elijo un saquito de té. Leo en el
sobre: “Noble, delicado y floral para una tarde perfecta”. Lo rasgo,
anacrónica. Me repantigo en el sillón a leer. Me recibe una cascada de comas
que me quita el aire. Después me dejo mecer. Entro en el río.
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