Esta mañana al levantarme algo que había sobre la cama rodó
al piso, muy despacio, frenado -pero eso lo pensé después- por la
resistencia que oponía la trama del edredón. Me alarmé, en la semioscuridad de
la pieza. Incluso cuando me di cuenta de lo que era -un corpiño negro- continuó
por un rato el susto, inercial. Pensé que lo que nos atemoriza de los objetos
que se mueven como animales es que aparte de nosotros haya algo en el
dormitorio que pueda encerrar una voluntad. Nos aterra que esa lentitud en el
desplazamiento pueda nacer de la pereza o el deseo de agazaparse. Enseguida reconocí
que se trataba de un pensamiento que en su expresión era puramente literario. Fui
a anotarlo y mientras escribía pensé todavía: hasta en estas cosas se nota la
mano de Farabeuf.
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